Recuperar el federalismo
El año que viene habrá elecciones nacionales generales. Es una valiosa oportunidad para exigir –especialmente a los gobernadores- que se pongan de acuerdo a nivel país para establecer un nuevo esquema federal de coparticipación de ingresos.
Cualquier manual de política e historia enseña que Argentina es una República Federal.
Pero lo que cuesta entender es que se vive en un deterioro institucional, donde la condición de federal se encuentra degradada porque el centralismo es lo dominante.
Por empezar es muy difícil consolidar el federalismo en la práctica si antes no se reforma el sistema de coparticipación de ingresos fiscales, que dicho sea de marco, es una deuda que se tiene con la reformada Constitución Nacional de 1994, cuyo artículo “transitorio” pareciera que se ha transformado en “para siempre”.
Desde siempre la concentración de recursos por parte del Gobierno nacional implica un detrimento de las provincias. Y siguiendo con este esquema, la concentración de recursos de las provincias debilita a los municipios.
Lamentablemente, tampoco se tuvo vocación política para avanzar en estas reformas, a pesar de los ciclos de bonanzas que tuvo la región en materia económica. Se ha dejado pasar una gran oportunidad para fortalecer al federalismo.
Ahora se puede entender mejor que el centralismo es una de las causas que genera el déficit fiscal en las provincias o al menos impide que se tenga autonomía con las obras públicas estratégicas. Por eso la erosión que padece el concepto de federalismo está en íntima relación con el deterioro de la calidad de vida, porque cuesta mucho consolidar la calidad en áreas sensibles como la Educación, la Salud, la seguridad, la Justicia, la construcción de viviendas, las redes viales y especialmente la promoción del desarrollo integral de la economía regional o local.
Es incoherente que la Nación pueda presentar números superavitarios, pero casi todas las provincias tengan déficit creciente, por más que se los disimule a través de las transferencias de recursos –a veces discrecionales- que realiza la Nación hacia las jurisdicciones o la adecuación o refinanciación de las deudas.
El federalismo es una poderosa herramienta administrativa, que bien utilizada permite al gobierno apuntalar los desequilibrios y compensar a las provincias que tengan menos posibilidades de recursos. Pero en la realidad no ocurre, porque todo depende del grado de disciplina o de obediencia que se tenga con el gobierno de turno. Abrazar al federalismo implica tener muy claro lo básico de la democracia, porque hay que ser democrático a la hora de disponer de los recursos. Y si se habla de dependencia, entonces hay que tomar conciencia que se está lesionando conceptos esenciales como la autonomía.
¿Por qué los gobernadores de provincia no hacen una defensa más encendida del federalismo? ¿Por qué incluso hasta los de la oposición abandonan el mejor espíritu de los fundadores de la Patria? Alguna vez se tendrá que actuar con más convicciones, aunque eso no sea lo más ventajoso en la coyuntura.
Pero lo que cuesta entender es que se vive en un deterioro institucional, donde la condición de federal se encuentra degradada porque el centralismo es lo dominante.
Por empezar es muy difícil consolidar el federalismo en la práctica si antes no se reforma el sistema de coparticipación de ingresos fiscales, que dicho sea de marco, es una deuda que se tiene con la reformada Constitución Nacional de 1994, cuyo artículo “transitorio” pareciera que se ha transformado en “para siempre”.
Desde siempre la concentración de recursos por parte del Gobierno nacional implica un detrimento de las provincias. Y siguiendo con este esquema, la concentración de recursos de las provincias debilita a los municipios.
Lamentablemente, tampoco se tuvo vocación política para avanzar en estas reformas, a pesar de los ciclos de bonanzas que tuvo la región en materia económica. Se ha dejado pasar una gran oportunidad para fortalecer al federalismo.
Ahora se puede entender mejor que el centralismo es una de las causas que genera el déficit fiscal en las provincias o al menos impide que se tenga autonomía con las obras públicas estratégicas. Por eso la erosión que padece el concepto de federalismo está en íntima relación con el deterioro de la calidad de vida, porque cuesta mucho consolidar la calidad en áreas sensibles como la Educación, la Salud, la seguridad, la Justicia, la construcción de viviendas, las redes viales y especialmente la promoción del desarrollo integral de la economía regional o local.
Es incoherente que la Nación pueda presentar números superavitarios, pero casi todas las provincias tengan déficit creciente, por más que se los disimule a través de las transferencias de recursos –a veces discrecionales- que realiza la Nación hacia las jurisdicciones o la adecuación o refinanciación de las deudas.
El federalismo es una poderosa herramienta administrativa, que bien utilizada permite al gobierno apuntalar los desequilibrios y compensar a las provincias que tengan menos posibilidades de recursos. Pero en la realidad no ocurre, porque todo depende del grado de disciplina o de obediencia que se tenga con el gobierno de turno. Abrazar al federalismo implica tener muy claro lo básico de la democracia, porque hay que ser democrático a la hora de disponer de los recursos. Y si se habla de dependencia, entonces hay que tomar conciencia que se está lesionando conceptos esenciales como la autonomía.
¿Por qué los gobernadores de provincia no hacen una defensa más encendida del federalismo? ¿Por qué incluso hasta los de la oposición abandonan el mejor espíritu de los fundadores de la Patria? Alguna vez se tendrá que actuar con más convicciones, aunque eso no sea lo más ventajoso en la coyuntura.
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