Sin confianza
El Estado es considerado el primer sector. El mundo de la empresa es el segundo. Y el que integran las organizaciones no gubernamentales que pueden interactuar con aquellos dos como las asociaciones civiles, las fundaciones, mutuales, cooperativas, y demás entidades de bien público, son considerados como el tercer sector.
Dicho esto es oportuno recordar que para lograr el desarrollo es indispensable generar redes de confianza. En la vida se aprende que sin confianza no hay capacidad de construcción. La confianza requiere reciprocidad.
La gran desconfianza que existe entre los distintos partidos políticos es espantosa y desalienta siquiera la posibilidad de poner temas en común. Es más, la desconfianza es el escenario común en un mismo partido político y esas llamadas “internas” hoy se presentan como un gran obstáculo para el desarrollo integral y armónico.
Este aspecto es muy curioso, porque es justamente el campo de la ciencia política la que debería en estos momentos ser un referente en la construcción de la confianza democrática que implica un desarrollo integral de una sociedad.
Un debate político que es en el mejor de los casos superficial, rodeado de agresiones, sin aportes de ideas innovadoras, es lo que prevalece en el discurso de los referentes políticos que aspiran a representar a los ciudadanos.
Poseen un pensamiento binario, precario. Lo que propone uno lo presenta como lo absoluto y lo único posible y lo que propone el otro pareciera que fuera inútil o en vano. Ni una cosa ni la otra. Cuando se transita en este paradigma de blanco o negro, en realidad se transita por la cornisa de la mediocridad. Por eso esta campaña electoral está rodeada de mediocridad y el ciudadano sigue absorto frente a sus necesidades y problemáticas.
Ni nadie es tan sabio para tener todas las respuestas ni tan negativo como para no proponer ninguna.
En el fondo es un tema de educación democrática. Y sin ese aspecto (la educación democrática), podrán existir bonanzas económicas formidables para un crecimiento, pero no será desarrollo. Tal vez los propios partidos políticos deberían ubicarse en un plano que les permita aprender de sus propias sociedades a las que aspiran representar y mejorar.
El gran desafío de este siglo no está signado únicamente por el acceso y la comprensión de la tecnología, sino el de adherir a valores que permitan asegurar una mejor convivencia. El desafío es histórico, porque implica consolidar el respeto mutuo, la práctica de la solidaridad y la reciprocidad, entre otros valores que no se pueden negociar si se pretende vivir en comunidad.
Comprender la diversidad, valorar la pluralidad, son cuestiones donde la política se encuentra muy rezagada, cuando en rigor debería estar liderando ese paradigma.
A esta altura de la evolución del pensamiento humano, se sabe que es el aprendizaje el medio por el cual una persona y una sociedad pueden llegar a mejorar y transformar su realidad. Así las cosas, la educación no es únicamente una formación en saberes o conocimientos, sino una formación para la vida en relación con los demás.
Cuando los partidos políticos aprendan a ejercitar mejor la educación democrática integral, entonces habrá más chances para construir en confianza y de manera recíproca. Será el momento de consolidar lo que se denomina política de Estado, es decir, el proceso de gestión que trasciende a un determinado gobierno porque se entiende que consolida el interés general.
La gran desconfianza que existe entre los distintos partidos políticos es espantosa y desalienta siquiera la posibilidad de poner temas en común. Es más, la desconfianza es el escenario común en un mismo partido político y esas llamadas “internas” hoy se presentan como un gran obstáculo para el desarrollo integral y armónico.
Este aspecto es muy curioso, porque es justamente el campo de la ciencia política la que debería en estos momentos ser un referente en la construcción de la confianza democrática que implica un desarrollo integral de una sociedad.
Un debate político que es en el mejor de los casos superficial, rodeado de agresiones, sin aportes de ideas innovadoras, es lo que prevalece en el discurso de los referentes políticos que aspiran a representar a los ciudadanos.
Poseen un pensamiento binario, precario. Lo que propone uno lo presenta como lo absoluto y lo único posible y lo que propone el otro pareciera que fuera inútil o en vano. Ni una cosa ni la otra. Cuando se transita en este paradigma de blanco o negro, en realidad se transita por la cornisa de la mediocridad. Por eso esta campaña electoral está rodeada de mediocridad y el ciudadano sigue absorto frente a sus necesidades y problemáticas.
Ni nadie es tan sabio para tener todas las respuestas ni tan negativo como para no proponer ninguna.
En el fondo es un tema de educación democrática. Y sin ese aspecto (la educación democrática), podrán existir bonanzas económicas formidables para un crecimiento, pero no será desarrollo. Tal vez los propios partidos políticos deberían ubicarse en un plano que les permita aprender de sus propias sociedades a las que aspiran representar y mejorar.
El gran desafío de este siglo no está signado únicamente por el acceso y la comprensión de la tecnología, sino el de adherir a valores que permitan asegurar una mejor convivencia. El desafío es histórico, porque implica consolidar el respeto mutuo, la práctica de la solidaridad y la reciprocidad, entre otros valores que no se pueden negociar si se pretende vivir en comunidad.
Comprender la diversidad, valorar la pluralidad, son cuestiones donde la política se encuentra muy rezagada, cuando en rigor debería estar liderando ese paradigma.
A esta altura de la evolución del pensamiento humano, se sabe que es el aprendizaje el medio por el cual una persona y una sociedad pueden llegar a mejorar y transformar su realidad. Así las cosas, la educación no es únicamente una formación en saberes o conocimientos, sino una formación para la vida en relación con los demás.
Cuando los partidos políticos aprendan a ejercitar mejor la educación democrática integral, entonces habrá más chances para construir en confianza y de manera recíproca. Será el momento de consolidar lo que se denomina política de Estado, es decir, el proceso de gestión que trasciende a un determinado gobierno porque se entiende que consolida el interés general.
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