La sucesión presidencial
En julio de 1985 el Presidente Ronald Reagan debió ser intervenido quirúrgicamente. La operación, que fue programada y que estaba vinculada a una dolencia que lo acompañaría gran parte de su tiempo en el poder, demandaría ocho horas.
Ocho horas en las que la jefatura del estado, del gobierno y de las fuerzas armadas de su país estarían acéfalas de no activarse la previsión constitucional de desplazar del centro de toma de decisiones a Reagan. Y así se hizo. Lo desplazaron, como manda la ley. Por esas ocho horas en las que el presidente estaría bajo los efectos de la anestesia, asumió el funcionario que desde la elección de la fórmula presidencial, está llamado a ocupar el cargo de presidente de la nación: el vicepresidente.
Mucho antes, en noviembre de 1963, el Presidente John F. Kennedy fue abatido a balazos durante una recorrida callejera por Dallas. Su vicepresidente juró pocos minutos después que se constatara el deceso, con tal premura que lo hizo antes de que el avión presidencial despegara, ante una juez de distrito y con la Sra. Jacqueline Kennedy como testigo, con su vestido aún manchado por la sangre de su esposo.
En ambos casos primó la idea de no dejar acéfala a la Nación.
En Argentina, el programa que la Constitución prevé para el caso de acefalía (similar al estadounidense), se activó varias veces. Las últimas han sido en virtud de la vacante por el deceso del Presidente Perón y por la renuncia del Presidente De La Rúa. En el primer caso, María Estela Martínez, más conocida como Isabel, sucedió a su esposo en el cargo, pero en el transcurso de su mandato, ante problemas de salud, delegó el mando en el presidente provisional del Senado, a la sazón, Ítalo Luder, solicitando licencia al Congreso. El Presidente De La Rúa, sin vicepresidente por la renuncia de Carlos Álvarez, tuvo como sucesor natural al presidente provisional del Senado, el Senador Ramón Puerta, quien debió convocar a la Asamblea Legislativa para elegir Presidente.
La reciente intervención a la que fue sometida la Presidente Cristina Fernández nos llama a reflexionar sobre las circunstancias en las que se activó el programa constitucional de reemplazo del jefe de estado. Claramente, la decisión política de respetar el plan de contingencia fue demorada. El vicepresidente asumió casi doce horas después del ingreso por segunda vez de la jefe de estado a la Fundación Favaloro. Tampoco la Presidente solicitó licencia al Congreso, aún cuando iba a ser sometida a una intervención que conllevaba la aplicación de anestesia total y por lo menos un mes de convalecencia. Estas desprolijidades no representan un tema menor en un país con modelo presidencialista, donde el presidente es el jefe de estado, jefe de gobierno, comandante en jefe de las fuerzas armadas y responsable máximo de la administración pública. En ese contexto, tampoco puede ser un secreto de estado la salud presidencial.
La otra circunstancia que merece nuestra atención es el escenario que se nos plantea en virtud de la acefalía, aún cuando sea temporaria. El Sr. Boudou quedará a cargo del poder ejecutivo, pero ¿qué sucedería si debiera viajar al exterior por alguna razón de estado? En tal caso debería, a su vez, delegar el mando en Beatriz Rojkés de Alperovich. ¿Por qué la senadora tucumana podría ser la presidente de los argentinos? Pues porque es presidente provisional del Senado, y de acuerdo a la Ley de Acefalía, segunda en la línea sucesoria presidencial. Este dato no debería ser pasado por alto por los entrerrianos, ya que este año elegimos senadores nacionales. Los senadores que elijamos en Entre Ríos serán llamados, más pronto que tarde, a elegir al presidente provisional del Senado, y por tanto, a un eventual Presidente de la Nación. Este dato, como tantos otros, suele no ser tenido en cuenta por el ciudadano común, al momento de ejercer su derecho al voto. Sólo cuando circunstancias impredecibles activan los mecanismos de sucesión, aparecemos sorprendidos por situaciones que no hacen más que llamarnos a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como ciudadanos.
Mucho antes, en noviembre de 1963, el Presidente John F. Kennedy fue abatido a balazos durante una recorrida callejera por Dallas. Su vicepresidente juró pocos minutos después que se constatara el deceso, con tal premura que lo hizo antes de que el avión presidencial despegara, ante una juez de distrito y con la Sra. Jacqueline Kennedy como testigo, con su vestido aún manchado por la sangre de su esposo.
En ambos casos primó la idea de no dejar acéfala a la Nación.
En Argentina, el programa que la Constitución prevé para el caso de acefalía (similar al estadounidense), se activó varias veces. Las últimas han sido en virtud de la vacante por el deceso del Presidente Perón y por la renuncia del Presidente De La Rúa. En el primer caso, María Estela Martínez, más conocida como Isabel, sucedió a su esposo en el cargo, pero en el transcurso de su mandato, ante problemas de salud, delegó el mando en el presidente provisional del Senado, a la sazón, Ítalo Luder, solicitando licencia al Congreso. El Presidente De La Rúa, sin vicepresidente por la renuncia de Carlos Álvarez, tuvo como sucesor natural al presidente provisional del Senado, el Senador Ramón Puerta, quien debió convocar a la Asamblea Legislativa para elegir Presidente.
La reciente intervención a la que fue sometida la Presidente Cristina Fernández nos llama a reflexionar sobre las circunstancias en las que se activó el programa constitucional de reemplazo del jefe de estado. Claramente, la decisión política de respetar el plan de contingencia fue demorada. El vicepresidente asumió casi doce horas después del ingreso por segunda vez de la jefe de estado a la Fundación Favaloro. Tampoco la Presidente solicitó licencia al Congreso, aún cuando iba a ser sometida a una intervención que conllevaba la aplicación de anestesia total y por lo menos un mes de convalecencia. Estas desprolijidades no representan un tema menor en un país con modelo presidencialista, donde el presidente es el jefe de estado, jefe de gobierno, comandante en jefe de las fuerzas armadas y responsable máximo de la administración pública. En ese contexto, tampoco puede ser un secreto de estado la salud presidencial.
La otra circunstancia que merece nuestra atención es el escenario que se nos plantea en virtud de la acefalía, aún cuando sea temporaria. El Sr. Boudou quedará a cargo del poder ejecutivo, pero ¿qué sucedería si debiera viajar al exterior por alguna razón de estado? En tal caso debería, a su vez, delegar el mando en Beatriz Rojkés de Alperovich. ¿Por qué la senadora tucumana podría ser la presidente de los argentinos? Pues porque es presidente provisional del Senado, y de acuerdo a la Ley de Acefalía, segunda en la línea sucesoria presidencial. Este dato no debería ser pasado por alto por los entrerrianos, ya que este año elegimos senadores nacionales. Los senadores que elijamos en Entre Ríos serán llamados, más pronto que tarde, a elegir al presidente provisional del Senado, y por tanto, a un eventual Presidente de la Nación. Este dato, como tantos otros, suele no ser tenido en cuenta por el ciudadano común, al momento de ejercer su derecho al voto. Sólo cuando circunstancias impredecibles activan los mecanismos de sucesión, aparecemos sorprendidos por situaciones que no hacen más que llamarnos a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como ciudadanos.
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