Ser constructores de la paz
Según la tradición católica, Navidad es la fiesta de la encarnación del Hijo de Dios para salvar al mundo de la muerte eterna. Pero Navidad tiene también otro significado que a menudo se olvida o se deja al costado: es, por sobre todo, la fiesta de paz, una invitación al hombre para que se reconcilie con el mismo perdonándose mutuamente.
La paz es el mayor bien que hace feliz al ser humano, sobre todo cuando éste, como sucede hoy, está expuesto a una violencia con características escatológicas. Cuando todo podría evitarse viviendo la fraternidad pensada por Dios desde toda la eternidad.
Argentina, lo sabemos todo, continúa padeciendo una crisis interior profunda porque los hombres que la gobiernan y sus propios gobernados no han sido capaces hasta el presente de ofrecer un modelo de país donde la pacificación sea el eje en la vida de sus habitantes.
Nos vivimos dentelleándonos los unos a los otros, para lo cual, algunos, recitan la palinodia de defender la memoria, pero no la memoria absoluta sino la segmentada, aquella de los ojos en la nuca o la de los onerosos revanchismos que nos impiden que el futuro está delante y no detrás de nosotros.
Falta, incluso en quienes ejercen el poder republicano, el gesto de la grandeza humana consistente en darnos el saludo de la paz. Hay quienes prefieren arrinconarse en odios y resentimientos recalcitrantes, sin tener en cuenta la Palabra de Aquél que nos dice ?felices los que luchan por la paz porque serán llamados hijos de Dios..?
Debemos esforzarnos por ser constructores de la paz en un país a veces sombrío y, peor aún, sin esperanza. Hoy como nunca, necesitamos el desarme completo de los espíritus que, soliviantados por el odio, andan convocando los viejos fantasmas de un pasado, que se obstinan en renegar del amor y en modo especial de una paz que es la única que puede hacernos libres, para que dejemos de vivir como esclavos.
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