Celebrar la migración
Si algo ha caracterizado a los pueblos del mundo es que a lo largo de su historia, la migración siempre ha sido una valiosa expresión de la voluntad del ser humano para superar las dificultades y aspirar a una mejor calidad de vida.
Si se observa al mundo actual con sus conceptos de globalización, si se perciben los avances en materia de comunicación y transporte, y se pone una mirada sobre los padecimientos que muchos pueblos viven; entonces se comprenderá mejor por qué también aumenta el número de personas que tienen el deseo de instalarse en otras tierras.
La historia del país, especialmente de Entre Ríos y Gualeguaychú ha sido pródiga en materia de migración. Cada comunidad que se ha establecido ha planteado desafíos, pero fundamentalmente ha abierto nuevas oportunidades para el desarrollo de la sociedad.
Algunos, mezquinamente, podrá pensar que los inmigrantes son una carga para el país; pero se olvidan de las grandes contribuciones que brindaron para que todos tengan una mejor calidad de vida.
Es verdad que los Estados tienen la prerrogativa soberana de administrar sus fronteras. Pero el concepto no puede limitar otras actitudes. El Estado también tiene el deber de cumplir con sus obligaciones jurídicas internacionales y especialmente fraternas hacia otros pueblos.
Por eso existen normas internacionales, con rango de Derechos Humanos, que indican que toda persona, sin discriminación alguna e independientemente de su nacionalidad o cultura, tiene el derecho de gozar de esos derechos fundamentales. No se trata de un derecho que se otorga a manera de recompensa, sino un derecho inalienable que tiene que gozar cada persona y por ende sus familias.
La migración siempre se ha presentado como una oportunidad, porque aporta una contribución positiva al desarrollo en los países de destino.
Sin embargo, para muchos inmigrantes la realidad sigue siendo la discriminación, otras veces la explotación y el abuso… cuando no el olvido. Con frecuencia son víctimas del odio y la violencia xenófoba. Por eso es oportuno detenerse en los ancestros, que fueron en su momento inmigrantes y seguramente debieron atravesar varias épocas de penurias hasta lograr afincarse y echar raíces para que los hijos tengan certezas.
Pese a que es un fenómeno global, lamentablemente muchos países han endurecido las restricciones para ingresar e incluso han adoptado estrictas medidas para que esa persona no goce de todos los derechos. España, por ejemplo, ha sido en las últimas décadas muy dura y desagradecida con Argentina en esta materia, aunque no ha sido el único país que se ha olvidado que tiene muchos hijos radicados fronteras afuera.
Hoy más que nunca es oportuno promover una mayor sensibilización acerca de la contribución positiva que aportan los migrantes a la vida económica, social y cultural de los pueblos.
Gualeguaychú –a diferencia de muchas localidades entrerrianas- tiene una deuda histórica con los inmigrantes. Por ejemplo, adeuda el recupero de una fiesta de las comunidades, que permitiría gozar de conceptos como la diversidad, la pluralidad y la síntesis que hace a la propia sociedad. Sería, de algún modo, reivindicar a los padres y abuelos. Nada menos y nada mejor.
La historia del país, especialmente de Entre Ríos y Gualeguaychú ha sido pródiga en materia de migración. Cada comunidad que se ha establecido ha planteado desafíos, pero fundamentalmente ha abierto nuevas oportunidades para el desarrollo de la sociedad.
Algunos, mezquinamente, podrá pensar que los inmigrantes son una carga para el país; pero se olvidan de las grandes contribuciones que brindaron para que todos tengan una mejor calidad de vida.
Es verdad que los Estados tienen la prerrogativa soberana de administrar sus fronteras. Pero el concepto no puede limitar otras actitudes. El Estado también tiene el deber de cumplir con sus obligaciones jurídicas internacionales y especialmente fraternas hacia otros pueblos.
Por eso existen normas internacionales, con rango de Derechos Humanos, que indican que toda persona, sin discriminación alguna e independientemente de su nacionalidad o cultura, tiene el derecho de gozar de esos derechos fundamentales. No se trata de un derecho que se otorga a manera de recompensa, sino un derecho inalienable que tiene que gozar cada persona y por ende sus familias.
La migración siempre se ha presentado como una oportunidad, porque aporta una contribución positiva al desarrollo en los países de destino.
Sin embargo, para muchos inmigrantes la realidad sigue siendo la discriminación, otras veces la explotación y el abuso… cuando no el olvido. Con frecuencia son víctimas del odio y la violencia xenófoba. Por eso es oportuno detenerse en los ancestros, que fueron en su momento inmigrantes y seguramente debieron atravesar varias épocas de penurias hasta lograr afincarse y echar raíces para que los hijos tengan certezas.
Pese a que es un fenómeno global, lamentablemente muchos países han endurecido las restricciones para ingresar e incluso han adoptado estrictas medidas para que esa persona no goce de todos los derechos. España, por ejemplo, ha sido en las últimas décadas muy dura y desagradecida con Argentina en esta materia, aunque no ha sido el único país que se ha olvidado que tiene muchos hijos radicados fronteras afuera.
Hoy más que nunca es oportuno promover una mayor sensibilización acerca de la contribución positiva que aportan los migrantes a la vida económica, social y cultural de los pueblos.
Gualeguaychú –a diferencia de muchas localidades entrerrianas- tiene una deuda histórica con los inmigrantes. Por ejemplo, adeuda el recupero de una fiesta de las comunidades, que permitiría gozar de conceptos como la diversidad, la pluralidad y la síntesis que hace a la propia sociedad. Sería, de algún modo, reivindicar a los padres y abuelos. Nada menos y nada mejor.
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