Cuando el fútbol es violencia y política
Si hay un triángulo “perfecto” que se alimenta a sí mismo, ese es el conformado por el fútbol, la violencia y la política. De hecho es imposible separar la violencia creciente en los estadios de fútbol de los vínculos y negocios de los dirigentes de los clubes con las barras bravas, y de esos dos sectores con los lazos más tenebrosos del poder político.
Otra forma de violencia, más sorda, está representada por los contratos de los jugadores y los grandes subsidios que reciben los clubes por parte del Estado.
Si la Justicia alguna vez actuara con adultez y responsabilidad, rápidamente descubriría los vínculos estrechos y sólidos que existen entre las barra brava, la dirigencia deportiva y la política.
El paisaje de la violencia en el fútbol se completa siempre con la impunidad que otorga el dirigente político, que a su vez influye en el juez de turno y todo se alimenta con el millonario comercio de los contratos que ligan a los clubes con los deportistas y al fútbol mismo con la publicidad.
La violencia en el deporte mata y esas muertes quedan impunes. Los barra brava cambiaron palos por armas de fuego, y del mismo modo cambiaron el vino por las drogas y la pasión por los negocios.
Es común que los jefes de las barras bravas vendan esa mano de obra a cualquier político para cualquier fin: puede ser para armar una protesta social como para acallarla. Siempre quedarán impunes, porque se sabe que la Justicia es sierva del poder y jamás se atrevería a exigirle que rinda cuentas.
Las sumas siderales y de sospechoso origen que se manejan en las transferencias de los jugadores también es un terreno pantanoso, donde una transacción comercial se convierte en un negociado.
No es casual que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), tiene desde 1979 como presidente a Julio Grondona, un modesto ferretero de Sarandí que se convirtió con los años en un próspero empresario, millonario, y hoy uno de los dirigentes más poderosos del fútbol mundial.
¿Por qué sobrevive en la AFA, pese a denuncias de supuestos partidos arreglados, de la violencia en los estadios y la complicidad con las barras? Lo hace porque como todo padrino, protege a sus ahijados.
Así las cosas, el fútbol ha dejado de ser una pasión de multitudes y hoy es violencia (visible e invisible), vinculada con los barras, la dirigencia deportiva y política. En este horizonte, el fútbol como deporte tiene cada vez menos posibilidades de salvación.
Si la Justicia alguna vez actuara con adultez y responsabilidad, rápidamente descubriría los vínculos estrechos y sólidos que existen entre las barra brava, la dirigencia deportiva y la política.
El paisaje de la violencia en el fútbol se completa siempre con la impunidad que otorga el dirigente político, que a su vez influye en el juez de turno y todo se alimenta con el millonario comercio de los contratos que ligan a los clubes con los deportistas y al fútbol mismo con la publicidad.
La violencia en el deporte mata y esas muertes quedan impunes. Los barra brava cambiaron palos por armas de fuego, y del mismo modo cambiaron el vino por las drogas y la pasión por los negocios.
Es común que los jefes de las barras bravas vendan esa mano de obra a cualquier político para cualquier fin: puede ser para armar una protesta social como para acallarla. Siempre quedarán impunes, porque se sabe que la Justicia es sierva del poder y jamás se atrevería a exigirle que rinda cuentas.
Las sumas siderales y de sospechoso origen que se manejan en las transferencias de los jugadores también es un terreno pantanoso, donde una transacción comercial se convierte en un negociado.
No es casual que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), tiene desde 1979 como presidente a Julio Grondona, un modesto ferretero de Sarandí que se convirtió con los años en un próspero empresario, millonario, y hoy uno de los dirigentes más poderosos del fútbol mundial.
¿Por qué sobrevive en la AFA, pese a denuncias de supuestos partidos arreglados, de la violencia en los estadios y la complicidad con las barras? Lo hace porque como todo padrino, protege a sus ahijados.
Así las cosas, el fútbol ha dejado de ser una pasión de multitudes y hoy es violencia (visible e invisible), vinculada con los barras, la dirigencia deportiva y política. En este horizonte, el fútbol como deporte tiene cada vez menos posibilidades de salvación.
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