Luces y sombras
Desde la fe se nos advierte sobre la necesidad de detener nuestra atención sobre “los signos de los tiempos”, única manera de poder entender e interpretar lo que nos pasa y que muchas veces nos hunden en profundas cavilaciones que no pocas veces nos llevan al descreimiento.
El país viene de vivir cuatro intensas jornadas destinadas a recordar el Bicentenario. Fueron días en que millones de argentinos se lanzaron a las calles, plazas y paseos públicos en general para revivir el 25 de Mayo de l810, cuando comenzó la noble y hermosa aventura de ser libres.
Lo que debe destacarse es que durante cuatro días, a pesar de las grandes multitudes congregadas, no hubo un solo incidente, nada que maculase la fiesta de todos, lo que puso en evidencia, además, la necesidad que tiene el hombre argentino de expresarse libremente, sin miedos ni ataduras, sacando afuera lo mejor de cada ciudadano.
Felizmente, debemos felicitarnos que hayan sido más las luces que las sombras, aunque estas últimas hayan sido más notorias capaces de opacar el todo. En este sentido, lo sucedido en la Cena del Bicentenario servida en el Salón Blanco de la Casa Rosada, sólo sirvió para exponer la falta de respeto a la historia grande de la República, producto, sin duda, de enconos políticos que debieron ser dejados de lado en homenaje a la magna celebración.
Por de pronto, carece de disculpas que no hayan sido invitados a la cena los ex presidentes que, más allá de sus aciertos y errores, debieron estar presentes en la Gala del Bicentenario. No menos desdoroso para su investidura fue no invitar al vicepresidente de la Nación al ágape de los 200 años, hecho que desnudó ante la República y el mundo la escasez espiritual de un Gobierno que le dio otra bofetada a la Historia al invitar a figuras del espectáculo a rodear la mesa presidencial, entre las que se destacó la presencia de la llamada “Tigresa” Acuña cuyo único gran mérito es el ser boxeadora.
Aquellas sombras eran inmerecidas y el Bicentenario debió ser resguardado de ellas. No menos imperdonable es haber ladeado a la Iglesia, siendo que ésta ha sido parte protagónica de la Historia Patria, a la que se le debió evitar baldón semejante.
Es verdaderamente una lástima que gran parte del capital espiritual que se acumuló durante cuatro días se lo haya despilfarrado sin pena ni gloria en aras de una actitud carente de grandeza y espíritu republicano, haciendo caso omiso a la homilía de Mons. Radrizzani en Luján.
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