La otra estafa
Mucho se ha hablado y escrito sobre la crisis moral de argentina, que es el gran flagelo que nos tiene postrados, enfermos, lo que a veces hace que preguntemos ¿quo vadis, Argentina?.
En estas horas, por ejemplo, se ha consumado una de las más grandes estafas a la credibilidad ciudadana que, estupefacta, ha sido testigo de la actitud de dos senadores de la Nación que luego de haber sostenido una cosa, después, con total desenfado, borraron con el codo lo que escribieron con la mano, todo lo cual reinstala en medio de nosotros la figura del tránsfuga y la penosa sospecha del poder de la billetera.
El caso de la legisladora correntina Dora Sánchez es un ejemplo patético de cómo se puede estafar a plena luz del día a toda una sociedad. Por si alguien todavía no lo sabe, esta buena señora es la misma que había tenido conceptos lapidarios contra la ley de medios al sostener que provocaría daños irreversibles a los pequeños medios del interior. En términos parecidos se había pronunciado el senador tucumano Carlos Sánchez, el que, intempestivamente cambió de rumbo siendo un verdadero misterio las causas que motivaron su insólita conducta aunque en todos los ámbitos merodea la peor de la sospecha: al Gobierno no le faltó recursos para comprar voluntades.
En ese marco de dudas y sospechas respecto al real comportamiento de los legisladores al influjo de la billetera oficial, en el seno de la sociedad cunde el desaliento por doquiera y la desconfianza gana espacio rápidamente ante la certeza que seguimos a merced de simples y vulgares estafadores, incluso a merced de auténticos intolerantes. En este sentido, el que se ha llevado todas las palmas es el senador Miguel Angel Pichetto, jefe de la bancada del FPV, quien ahora tendría que disculparse con la comunidad judía por haber calificado de fundamentalista a ese gran hombre y ciudadano que es el rabino Sergio Bergman. Por lo visto, para Pichetto y los que como él acompañan su pensamiento medioeval, pensar distinto al actual oficialismo resulta inadmisible e intolerable. Ello e instaurar el delito de opinión es la misma cosa. Por otra parte, haberse expresado despectivamente sobre la Biblia, o sea la Palabra de Dios, pinta de cuerpo entero la verdadera hechura moral de Pichetto y de quienes adhirieron a su ofensa gratuita a Bergman y a todo lo que él representa.
Entre tanto y a la luz de lo sucedido en el Congreso de la Nación, sería interesante que nos preguntemos quienes son, en realidad, los fundamentalistas que, al menos por ahora, sólo se escuchan a sí mismo y sueñan con la institucionalización de la mordaza, que ya empezaron a estrenarla el viernes ppdo., cuando prohibieron a los canales privados a transmitir en directo el debate en el Senado.
Es de imaginarse lo que se viene ahora.
Este contenido no está abierto a comentarios