Identificaron la tumba de Carlos Mosto en Darwin
Por Verónica Toller
Darwin. Sector B. Fila 5. Tumba 4. Carlos Gustavo Mosto, clase 59. Una cruz blanca y placa negra de “soldado argentino sólo conocido por Dios”, hasta ayer. Hoy, el lugar donde Carlitos descansa. Y vigila. En el fondo del fondo de la conciencia, sabíamos que hoy el informe diría “sí”. Sí, fue identificado. Sí, allí está la tumba de Carlitos. Sí. No había científicos y psicólogos como se anunció. Solamente los 6 ex combatientes que esperaron afuera, haciendo el aguante. La cita vino del Comité Internacional de la Cruz Roja, encargada junto a un grupo de científicos especializados en antropología forense de distintos países de identificar los restos de 123 soldados argentinos que permanecían en el Cementerio de Darwin, Islas Malvinas. En principio, debían viajar el viernes 15, pero los sucesos del día jueves más el paro de actividades hicieron reprogramar la reunión para hoy a las 12. El lugar: la Secretaría de Derechos Humanos que funciona en el predio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). No sabían si la novedad a comunicarles era que los restos habían sido identificados o no, ya que algunos cuerpos aún permanecen como ignotos.
Pero fue “sí”.
Hoy, Elsa, Oscar y Hugo Mosto, hermanos de Carlitos, recibieron las explicaciones, las fotos, las pertenencias (sólo una media chapa con un número, atada a un cordel). Eso, desde lo palpable y objetivo. Por dentro, recibieron mucho más. Un destino. Una confirmación. Una seguridad. Un manotón caliente revolviendo todo a la vez en ese punto justo que va del corazón a la boca del estómago. Pero con paz. A pesar de todo, paz. “Estoy llorando, pero estoy feliz”, me acaba de decir Elsa. La sensación de, por fin, saber.
Malvinas fue, para ellos, para mí, durante tanto tiempo, un desgarrón, un martillazo, una pena larga acurrucada al rescoldo. Por él. Carlos Gustavo, de 23 años, estudiante de Medicina, rubio y alto –tanta altura tenía-, se encontraba el 11 de junio de 1982 como voluntario en Puerto Argentino. Con un fusil en las manos y un rosario anudado al pecho. Voluntario, porque pidió ir en lugar de un compañero que se descompuso luego de conocerse la nómina de los que irían a Malvinas (hay dos versiones: unos hablan de que enfermó, otros de que tuvo un ataque de pánico. Lo real es que Carlitos se ofreció a ir en su lugar). Así lo contaba él en una carta del 28 de abril de ese año:
“Ahora estamos en el cuartel de Royal marines. Aquí lo que se hace es esperar el ataque, se cree que estas 24 ó 48 hs son decisivas. Acá se duerme en pozos. Cada dos o tres soldados, un pozo. (…) Te paso a contar, o mejor dicho a confesar, que yo no tenía que estar aquí. Yo no tenía que estar aquí, porque cuando me presenté ya estaban cubiertos todos los lugares (115 nada más). Pero se tuvo que quedar un soldado y yo pedí suplantarlo. Dirás que estoy loco, pero estoy tranquilo. Estoy aquí, junto a mis camaradas que me estiman mucho gracias a Dios, luchando junto a ellos. Y por algo que significa mucho para el país. No te imaginás qué orgullo siento al ver flamear la bandera argentina. (…) Lo que más me llega es que han sido varios los que me han pedido charlar y transmitirles esa alegría para darles tranquilidad. Es hermoso servir a un hermano. Uno se siente con ganas de hacer cada vez más y mejor por ellos. En momentos jodidos, todos tienen un Rosario, una virgencita, un crucifijo entre las manos”.
El 9 y 10 de mayo había sido destacado por acciones heroicas al rescatar bajo fuego a compañeros heridos. Alguien empezó a llamarlo “el ángel de las trincheras”. Se hizo conocido entre sus compañeros por su valor; no valor de matar enemigos sino valor de haber salvado a soldados caídos y curarlos a cielo abierto bajo intenso bombardeo inglés. Valor de sacar comida de los almacenes del Ejército para repartirla en los pozos de zorro (lo habían asignado al Alto Mando en Puerto Argentino, así que tenía mayor acceso que otros). Valor de mantener la esperanza al reunir a varios en su hueco de trinchera y leerles un pedazo de la Biblia, abrirles desde el infierno una mirilla al cielo. Valor de llamar “hermano” al enemigo; “hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas”, escribió Borges en 1985.
Había hecho su servicio militar en la Brigada Mecanizada X de esa ciudad, con prórroga por estudios (Medicina). Ex-alumno de la ENOVA, hoy un aula de la misma lleva su nombre, como también una escuela y una calle de nuestra ciudad. Sus padres, Blanca y Héctor, tuvieron siete hijos: Atilio, Hugo, Cristina, Oscar, Carlos, Elsa y María Ester. El 9 de abril de 1982 lo despedimos en la vieja terminal de ómnibus de Gualeguaychú, justo a las 3 de la tarde.
Cayó durante los enfrentamientos del 11 de junio.
“Muchos tendrían que ver lo que es esto para darse cuenta de la realidad, de lo que significa una guerra, las tensiones, las angustias, la soledad, la amistad, el compañerismo, que gracias a Dios es bastante grande en el grupo que me tocó”. (Carta del 15 de abril)
“Espero que se acabe pronto, porque la verdad es que los ánimos de todos son cada vez menos. Y ya se están empezando a ver cosas realmente tristes. Y yo me pregunto por qué, por qué. Sé la respuesta, pero igual. Y sigo rezando para que mis fuerzas no se agoten y para que siga soportando todo con la alegría de un cristiano”. (Carta del 22 de mayo)
“Te digo que esto llega al final. Los tipos están a 10, 12 km de nosotros, y se preparan para el final. Nosotros también. Quizás es la hora en que llegue a conocer la cara de mi hermano enemigo. Nunca sentí ni voy a sentir odio hacia el inglés. Quiero que sepas también que rezo por ese inglés que quizás algún día se encuentre frente a mí.” (Carta del 1 de junio de 1982)
No habrá repatriación para sus restos porque sería una contradicción intrínseca: ya está en territorio patrio.
Darwin. Sector B. Fila 5. Tumba 4.
Carlos Gustavo Mosto, clase 59, descansa allí. Y vigila.
Fuente: Infoner.
Este contenido no está abierto a comentarios