Violencia sin fin, paz sin inicios
Los sucesos vividos en Estados Unidos, donde una congresal fue baleada no debería asombrar.
La violencia política en Estados Unidos está en el alma de su sistema. Por lo menos cuatro presidentes asesinados, una docena de líderes sociales que también fueron asesinados, representa una violencia política como pocos países en el mundo.
Es que el uso de armas de manos es un formidable negocio, estrechamente vinculado con la violencia política.
Se estima que los fusiles, ametralladoras y pistolas han causan muchas más víctimas que los tanques, la aviación o la marina de guerra. Esas armas de mano, en su mayoría producidas en el hemisferio Norte, han matado seis millones de niños entre 2000 y 2010, fundamentalmente en el hemisferio Sur. Sin embargo, a pesar de esas cifras espantosas, la comunidad internacional sólo se compromete tímidamente en la tarea de reglamentar y controlar la transferencia de armas livianas. Y Europa, dividida entre sus aspiraciones humanistas y su condición de exportador, mira para otro lado ante las actividades de algunos de sus industriales.
Los fabricantes de armas (con nexos directos en los principales gobiernos de las potencias mundiales) son sin dudas los más grandes expertos en negación de responsabilidad.
Ante el horror provocado por las imágenes de las muertes infligidas por sus ejércitos en las operaciones de guerra moderna (ellos la llaman conservación de la paz, seguridad, etcétera), Estados Unidos y Europa desarrollaron no sólo nuevas armas, sino también las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales para venderlas al mejor postor. ¡Y todo en nombre de la paz!
Desde finales del siglo XX, las guerras ya no enfrentan ejércitos en un campo de batalla. El uso de los “escudos humanos” se ha convertido en algo casi sistemático: la policía y el ejército se mezclan con los civiles para evitar ser tomados como blanco.
El fin de la guerra fría marcó el vuelco de los conflictos desde los enfrentamientos entre Estados hacia cuestiones de seguridad nacional o de intervención exterior. Desde entonces, los estrategas estadounidenses sueñan con una sola cosa: la “guerra limpia”. Nada más hipócrita que ese nombre. Con esa teoría, la guerra no tendrá nunca fin y la paz jamás tendrá inicio.
Estas armas pueden usarse en contextos muy diferentes de los considerados por el fabricante (ya se vio patente en Arkansas, pero los testimonios son diarios). El número de ejecuciones cotidianas son incontables. Como incontables las ganancias de los países del primer mundo y de los fabricantes de armas.
Es que el uso de armas de manos es un formidable negocio, estrechamente vinculado con la violencia política.
Se estima que los fusiles, ametralladoras y pistolas han causan muchas más víctimas que los tanques, la aviación o la marina de guerra. Esas armas de mano, en su mayoría producidas en el hemisferio Norte, han matado seis millones de niños entre 2000 y 2010, fundamentalmente en el hemisferio Sur. Sin embargo, a pesar de esas cifras espantosas, la comunidad internacional sólo se compromete tímidamente en la tarea de reglamentar y controlar la transferencia de armas livianas. Y Europa, dividida entre sus aspiraciones humanistas y su condición de exportador, mira para otro lado ante las actividades de algunos de sus industriales.
Los fabricantes de armas (con nexos directos en los principales gobiernos de las potencias mundiales) son sin dudas los más grandes expertos en negación de responsabilidad.
Ante el horror provocado por las imágenes de las muertes infligidas por sus ejércitos en las operaciones de guerra moderna (ellos la llaman conservación de la paz, seguridad, etcétera), Estados Unidos y Europa desarrollaron no sólo nuevas armas, sino también las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales para venderlas al mejor postor. ¡Y todo en nombre de la paz!
Desde finales del siglo XX, las guerras ya no enfrentan ejércitos en un campo de batalla. El uso de los “escudos humanos” se ha convertido en algo casi sistemático: la policía y el ejército se mezclan con los civiles para evitar ser tomados como blanco.
El fin de la guerra fría marcó el vuelco de los conflictos desde los enfrentamientos entre Estados hacia cuestiones de seguridad nacional o de intervención exterior. Desde entonces, los estrategas estadounidenses sueñan con una sola cosa: la “guerra limpia”. Nada más hipócrita que ese nombre. Con esa teoría, la guerra no tendrá nunca fin y la paz jamás tendrá inicio.
Estas armas pueden usarse en contextos muy diferentes de los considerados por el fabricante (ya se vio patente en Arkansas, pero los testimonios son diarios). El número de ejecuciones cotidianas son incontables. Como incontables las ganancias de los países del primer mundo y de los fabricantes de armas.
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