Las cooperadoras escolares
El ciclo lectivo 2013 está próximo. Más allá de la pendiente solución al debate por los salarios docentes y las mejoras en materia de infraestructura –entre otros puntos de este servicio esencial- es oportuno valorizar los esfuerzos que realizan las cooperadoras escolares.
Si bien no hay una estadística confiable, se estima que casi el noventa por ciento de las escuelas públicas cuentan con una cooperadora escolar, integrada en su mayoría por los padres de los alumnos.
Se trata de una organización que aporta recursos y talentos para consolidar el derecho a la Educación, que se ocupa del bienestar de los alumnos e incluso de mejorar de manera ostensible la propia infraestructura escolar. Es indudable que esta presencia de esfuerzos contribuye con la mejora de la calidad educativa.
Ahora bien, también es cierto que la mayoría de estas cooperadoras padece de ciertos egoísmos de los propios padres, dado que cuesta mucho la renovación de sus miembros porque muchos se niegan a participar, a pesar de que es en beneficio de la educación de sus hijos.
De todos modos, es indiscutible que este trabajo –la más de las veces realizado de manera silencioso- requiere de una vocación por la solidaridad y la reciprocidad. Se trata de un aporte que se inscribe dentro del concepto de las organizaciones voluntarias, que permite solucionar con aportes propios y a veces del Estado, los problemas de las propias escuelas.
En Gualeguaychú, por ejemplo, muchas cooperadoras escolares son instrumentos importantes para canalizar determinados niveles de obras de infraestructura, generalmente con aportes estatales.
Es indudable que las cooperadoras escolares son testimonios concretos de su impacto positivo en la organización escolar, en la conservación y mantenimiento de los edificios, en la generación de recursos para solventar actividades extra escolares pero que son necesarias para la formación integral del alumno… en definitiva consolida un capital social que luego redunda en una mejor sociedad.
Alguna vez se deberá profundizar por qué la cooperadora escolar funciona de manera más activa en el nivel primario que en el secundario. Un fenómeno que recorre a todas las escuelas del país. Y esto ocurre a pesar de que se sabe que el trabajo cooperativo permite reforzar las acciones pedagógicas. Además de ejercer la cultura de la reciprocidad que se opone por definición al individualismo egoísta e incluso a la competición exitista.
En pleno siglo XXI las cooperadoras están llamadas a tener un rol mucho más activo. Se vive en una sociedad que es cada vez más plural y que requiere del aprendizaje de compartir esfuerzos para superar desafíos educativos e incluso de integración social. En este marco es oportuno recordar que no es casual que la sociedad requiere que sus ciudadanos ejerzan acciones colectivas, justamente porque es la base de la definición de comunidad.
Por último, es necesario comprender que la práctica de la cooperación requiere no sólo compartir esfuerzos y talentos, sino también lograr consensos y acuerdos. Y esto se logra con un gran espíritu democrático que a su vez redunda en la defensa del interés general.
Se trata de una organización que aporta recursos y talentos para consolidar el derecho a la Educación, que se ocupa del bienestar de los alumnos e incluso de mejorar de manera ostensible la propia infraestructura escolar. Es indudable que esta presencia de esfuerzos contribuye con la mejora de la calidad educativa.
Ahora bien, también es cierto que la mayoría de estas cooperadoras padece de ciertos egoísmos de los propios padres, dado que cuesta mucho la renovación de sus miembros porque muchos se niegan a participar, a pesar de que es en beneficio de la educación de sus hijos.
De todos modos, es indiscutible que este trabajo –la más de las veces realizado de manera silencioso- requiere de una vocación por la solidaridad y la reciprocidad. Se trata de un aporte que se inscribe dentro del concepto de las organizaciones voluntarias, que permite solucionar con aportes propios y a veces del Estado, los problemas de las propias escuelas.
En Gualeguaychú, por ejemplo, muchas cooperadoras escolares son instrumentos importantes para canalizar determinados niveles de obras de infraestructura, generalmente con aportes estatales.
Es indudable que las cooperadoras escolares son testimonios concretos de su impacto positivo en la organización escolar, en la conservación y mantenimiento de los edificios, en la generación de recursos para solventar actividades extra escolares pero que son necesarias para la formación integral del alumno… en definitiva consolida un capital social que luego redunda en una mejor sociedad.
Alguna vez se deberá profundizar por qué la cooperadora escolar funciona de manera más activa en el nivel primario que en el secundario. Un fenómeno que recorre a todas las escuelas del país. Y esto ocurre a pesar de que se sabe que el trabajo cooperativo permite reforzar las acciones pedagógicas. Además de ejercer la cultura de la reciprocidad que se opone por definición al individualismo egoísta e incluso a la competición exitista.
En pleno siglo XXI las cooperadoras están llamadas a tener un rol mucho más activo. Se vive en una sociedad que es cada vez más plural y que requiere del aprendizaje de compartir esfuerzos para superar desafíos educativos e incluso de integración social. En este marco es oportuno recordar que no es casual que la sociedad requiere que sus ciudadanos ejerzan acciones colectivas, justamente porque es la base de la definición de comunidad.
Por último, es necesario comprender que la práctica de la cooperación requiere no sólo compartir esfuerzos y talentos, sino también lograr consensos y acuerdos. Y esto se logra con un gran espíritu democrático que a su vez redunda en la defensa del interés general.
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