Una presión fiscal que ahoga
Por estas horas todas las voces políticas y sindicales hablan del impuesto a las Ganancias. Para la oposición la limitación es que por diciembre no se pague, mientras que para el gobierno se trata de una “contribución solidaria” (sic) y para los sindicatos es necesario revisar sus topes ampliando la brecha. No está mal esta discusión, pero se trata en todo caso de un debate más oportunista, porque no aborda la cuestión de
Un indicador del desarrollo de una sociedad es la cultura del trabajo; además del cuidado de esas fuentes laborales que realiza el sector público y privado y su compromiso para que haya más empleo.
Sin embargo, en Argentina es el Estado con su presión fiscal laboral uno de los principales obstáculos para la generación de puestos de trabajo. De esto nadie habla en profundidad.
El mundo, sin excepción, está amenazado por el flagelo de la desocupación. La carga fiscal en materia laboral se traduce en una voracidad por recaudar desatendiendo las necesidades del conjunto de la sociedad.
Pareciera que todavía no se ha tomado una real conciencia del drama de la desocupación, que además de golpear de manera dura en el interior de una familia, tiene enormes repercusiones negativas en toda la comunidad. La desocupación no es un problema individual sino colectivo y la presión fiscal laboral no afecta a un único sector sino a toda la sociedad.
Estar desocupado genera enormes incertidumbres, pero especialmente en los jóvenes genera también desesperanzas.
Desde la Pastoral Social del Episcopado se viene señalando desde hace demasiado tiempo de este drama que padecen los jóvenes comprendidos en la franja etaria entre los veinte y los cuarenta años.
No es casual que la presión fiscal sea una de las variables más argumentada por los empresarios a la hora de explicar por qué no amplían sus fuentes laborales. No es menor el dato de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que advierte que en Argentina encontrar trabajo demanda un tiempo superior al año.
Se trata de un tiempo muy extenso y esa demora acelera la desmoralización de saberse con capacidad pero sin ocupación. La pérdida de la autoestima personal, la sensación de frustración de los proyectos familiares que no se pueden sostener, el padecimiento de enfermedades mentales como la depresión y la angustia crónica, entre otras, reflejan a las claras que la desocupación es una interpelación ética al conjunto de la sociedad pero especialmente al Estado que es su gran obstáculo.
El desempleo es claramente un indicador de pérdida de calidad de vida, además de generar tensiones sociales. Ya no se trata de variables financieras o económicas, sino culturales y familiares. No hay que olvidar que la cultura del trabajo es un mandato bíblico y forma parte de la dignidad que toda persona necesita para ser en sociedad.
Sin embargo, en Argentina es el Estado con su presión fiscal laboral uno de los principales obstáculos para la generación de puestos de trabajo. De esto nadie habla en profundidad.
El mundo, sin excepción, está amenazado por el flagelo de la desocupación. La carga fiscal en materia laboral se traduce en una voracidad por recaudar desatendiendo las necesidades del conjunto de la sociedad.
Pareciera que todavía no se ha tomado una real conciencia del drama de la desocupación, que además de golpear de manera dura en el interior de una familia, tiene enormes repercusiones negativas en toda la comunidad. La desocupación no es un problema individual sino colectivo y la presión fiscal laboral no afecta a un único sector sino a toda la sociedad.
Estar desocupado genera enormes incertidumbres, pero especialmente en los jóvenes genera también desesperanzas.
Desde la Pastoral Social del Episcopado se viene señalando desde hace demasiado tiempo de este drama que padecen los jóvenes comprendidos en la franja etaria entre los veinte y los cuarenta años.
No es casual que la presión fiscal sea una de las variables más argumentada por los empresarios a la hora de explicar por qué no amplían sus fuentes laborales. No es menor el dato de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que advierte que en Argentina encontrar trabajo demanda un tiempo superior al año.
Se trata de un tiempo muy extenso y esa demora acelera la desmoralización de saberse con capacidad pero sin ocupación. La pérdida de la autoestima personal, la sensación de frustración de los proyectos familiares que no se pueden sostener, el padecimiento de enfermedades mentales como la depresión y la angustia crónica, entre otras, reflejan a las claras que la desocupación es una interpelación ética al conjunto de la sociedad pero especialmente al Estado que es su gran obstáculo.
El desempleo es claramente un indicador de pérdida de calidad de vida, además de generar tensiones sociales. Ya no se trata de variables financieras o económicas, sino culturales y familiares. No hay que olvidar que la cultura del trabajo es un mandato bíblico y forma parte de la dignidad que toda persona necesita para ser en sociedad.
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