Desarrollo y participación
Cooperativas agropecuarias. Cooperativas arroceras. Cooperativas Eléctricas y de servicios. Cooperativas de transporte. Cooperativas de crédito y bancaria. Cooperativas de Agua Potable.
Cooperativas de trabajo. Y así se podría seguir enumerando en todos los quehaceres de una sociedad organizada, es que el cooperativismo tiene una importancia sustancial para el desarrollo de una comunidad.
La historia de la economía entrerriana tiene en el movimiento cooperativo una de sus mejores bases de sustentabilidad. Si bien podría ser redundante decir “economía social”, es oportuno afirmar que el término es utilizado para señalar aquel sector de la economía que comprende las empresas cooperativas, las mutualidades y las asociaciones que cumplen alguna actividad económica a escala humana, donde el hombre es el centro y fin de sus objetivos.
Lo concreto es que esta clase de empresa tiene como característica el ejercicio de una actividad económica, basada en la asociación de personas en entidades de tipo democrático y participativo, con primacía de las aportaciones personales y de trabajo sobre el capital. Por eso su finalidad no es la mera maximización de los beneficios sino esencialmente prestar servicios a los miembros de una comunidad, privilegiando siempre el trabajo por encima del capital. Es este carácter el que le da también una fuerte influencia social, dado que se nutre de la identidad de la propia sociedad.
Dicho esto está claro que lo cooperativo no debe ser traducido como la “panacea” para resolver todos los males, pero sí permite afirmar que constituye una valiosa herramienta para generar transformaciones que permitan aspirar a una mejor calidad de vida.
Alguien podría plantear si en un mundo globalizado que privilegia la concentración del poder hay espacio para la vigencia de los valores y principios cooperativos. Es cierto que el mundo está inmerso en un proceso vertiginoso más de incertidumbres que de cambios. Por eso es el movimiento cooperativo, la economía social la que está llamada a forjar una vida más digna sustentada en la solidaridad.
Pero para que esto sea posible, es necesario dejar la indiferencia y saber que para hacer historia y cambiar el curso de los acontecimientos, hay que comprometerse y no esperar de manera pasiva los resultados del cambio que se desea. Así se es arquitecto del propio destino, asumiendo protagonismo sí, pero de manera colectiva y solidaria. Esta es la raíz de la identidad de Gualeguaychú. Es oportuno recordarla, justamente porque cuando existe conformismo, entonces se alienta el deterioro progresivo de las respectivas organizaciones y de la sociedad en su conjunto. ¿Qué tan vitales está el movimiento cooperativo, el movimiento asociativo en la ciudad? La respuesta de ninguna manera puede ser única, pero el interrogante al menos debería alentar el inicio de un debate constructivo, justamente para recuperar la participación y los objetivos compartidos.
La historia de la economía entrerriana tiene en el movimiento cooperativo una de sus mejores bases de sustentabilidad. Si bien podría ser redundante decir “economía social”, es oportuno afirmar que el término es utilizado para señalar aquel sector de la economía que comprende las empresas cooperativas, las mutualidades y las asociaciones que cumplen alguna actividad económica a escala humana, donde el hombre es el centro y fin de sus objetivos.
Lo concreto es que esta clase de empresa tiene como característica el ejercicio de una actividad económica, basada en la asociación de personas en entidades de tipo democrático y participativo, con primacía de las aportaciones personales y de trabajo sobre el capital. Por eso su finalidad no es la mera maximización de los beneficios sino esencialmente prestar servicios a los miembros de una comunidad, privilegiando siempre el trabajo por encima del capital. Es este carácter el que le da también una fuerte influencia social, dado que se nutre de la identidad de la propia sociedad.
Dicho esto está claro que lo cooperativo no debe ser traducido como la “panacea” para resolver todos los males, pero sí permite afirmar que constituye una valiosa herramienta para generar transformaciones que permitan aspirar a una mejor calidad de vida.
Alguien podría plantear si en un mundo globalizado que privilegia la concentración del poder hay espacio para la vigencia de los valores y principios cooperativos. Es cierto que el mundo está inmerso en un proceso vertiginoso más de incertidumbres que de cambios. Por eso es el movimiento cooperativo, la economía social la que está llamada a forjar una vida más digna sustentada en la solidaridad.
Pero para que esto sea posible, es necesario dejar la indiferencia y saber que para hacer historia y cambiar el curso de los acontecimientos, hay que comprometerse y no esperar de manera pasiva los resultados del cambio que se desea. Así se es arquitecto del propio destino, asumiendo protagonismo sí, pero de manera colectiva y solidaria. Esta es la raíz de la identidad de Gualeguaychú. Es oportuno recordarla, justamente porque cuando existe conformismo, entonces se alienta el deterioro progresivo de las respectivas organizaciones y de la sociedad en su conjunto. ¿Qué tan vitales está el movimiento cooperativo, el movimiento asociativo en la ciudad? La respuesta de ninguna manera puede ser única, pero el interrogante al menos debería alentar el inicio de un debate constructivo, justamente para recuperar la participación y los objetivos compartidos.
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