El lugar de los jóvenes
Es necesario en esta etapa de la cultura del siglo XXI, pensar en el tema de la juventud, pero tomando distancia de las perspectivas –que aún hoy son dominantes- que consideran a este colectivo como algo uniforme u homogéneo.
Los jóvenes en la actualidad ni siquiera son un colectivo único. Y no lo son porque en ellos también se expresan las diversas manifestaciones de las desigualdades y las diversidades que atraviesan a una sociedad.
Si se acepta que un adulto de clase media que vive en Capital Federal experimenta la política de manera diferente que otro similar que vive, por ejemplo, en la Patagonia o en Entre Ríos o Jujuy, entonces no hay razones para pensar que la experiencia de ser jóvenes es una situación unívoca para todos, independientemente de su comunidad o grupo de pertenencia.
¿Alguien puede sostener que un joven graduado universitario es lo mismo que un joven de su misma edad que no logró terminar la primaria? ¿Alguien puede decir que un joven contenido familiarmente es lo mismo que aquel que apenas ingresado a la adolescencia ya es madre o padre? Claramente no. Y esto no tiene nada que ver con cuestiones de clase social, edad o posibilidades de inserción social. Justamente porque no existe una única juventud. Y así como se puede comprender que no existe una única juventud, se debe entender que es erróneo hablar de “la” juventud, como si fuera algo uniforme.
Pensar en los jóvenes o en cualquier grupo etario implica pensar en una pluralidad que es, a su vez, diversidad.
En todo caso es necesario pensar a la juventud como un actor político de primer orden en la construcción de la sociedad. No es solamente aquel que está atravesando una situación transitoria para llegar a ser adulto, ni tampoco alcanza con decir que es aquel que despliega una particular energía y que comparte códigos y rutinas vinculados con su cronología. El joven o la juventud es un actor clave para cambios políticos, sociales y culturales de una sociedad.
Hoy los jóvenes participan más que aquellos apáticos de décadas pasadas. Antes, había una derrota del campo político para convocar a los jóvenes. Esta realidad hoy aparece dando un gran cambio. Y cuando se dice campo político no se limita solamente a la militancia de un partido o la pertenencia de un grupo determinado, sino al compromiso por ser protagonistas de la sociedad a la que pertenecen. Ese es el gran cambio que hoy experimenta la juventud. Dejó de ser un mero testigo de los adultos y pasó a ser un gran protagonista en cómo se está escribiendo el presente. ¿Qué lugar se les da a los jóvenes? La pregunta es necesaria, justamente para no cometer los errores del pasado.
Algo es seguro: no hay posibilidades concretas de construir sentidos y representaciones, si los canales institucionales de participación colectiva no incluyen en su seno a las nuevas generaciones.
Si se admite la necesidad de incorporar a los jóvenes a las instituciones, es imperioso que las instituciones se dejen también organizar por los jóvenes. Por último, ser joven no tiene nada que ver con edades, sino con miradas nuevas a los viejos problemas que el presente no los ha resuelto de manera integral. No se trata de una contradicción en el sentido de blanco y negro, de extremos. Sino de una contradicción en el sentido de cómo se argumentan los conflictos y con ellos, su superación.
Si se acepta que un adulto de clase media que vive en Capital Federal experimenta la política de manera diferente que otro similar que vive, por ejemplo, en la Patagonia o en Entre Ríos o Jujuy, entonces no hay razones para pensar que la experiencia de ser jóvenes es una situación unívoca para todos, independientemente de su comunidad o grupo de pertenencia.
¿Alguien puede sostener que un joven graduado universitario es lo mismo que un joven de su misma edad que no logró terminar la primaria? ¿Alguien puede decir que un joven contenido familiarmente es lo mismo que aquel que apenas ingresado a la adolescencia ya es madre o padre? Claramente no. Y esto no tiene nada que ver con cuestiones de clase social, edad o posibilidades de inserción social. Justamente porque no existe una única juventud. Y así como se puede comprender que no existe una única juventud, se debe entender que es erróneo hablar de “la” juventud, como si fuera algo uniforme.
Pensar en los jóvenes o en cualquier grupo etario implica pensar en una pluralidad que es, a su vez, diversidad.
En todo caso es necesario pensar a la juventud como un actor político de primer orden en la construcción de la sociedad. No es solamente aquel que está atravesando una situación transitoria para llegar a ser adulto, ni tampoco alcanza con decir que es aquel que despliega una particular energía y que comparte códigos y rutinas vinculados con su cronología. El joven o la juventud es un actor clave para cambios políticos, sociales y culturales de una sociedad.
Hoy los jóvenes participan más que aquellos apáticos de décadas pasadas. Antes, había una derrota del campo político para convocar a los jóvenes. Esta realidad hoy aparece dando un gran cambio. Y cuando se dice campo político no se limita solamente a la militancia de un partido o la pertenencia de un grupo determinado, sino al compromiso por ser protagonistas de la sociedad a la que pertenecen. Ese es el gran cambio que hoy experimenta la juventud. Dejó de ser un mero testigo de los adultos y pasó a ser un gran protagonista en cómo se está escribiendo el presente. ¿Qué lugar se les da a los jóvenes? La pregunta es necesaria, justamente para no cometer los errores del pasado.
Algo es seguro: no hay posibilidades concretas de construir sentidos y representaciones, si los canales institucionales de participación colectiva no incluyen en su seno a las nuevas generaciones.
Si se admite la necesidad de incorporar a los jóvenes a las instituciones, es imperioso que las instituciones se dejen también organizar por los jóvenes. Por último, ser joven no tiene nada que ver con edades, sino con miradas nuevas a los viejos problemas que el presente no los ha resuelto de manera integral. No se trata de una contradicción en el sentido de blanco y negro, de extremos. Sino de una contradicción en el sentido de cómo se argumentan los conflictos y con ellos, su superación.
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