Gobernar es poblar
Juan Bautista Alberdi, el pensador que puede ser considerado como el padre del liberalismo en la Argentina, sostuvo con una gran visión que gobernar es poblar.
Ese espíritu animó al país en sucesivos gobiernos en acertadas y oportunas políticas de inmigración, que fueron un factor clave y desencadenante de la actual identidad nacional a partir del cruce de culturas y la gran necesidad de pensar el progreso sin excluidos.
Y si algo ha caracterizado a la Argentina desde sus primeras horas fundacionales es su gran amplitud para con la humanidad, que además –no es casualidad- queda reflejado nada menos que en el preámbulo de la Constitución Nacional cuando se sostiene: “(…) Constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
La propia historia del desarrollo de Entre Ríos abreva en esa fuente. Claro que en esta perspectiva no siempre se tuvo la misma contemplación con los pueblos originarios y los indígenas fueron varias veces diezmados y ninguneados. También es cierto que en otras ocasiones “ser extranjero” fue una buena carta de presentación para cierta dirigencia pacata, con la excepción de ser chilenos, bolivianos o paraguayos.
Sin embargo, más allá de estas situaciones que merecen los mayores reproches, se puede afirmar que Argentina es un crisol de razas y ha tenido en los inmigrantes la savia que alimentó el espíritu de la identidad nacional.
A esto lo saben muy bien, por experiencia propia, los españoles, los italianos, los árabes, los alemanes del Volga, los galeses, los franceses y tantos otros que han encontrado siempre en estas tierras los techos protectores para crecer y desarrollarse: un hogar, un templo, una escuela… vivir bajo un mismo cielo.
Hay que subrayar que los argentinos no han sido retribuidos con el valor de la reciprocidad, especialmente por los países que conforman hoy la Unión Europea. Que cuando se tuvo que emigrar, con el dolor que implica el desarraigo, no fueron recibidos de la misma manera que sus abuelos en Argentina. Fueron tratados como “sudacas”, “ciudadanos de segunda e incluso tercera clase”, sin derechos… ni siquiera el de ganarse el pan con el sudor de la frente. Tampoco los hijos de esos inmigrantes que fueron a buscar mejor destino a Europa pudieron acceder a las escuelas, a los hospitales.
Aún hoy, de vez en cuando suele ser noticia lamentable cuando en algún aeropuerto de Europa, especialmente de España, deportan a los viajeros sin mayores explicaciones ni fundamentos.
Hoy, en estas horas, España vive una crisis profunda de desempleo, de descreimiento. Se trata de protestas pacíficas que reivindican un cambio en la política y la sociedad española. Ellos aclaran que no son apolíticos sino apartidarios. Que si están indignados, es porque hay gobernantes indignos. Muchos de ellos vuelven a mirar a la Argentina como un destino donde encontrar su futuro.
Ellos, que fueron en gran parte protagonistas del desprecio hacia los argentinos, hoy miran al país con deseos y anhelos.
¿Argentina debería pagar con la misma moneda del desprecio que en los últimos años sostuvo España y toda Europa? De ninguna manera. Argentina y los argentinos tienen que seguir siendo fieles al espíritu de Alberdi y al propio Preámbulo constitucional. Abrir los brazos para dar la bienvenida será siempre la más sabia y justa decisión.
Y si algo ha caracterizado a la Argentina desde sus primeras horas fundacionales es su gran amplitud para con la humanidad, que además –no es casualidad- queda reflejado nada menos que en el preámbulo de la Constitución Nacional cuando se sostiene: “(…) Constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
La propia historia del desarrollo de Entre Ríos abreva en esa fuente. Claro que en esta perspectiva no siempre se tuvo la misma contemplación con los pueblos originarios y los indígenas fueron varias veces diezmados y ninguneados. También es cierto que en otras ocasiones “ser extranjero” fue una buena carta de presentación para cierta dirigencia pacata, con la excepción de ser chilenos, bolivianos o paraguayos.
Sin embargo, más allá de estas situaciones que merecen los mayores reproches, se puede afirmar que Argentina es un crisol de razas y ha tenido en los inmigrantes la savia que alimentó el espíritu de la identidad nacional.
A esto lo saben muy bien, por experiencia propia, los españoles, los italianos, los árabes, los alemanes del Volga, los galeses, los franceses y tantos otros que han encontrado siempre en estas tierras los techos protectores para crecer y desarrollarse: un hogar, un templo, una escuela… vivir bajo un mismo cielo.
Hay que subrayar que los argentinos no han sido retribuidos con el valor de la reciprocidad, especialmente por los países que conforman hoy la Unión Europea. Que cuando se tuvo que emigrar, con el dolor que implica el desarraigo, no fueron recibidos de la misma manera que sus abuelos en Argentina. Fueron tratados como “sudacas”, “ciudadanos de segunda e incluso tercera clase”, sin derechos… ni siquiera el de ganarse el pan con el sudor de la frente. Tampoco los hijos de esos inmigrantes que fueron a buscar mejor destino a Europa pudieron acceder a las escuelas, a los hospitales.
Aún hoy, de vez en cuando suele ser noticia lamentable cuando en algún aeropuerto de Europa, especialmente de España, deportan a los viajeros sin mayores explicaciones ni fundamentos.
Hoy, en estas horas, España vive una crisis profunda de desempleo, de descreimiento. Se trata de protestas pacíficas que reivindican un cambio en la política y la sociedad española. Ellos aclaran que no son apolíticos sino apartidarios. Que si están indignados, es porque hay gobernantes indignos. Muchos de ellos vuelven a mirar a la Argentina como un destino donde encontrar su futuro.
Ellos, que fueron en gran parte protagonistas del desprecio hacia los argentinos, hoy miran al país con deseos y anhelos.
¿Argentina debería pagar con la misma moneda del desprecio que en los últimos años sostuvo España y toda Europa? De ninguna manera. Argentina y los argentinos tienen que seguir siendo fieles al espíritu de Alberdi y al propio Preámbulo constitucional. Abrir los brazos para dar la bienvenida será siempre la más sabia y justa decisión.
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