Valorar la vida
La lucha contra las adicciones, especialmente contra las drogas –pero también contra el alcoholismo-, deben contemplar una alianza estratégica y sólida con los jóvenes, el conjunto de la sociedad civil y obviamente los gobiernos.
La lucha contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas debe ser encarada con una perspectiva global pero con una fuerte integración en lo local.
Se trata de un problema mundial, pero que necesariamente requiere de acciones locales firmes.
La experiencia indica que las políticas de lucha contra las drogas tanto a nivel internacional, nacional, provincial como locales son siempre limitadas. Pero esa limitación no debe eclipsar algunos logros. Está claro que las drogas ilícitas presentan un serio y grave problema para la salud. No es casual que las drogas deben estar, como un concepto primario, controladas. En estos momentos existen iniciativas en el Congreso Nacional para liberar el consumo individual o personal de drogas –especialmente la marihuana-. Pero en rigor se trata de una iniciativa que tiene falsos razonamientos. En primer lugar, el sistema de salud no está preparado para contener el crecimiento en las adicciones. En segundo lugar, es falso que su liberación permita disminuir el mercado ilícito. Y en tercer lugar, que es clave, engendra destrucción y alimenta la cultura de la muerte. Y se podría agregar otro elemento: no hay drogas buenas y drogas malas. Todas responden a la cultura de la destrucción y de la muerte.
A pesar de los inmensos y dramáticos –a veces trágicos- problemas que plantea la droga, es posible pensar en mitigar su impacto. Se requiere de perspectivas equilibradas para enfrentar tanto la oferta de drogas ilícitas como para disminuir su demanda con medidas preventivas que tengan como eje el horizonte de una mejor calidad de vida.
No es casual que los métodos de prevención del consumo de drogas que han tenido más éxito no son los de su liberación para consumo personal, sino los que han permitido la participación de familias, escuelas y de la comunidad en general en su rol de protectores que aseguren una niñez, una adolescencia y una juventud sanas, a salvo de peligros, y proporcionen medios de subsistencia legítimos a los adultos.
Los millones y millones de pesos que se generan por las actividades ilícitas relacionadas con las drogas impulsan delitos conexos como la trata de personas, el contrabando de armas es incluso enfrentamientos armados. Y todo esto casi siempre al amparo de la impunidad y la corrupción estatal. No hay territorio de tránsito sino que todos ya son lugares de destino. Su solución no puede pasar por la liberación del consumo para uso personal.
Además, ya no es un problema de salud pública sino también de seguridad pública. Estos problemas afectan y amenazan la seguridad nacional, la soberanía de los Estados, y carcome la estabilidad de una familia, de una comunidad y es incompatible con cualquier desarrollo sostenible.
Se trata de un problema mundial, pero que necesariamente requiere de acciones locales firmes.
La experiencia indica que las políticas de lucha contra las drogas tanto a nivel internacional, nacional, provincial como locales son siempre limitadas. Pero esa limitación no debe eclipsar algunos logros. Está claro que las drogas ilícitas presentan un serio y grave problema para la salud. No es casual que las drogas deben estar, como un concepto primario, controladas. En estos momentos existen iniciativas en el Congreso Nacional para liberar el consumo individual o personal de drogas –especialmente la marihuana-. Pero en rigor se trata de una iniciativa que tiene falsos razonamientos. En primer lugar, el sistema de salud no está preparado para contener el crecimiento en las adicciones. En segundo lugar, es falso que su liberación permita disminuir el mercado ilícito. Y en tercer lugar, que es clave, engendra destrucción y alimenta la cultura de la muerte. Y se podría agregar otro elemento: no hay drogas buenas y drogas malas. Todas responden a la cultura de la destrucción y de la muerte.
A pesar de los inmensos y dramáticos –a veces trágicos- problemas que plantea la droga, es posible pensar en mitigar su impacto. Se requiere de perspectivas equilibradas para enfrentar tanto la oferta de drogas ilícitas como para disminuir su demanda con medidas preventivas que tengan como eje el horizonte de una mejor calidad de vida.
No es casual que los métodos de prevención del consumo de drogas que han tenido más éxito no son los de su liberación para consumo personal, sino los que han permitido la participación de familias, escuelas y de la comunidad en general en su rol de protectores que aseguren una niñez, una adolescencia y una juventud sanas, a salvo de peligros, y proporcionen medios de subsistencia legítimos a los adultos.
Los millones y millones de pesos que se generan por las actividades ilícitas relacionadas con las drogas impulsan delitos conexos como la trata de personas, el contrabando de armas es incluso enfrentamientos armados. Y todo esto casi siempre al amparo de la impunidad y la corrupción estatal. No hay territorio de tránsito sino que todos ya son lugares de destino. Su solución no puede pasar por la liberación del consumo para uso personal.
Además, ya no es un problema de salud pública sino también de seguridad pública. Estos problemas afectan y amenazan la seguridad nacional, la soberanía de los Estados, y carcome la estabilidad de una familia, de una comunidad y es incompatible con cualquier desarrollo sostenible.
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