Habría que pensarlo
Un legislador nacional acaba de anunciar que próximamente presentará un proyecto de ley en la Cámara de Diputados, a través del cual se propondrá la reimplantación del servicio militar obligatorio que fuera dejado sin efecto durante la administración del Dr. Carlos S. Méndez. Para hacerlo, recuérdese, se puso como excusa la muerte del soldado Carrasco.
Por nuestra parte, pensamos que al proyecto de marras habría que, por lo menos, pensarlo. Es que el país vive circunstancias que, a priori, ameritaría volver a intentar que el ámbito castrense se convierta en dique de contención de una juventud francamente descarriada, que recorre la vida a tientas y locas.
Por de pronto, no es casualidad que estudios e investigaciones realizadas por entidades serias y confiables arriben a la misma conclusión: el crecimiento geométrico del delito a partir del momento en que miles y miles de jóvenes dejaron de estar bajo bandera. La estadística en este sentido resulta apabullante.
No estamos diciendo ningún dislate. Bien se sabe, que el servicio militar permitió que millones de argentinos analfabetos se retiraran de los cuarteles sabiendo escribir sus nombres. O haber aprendido algún oficio útil para su futuro. No pocos, además, recibieron una cultura religiosa primaria, elemental. Por otra parte, amén de la enseñanza militar recibida, miles de esos jóvenes volvieron a sus hogares con el convencimiento de ser hombres útiles y de provecho, tanto para defender a la Patria como así mismos.
Si los miles de jóvenes que en los últimos años delinquieron hubieran experimentado la vida del cuartel, seguramente no se hubieran desviado del buen camino. Por esas y otras cientos de razones, cabe preguntarse si el servicio militar, a pesar de ciertos excesos, que siempre los hay en la actividad humana, no es el mejor antídoto para combatir los vicios del alcohol y de la droga, y sobre todo el de la haraganería, que es donde se incuban los grandes males sociales de nuestro tiempo.
Aquí no se trata de adoptar actitudes anti o pro militaristas –no se puede vivir rehenes del pasado- sino de legislar con sentido práctico y realista, buscando, por ejemplo, rescatar de la calle a jóvenes que después de haber dejado la adolescencia atrás andan como bola sin manija por el mundo entretenidos en cosas nada recomendables para darle sustento a la buena vida.
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