Un mal que se propaga
Como reflejo de lo que pasa en las grandes urbes, el interior argentino comienza también a verse incluido en un fenómeno que es una constante en los grandes medios de Buenos Aires, como son la radio y la televisión. Nos referimos al mal originado en el comportamiento moral de la gente.
El último fin de semana Gilbert fue escenario de una suerte de asamblea popular: una parte considerable de sus pobladores se lanzó a la calle para protestar y reclamar justicia a causa de la violación, o presunta violación, de una nena de ocho años de edad.
Y somos cuidadosos en el uso del lenguaje porque muchas veces la reacción de la gente es emocional y no siempre se ajusta a la realidad. Es probable que el caso de Gilbert haya existido, pero la prudencia manda a ser discretos en la calificación del hecho sin disponer del dictamen que emana de la ciencia.
Todo indicaría, sin embargo, que la violencia de la chiquita de ocho años sería veraz y podría haber sido consumado por una persona pariente de la pequeña víctima.
El episodio, en primer lugar, tiene la suficiente entidad como para no hacernos los distraídos y prueba, una vez más, que la maldad no es sólo patrimonio de las grandes ciudades. Lo de Gilbert no haría otra cosa que confirmar que el mal se propaga por todas partes y que las comunidades de escasa densidad demográfica están igualmente expuestas y en peligro de ser ?defloradas? por seres enfermos al borde de la degradación moral.
Por esa razón, Gilbert a partir del desgraciado episodio que la conmueve, ya no volverá a ser la misma, sobre todo porque, seguramente, los padres empezarán a actuar de otra manera en el cuidado de los hijos. Hasta ayer, las chicas y chicos iban y venían de la escuela sin la menor vigilancia. Es posible que también se modifiquen ciertos hábitos nocturnos, como el consentir que los menores transiten las callecitas del lugar con absoluta libertad.
En este caso, no se trata de agrandar las cosas o magnificarlas. Lo que el sentido común aconseja es, simplemente, ser más cautos y precavidos a la hora de cuidar a los hijos, siendo evidente que las miserias imperantes en los grandes centros urbanos están siendo rápidamente trasplantadas a las comunidades más pequeñas e indefensas.
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