Prepararnos para una visita
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
Recuerdo cuando éramos chicos con mi hermano, los pedidos de mamá para tener la ropa y las cosas del colegio siempre ordenadas. La casa era estrecha y no había mucho lugar. Pero el reclamo era más insistente si íbamos a tener visitas. Todos nos ocupábamos de disponer todo del mejor modo posible. Y esto no por “guardar las apariencias”, sino como gesto de delicadeza y muestra de cariño hacia quien viene.
Hoy estamos comenzando en la Iglesia un tiempo muy importante que llamamos Adviento. Nos preparamos a celebrar el nacimiento de Jesús, y al mirar su primera venida en la pequeñez de un niño, nos disponemos también para cuando retorne con gloria al final de los tiempos, sin dejar de expresar la certeza en que Él sigue acercándose permanentemente a nuestra vida.
Así como queremos ordenar la casa cuando vamos a recibir visitas, también la Iglesia nos llama a preparar el corazón para recibir a Jesús que viene a nosotros.
El modo por medio del cual lo hacemos es la oración, la revisión de la vida a la luz de la Palabra de Dios, el servicio a los más pobres y necesitados.
Hoy comenzamos también el “Año de la Vida Consagrada”. Propiamente hablando, todos estamos consagrados a Dios por el bautismo. Pertenecemos al Cuerpo de Cristo.
El Papa Francisco nos dice que “sin embargo, esta consagración la viven de una manera particular los religiosos, los monjes, los laicos consagrados que, con la profesión de los votos, pertenecen a Dios de manera plena y exclusiva. Esta pertenencia al Señor permite a los que la viven de una manera auténtica ofrecer un testimonio especial al Evangelio del Reino de Dios. Totalmente consagrados a Dios, están totalmente entregados a los hermanos, para llevar la luz de Cristo, allí donde se encuentra la oscuridad más densa, y difundir su esperanza en los corazones desalentados”.
Ellos son varones y mujeres llamados por Dios para mostrarnos con diversidad de carismas las riquezas del amor. Se dedican a la oración, la vida fraterna, la misión, los pobres, los enfermos, la educación...
La vida consagrada es un constante llamado a seguir a Cristo y a conformar la vida a Él. “Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida.” (Francisco)
El encuentro con el Señor nos pone en movimiento, nos empuja a salir de la autorreferencialidad. La relación con el Señor no es estática, ni intimista les decía el Papa: “Quien pone a Cristo en el centro de su vida, se descentra. Cuanto más te unes a Jesús y él se convierte en el centro de tu vida, tanto más te hace Él salir de ti mismo, te descentra y te abre a los demás” (...) “No estamos en el centro, estamos, por así decirlo, ‘desplazados’, estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia”.
“No se puede perseverar en una evangelización ferviente si no se está convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo.”
El Papa indica la oración como el manantial de fecundidad de la misión: “Cultivemos la dimensión contemplativa, incluso en la vorágine de los compromisos más urgentes y duros. Cuanto más les llame la misión a ir a las periferias existenciales, más unido ha de estar su corazón a Cristo, lleno de misericordia y de amor”.
Demos gracias a Dios porque sigue llamando a unirse a Jesús a hombres y mujeres que con generosidad nos dan testimonio de los bienes del cielo. La vida consagrada tiene una hermosa dimensión profética de anuncio gozoso del Reino de Dios. Recemos por todas las vocaciones.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
Hoy estamos comenzando en la Iglesia un tiempo muy importante que llamamos Adviento. Nos preparamos a celebrar el nacimiento de Jesús, y al mirar su primera venida en la pequeñez de un niño, nos disponemos también para cuando retorne con gloria al final de los tiempos, sin dejar de expresar la certeza en que Él sigue acercándose permanentemente a nuestra vida.
Así como queremos ordenar la casa cuando vamos a recibir visitas, también la Iglesia nos llama a preparar el corazón para recibir a Jesús que viene a nosotros.
El modo por medio del cual lo hacemos es la oración, la revisión de la vida a la luz de la Palabra de Dios, el servicio a los más pobres y necesitados.
Hoy comenzamos también el “Año de la Vida Consagrada”. Propiamente hablando, todos estamos consagrados a Dios por el bautismo. Pertenecemos al Cuerpo de Cristo.
El Papa Francisco nos dice que “sin embargo, esta consagración la viven de una manera particular los religiosos, los monjes, los laicos consagrados que, con la profesión de los votos, pertenecen a Dios de manera plena y exclusiva. Esta pertenencia al Señor permite a los que la viven de una manera auténtica ofrecer un testimonio especial al Evangelio del Reino de Dios. Totalmente consagrados a Dios, están totalmente entregados a los hermanos, para llevar la luz de Cristo, allí donde se encuentra la oscuridad más densa, y difundir su esperanza en los corazones desalentados”.
Ellos son varones y mujeres llamados por Dios para mostrarnos con diversidad de carismas las riquezas del amor. Se dedican a la oración, la vida fraterna, la misión, los pobres, los enfermos, la educación...
La vida consagrada es un constante llamado a seguir a Cristo y a conformar la vida a Él. “Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida.” (Francisco)
El encuentro con el Señor nos pone en movimiento, nos empuja a salir de la autorreferencialidad. La relación con el Señor no es estática, ni intimista les decía el Papa: “Quien pone a Cristo en el centro de su vida, se descentra. Cuanto más te unes a Jesús y él se convierte en el centro de tu vida, tanto más te hace Él salir de ti mismo, te descentra y te abre a los demás” (...) “No estamos en el centro, estamos, por así decirlo, ‘desplazados’, estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia”.
“No se puede perseverar en una evangelización ferviente si no se está convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo.”
El Papa indica la oración como el manantial de fecundidad de la misión: “Cultivemos la dimensión contemplativa, incluso en la vorágine de los compromisos más urgentes y duros. Cuanto más les llame la misión a ir a las periferias existenciales, más unido ha de estar su corazón a Cristo, lleno de misericordia y de amor”.
Demos gracias a Dios porque sigue llamando a unirse a Jesús a hombres y mujeres que con generosidad nos dan testimonio de los bienes del cielo. La vida consagrada tiene una hermosa dimensión profética de anuncio gozoso del Reino de Dios. Recemos por todas las vocaciones.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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