Calles de nadie
Visto y considerando que la situación no mejora y que la tendencia es la de empeorar, una vez más nos vemos en la obligación de ocuparnos del tránsito en la ciudad, el cual, pese a los esfuerzos que realizan las autoridades, los cuales reconocemos, la impresión predominante es que el mal se agudiza día tras día.
Es evidente que no se le encuentra la vuelta al asunto, todo lo cual hace que cada día que pasa estemos más cerca, y no por culpa de los funcionarios de tránsito, sin duda desbordados en su capacidad de respuesta, sino por la actitud irresponsables de conductores que en no pocos casos llegan a estar al borde de la criminalidad.
El no respeto a las más elementales normas de tránsito es claro y evidente y no se necesita de pruebas para demostrarlo: con asomarse a la calle, basta y sobra para darse cuenta a merced de quienes estamos.
El atropello al derecho de los demás es un fenómeno fácilmente palpable. Por ejemplo, nadie, absolutamente nadie, tiene en cuenta cuál es la velocidad máxima para circular por el radio urbano. Si usted se los recuerda, se les ríen en la cara, se burlan con absoluto descaro.
Y en tren de ser precisos en el manejo de los ejemplos, causa verdadero pavor el constatar a las altísimas que se está circulando por el nuevo tramo de calle Santiago Díaz, desde La Rioja hacia el Norte. Y si hasta ahora no se ha tenido que lamentar ninguna tragedia es, simplemente, por obra de la Providencia. Pero que nadie se sorprenda que el día menos pensado nos angustie la noticia de un drama callejero.
Se ha llegado a tal grado de impunidad que muchos vecinos, ante el riesgo de ser víctima de la imprudencia criminal de algunos conductores que hasta temen asomar sus narices a la calle. Por ejemplo, la vieja tradición de sentarse en la vereda es una costumbre en vía de extinción porque nadie le asegura que un auto no vaya a subirse a la acera causando una indecible tragedia.
Y ello ocurre porque las calles, en su inmensa mayoría, carecen de controles por parte de los agentes de tránsito, todo lo cual hace que los automovilistas, cebados por tanta impunidad, se crean amos y señores de las calles y los vecinos sus rehenes virtuales.
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