El apoyo a los emprendedores
Toda cifra o índice que desnuda la injusticia y la inequidad social es intolerable, máxime si se refiere a la situación de pobreza, que no es otra cosa que la vulneración de derechos que impiden acceder a una alimentación básica y adecuada, a la educación, a la salud y a la vivienda. Entre las privaciones también se debe computar la falta de acceso al trabajo.
Por eso hay que saludar con renovadas esperanzas los programas que intentan alentar y animar a los emprendedores, sean éstos personas socialmente vulnerables o aquellas otras que ejercen, desde el plano solidario o de la amistad social, programas e iniciativas que ayudan a mejorar la calidad de vida de una persona, de una familia y de una comunidad.
La experiencia de las iniciativas vinculadas con los emprendimientos permite asegurar que las soluciones estructurales requieren cambios en las políticas públicas, especialmente las que perfilan el modelo inclusivo, pero esto no excluye la participación de cada uno de los miembros de una sociedad para aportar soluciones.
El Banquito de la Buena Fe, las Cooperativas de Trabajo en el campo de la construcción de viviendas, las cooperativas también laborales en el reciclado, la promoción integral que realiza la Iglesia, por dar algunos ejemplos, son tan sólo algunas de las iniciativas que impactan de manera positiva en quienes no tenían oportunidades reales y concretas.
En otro orden, pero de idéntica filosofía, el aporte que se hace al estímulo de la responsabilidad social empresaria desde la Corporación del Desarrollo también se inscribe en la prédica de la necesidad de pensar en el otro. La lista de ejemplos crece año tras año. Es que el propio concepto de capital social implica estar inmerso en una sociedad movilizada y dinámica.
Cuando la política pública está bien gestionada (esto no ocurre siempre y en todos los programas), entonces los favorecidos o beneficiados es el conjunto de la sociedad. De la misma forma, la responsabilidad social de la empresa privada bien concebida implica producir alianzas virtuosas que redundan en la consolidación de la comunidad.
Hace falta que el Estado genere recursos económicos y aliente a la formación del recurso humano para detectar estas innovaciones sociales que ya han tenido éxito a escala limitada.
Un dato será más que significativo para comprender esta realidad: en América Latina un tercio de la población está en grave situación de pobre, y uno de cada cinco jóvenes sufre de exclusión severa, y no puede acceder al sistema educativo y muchos menos al mercado del trabajo. Y esto ocurre en una región que tiene enormes posibilidades.
Una enseñanza milenaria del Talmud, enseña que “aquel que ayuda a salvar una sola vida, es como si salvara el mundo entero”. Esa máxima perfectamente puede aplicarse a las distintas iniciativas que están vinculadas con emprendimientos de carácter social y que tienen como objetivo favorecer la inclusión en todas sus formas.
La experiencia de las iniciativas vinculadas con los emprendimientos permite asegurar que las soluciones estructurales requieren cambios en las políticas públicas, especialmente las que perfilan el modelo inclusivo, pero esto no excluye la participación de cada uno de los miembros de una sociedad para aportar soluciones.
El Banquito de la Buena Fe, las Cooperativas de Trabajo en el campo de la construcción de viviendas, las cooperativas también laborales en el reciclado, la promoción integral que realiza la Iglesia, por dar algunos ejemplos, son tan sólo algunas de las iniciativas que impactan de manera positiva en quienes no tenían oportunidades reales y concretas.
En otro orden, pero de idéntica filosofía, el aporte que se hace al estímulo de la responsabilidad social empresaria desde la Corporación del Desarrollo también se inscribe en la prédica de la necesidad de pensar en el otro. La lista de ejemplos crece año tras año. Es que el propio concepto de capital social implica estar inmerso en una sociedad movilizada y dinámica.
Cuando la política pública está bien gestionada (esto no ocurre siempre y en todos los programas), entonces los favorecidos o beneficiados es el conjunto de la sociedad. De la misma forma, la responsabilidad social de la empresa privada bien concebida implica producir alianzas virtuosas que redundan en la consolidación de la comunidad.
Hace falta que el Estado genere recursos económicos y aliente a la formación del recurso humano para detectar estas innovaciones sociales que ya han tenido éxito a escala limitada.
Un dato será más que significativo para comprender esta realidad: en América Latina un tercio de la población está en grave situación de pobre, y uno de cada cinco jóvenes sufre de exclusión severa, y no puede acceder al sistema educativo y muchos menos al mercado del trabajo. Y esto ocurre en una región que tiene enormes posibilidades.
Una enseñanza milenaria del Talmud, enseña que “aquel que ayuda a salvar una sola vida, es como si salvara el mundo entero”. Esa máxima perfectamente puede aplicarse a las distintas iniciativas que están vinculadas con emprendimientos de carácter social y que tienen como objetivo favorecer la inclusión en todas sus formas.
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