Para las mujeres un día, todos los días
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
En varios países del mundo hoy se conmemora el “día de la mujer”. Se elige esta fecha en homenaje a las mujeres asesinadas con ocasión de sus reclamos de igualdad salarial con los varones. Varias movilizaciones se realizaron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, dando origen a esta conmemoración.
Desde la tradición judeo-cristiana siempre se ha destacado la igual dignidad del varón y la mujer. En el primer libro de la Biblia se dice que cuando Dios le presenta a Eva a Adán, Él exclama con alegría: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. (Gn 2, 23) Ambos están creados para la comunión y la amistad.
Sin embargo, debemos reconocer con dolor que esto no siempre fue respetado por todas las sociedades, culturas y religiones a lo largo de la historia. Ni aún hoy. Quisiera señalar tres situaciones que requieren crecer en conciencia y compromiso firme de cambio: la violencia doméstica, la esclavitud de la trata, la injusticia en el trabajo.
Muchas mujeres son maltratadas en la casa por el varón. Agresiones verbales, morales y físicas son padecidas con frecuencia sin que haya en todos lados caminos accesibles y eficaces de denuncia de estos atropellos. Se percibe que los medios comunicación social se hacen eco tardíamente cuando hay lesiones físicas, daños irreparables y, en muchos casos, la muerte. En este contexto es alarmante la cantidad de niñas y adolescentes que sufren abuso sexual en sus hogares. A veces, familiares directos; otras, padrastros o hermanastros, o hasta vecinos. De esto poco se estudia y menos todavía se dice. Habría que realizar alguna campaña que con intensidad y claridad aliente a los niños a contar el infierno que sufren en silencio y con total impunidad, a menudo con silencio cómplice.
La segunda cuestión es el flagelo de la trata para la explotación laboral y sexual que fue denunciado reiteradamente por el cardenal Bergoglio, ahora Francisco. Hace un mes se realizó en el Vaticano un evento para visualizar este drama. El Papa señaló en esa oportunidad: “Animo a cuantos están empeñados a ayudar a los hombres, mujeres y niños esclavizados, explotados, abusados como instrumentos de trabajo o de placer y, a menudo, torturados y mutilados”.
A principio de año Francisco nos hacía reflexionar: “Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; cadenas cuyos eslabones están hechos de sutiles mecanismos psicológicos, que convierten a las víctimas en dependientes de sus verdugos, a través del chantaje y la amenaza, a ellos y a sus seres queridos, pero también a través de medios materiales, como la confiscación de documentos de identidad y la violencia física. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen”. (Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por la Paz, Nº 5).
La otra injusticia está relacionada con la remuneración laboral. Por realizar el mismo trabajo, el salario de la mujer suele ser menor que el de un varón. Un desafío particular nos presentan las mujeres jefas de hogar. Además de trabajar para procurar el sustento, al llegar a casa tienen por delante los quehaceres del hogar, revisar las tareas y los cuadernos de los hijos.
Un homenaje a ellas no alcanza con un día al año, sino todos los días del año. Cuidar a la mujer es cuidar a la familia y a la sociedad. ¿Te acordás de la hermosa canción “Las manos de mi madre”? Ella expresa cálido reconocimiento, gratitud, ternura... Y en las comunidades cristianas, muchas tareas están en sus manos generosas. La catequesis, la atención de los pobres, la animación litúrgica, la docencia, la misión en los barrios... Demos gracias a Dios por tanta servicialidad.
El próximo miércoles 11 de marzo se cumplen 9 años desde que comencé como obispo de la diócesis de Gualeguaychú. Doy también gracias a Dios por estos años de servicio en la alegría de la fe, y le pido me sostenga con su gracia.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
Desde la tradición judeo-cristiana siempre se ha destacado la igual dignidad del varón y la mujer. En el primer libro de la Biblia se dice que cuando Dios le presenta a Eva a Adán, Él exclama con alegría: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. (Gn 2, 23) Ambos están creados para la comunión y la amistad.
Sin embargo, debemos reconocer con dolor que esto no siempre fue respetado por todas las sociedades, culturas y religiones a lo largo de la historia. Ni aún hoy. Quisiera señalar tres situaciones que requieren crecer en conciencia y compromiso firme de cambio: la violencia doméstica, la esclavitud de la trata, la injusticia en el trabajo.
Muchas mujeres son maltratadas en la casa por el varón. Agresiones verbales, morales y físicas son padecidas con frecuencia sin que haya en todos lados caminos accesibles y eficaces de denuncia de estos atropellos. Se percibe que los medios comunicación social se hacen eco tardíamente cuando hay lesiones físicas, daños irreparables y, en muchos casos, la muerte. En este contexto es alarmante la cantidad de niñas y adolescentes que sufren abuso sexual en sus hogares. A veces, familiares directos; otras, padrastros o hermanastros, o hasta vecinos. De esto poco se estudia y menos todavía se dice. Habría que realizar alguna campaña que con intensidad y claridad aliente a los niños a contar el infierno que sufren en silencio y con total impunidad, a menudo con silencio cómplice.
La segunda cuestión es el flagelo de la trata para la explotación laboral y sexual que fue denunciado reiteradamente por el cardenal Bergoglio, ahora Francisco. Hace un mes se realizó en el Vaticano un evento para visualizar este drama. El Papa señaló en esa oportunidad: “Animo a cuantos están empeñados a ayudar a los hombres, mujeres y niños esclavizados, explotados, abusados como instrumentos de trabajo o de placer y, a menudo, torturados y mutilados”.
A principio de año Francisco nos hacía reflexionar: “Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; cadenas cuyos eslabones están hechos de sutiles mecanismos psicológicos, que convierten a las víctimas en dependientes de sus verdugos, a través del chantaje y la amenaza, a ellos y a sus seres queridos, pero también a través de medios materiales, como la confiscación de documentos de identidad y la violencia física. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen”. (Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por la Paz, Nº 5).
La otra injusticia está relacionada con la remuneración laboral. Por realizar el mismo trabajo, el salario de la mujer suele ser menor que el de un varón. Un desafío particular nos presentan las mujeres jefas de hogar. Además de trabajar para procurar el sustento, al llegar a casa tienen por delante los quehaceres del hogar, revisar las tareas y los cuadernos de los hijos.
Un homenaje a ellas no alcanza con un día al año, sino todos los días del año. Cuidar a la mujer es cuidar a la familia y a la sociedad. ¿Te acordás de la hermosa canción “Las manos de mi madre”? Ella expresa cálido reconocimiento, gratitud, ternura... Y en las comunidades cristianas, muchas tareas están en sus manos generosas. La catequesis, la atención de los pobres, la animación litúrgica, la docencia, la misión en los barrios... Demos gracias a Dios por tanta servicialidad.
El próximo miércoles 11 de marzo se cumplen 9 años desde que comencé como obispo de la diócesis de Gualeguaychú. Doy también gracias a Dios por estos años de servicio en la alegría de la fe, y le pido me sostenga con su gracia.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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