La ?quema? de las carrozas
No nos vamos a cansar de repetirlo, por lo menos hasta que alguien se digne escucharnos: desde el mismo instante en que se organizó la quema de monigotes en la zona portuaria comenzó la brusca caída del desfile estudiantil de carrozas. Es que no se puede vestir a un santo desvistiendo al otro.
La quema de muñecos ha hecho que nuestros estudiantes resten tiempo y materiales a la construcción de las carrozas, las que, sin existir el propósito de hacerlo, en los últimos años comenzó a registrar una lenta como inexorable declinación, tanto en calidad como en la calidad de participantes.
Por otra parte, es lógico que aquellos vecinos que colaboran con la quema después se muestren reticentes en hacerlo con la carrozas. Y esto es tan obvio que ni siquiera vale la pena explicarlo.
Lo que Gualeguaychú debería definir a partir de ahora es si prioriza las carrozas, una auténtica fiesta del ingenio, la inventiva, el arte en su expresión más pura o genuina o si opta por prenderle fuego a lo que se crea o se intenta creer para después convertirlo en cenizas.
Por nuestra parte, por más que se nos tilde de tradicionalistas, jamás dudaríamos en seguir alentando la fiesta estudiantil de las carrozas, lo que supone incentivar en el joven el deseo de hacer cosas y no de destruirlas. Y las defendemos porque son parte del ser gualeguaychense, obra exclusiva de juvenilia que jamas necesitó de sponsors para concretar sus sueños y menos aun de mecenas políticos, no pocos de los cuales desde hace mucho a los que no les disgusta la idea de quedarse con las carrozas como patrimonio propio, lo cual nuestra juventud jamás debería permitir que suceda.
Lo que hay que discernir hoy es si se quiere seguir apostando a las carrozas o si se pretende que tales esfuerzos se deriven hacia la quema. De quererse esto último, nuestro gran temor es que la fiesta que soñaron entre otros, don Pablo Haedo, comience su cuenta regresiva hacia el ocaso.
Este contenido no está abierto a comentarios