Entrevista con el neonatólogo Francisco Duboscq
“He vivido milagros mucho más de lo que yo creo o soy consciente”
La neonatología puede definirse como el estudio o conocimiento del nuevo nacido.
Es una especialización dentro de la pediatría y es quien puede brindar tratamiento de las enfermedades del ser humano durante los primeros 28 días de vida, pasando por la atención médica en la sala de partos, por el período de los primeros siete días hasta los 28 días de vida del niño, posterior a los cuales se le considera como “lactante”, que es otro campo de la pediatría.
La terapia intensiva en neonatología es el paisaje donde se desenvuelve cotidianamente el doctor Francisco Duboscq, atendiendo a los recién nacidos que están enfermos o requieren un cuidado especial debido a que son prematuros, han nacido con bajo peso o sufren diferentes patologías.
Francisco Pedro Duboscq nació el 25 de abril de 1953 en Gualeguaychú. Recibió a EL ARGENTINO en la tarde noche del jueves para dialogar sobre sus comienzos, cómo conformó el servicio de terapia neonatológica en la ciudad “con la gran ayuda e iniciativa de la Capullos” –como él mismo lo recuerda- y para reflexionar sobre un aspecto que para él es tan cotidiano como trascendente.
-¿Cómo surgió su vocación como médico?
-Cuando empecé el secundario en el Colegio Luis Clavarino (soy egresado 1970) ya observaba que mi inclinación iba a ser la medicina. Y estaba casi seguro que se iba a concretar de esa manera. En mi familia somos dos hermanos (mi hermano menor es Jorge que es ginecólogo). Mi padre era agrimensor y mi abuelo ingeniero civil. Mi abuelo materno era Carlos Altuna, que en su momento fue el fundador del Sanatorio Altuna, un instituto médico quirúrgico. Hago esta referencia de contexto para que se comprenda mejor que desde niños tuvimos el mandato familiar de estudiar o trabajar, justamente para no desaprovechar las posibilidades y los esfuerzos. En 1971 hago el ingreso en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y al año siguiente comienzo Medicina.
-En esos años Entre Ríos todavía no había superado su destino de isla…
-No estaba el puente Zárate Brazo Largo. No existía la computación y tampoco había internet. No existían los celulares y prácticamente tampoco teníamos teléfono de línea. Era habitual, por ejemplo, que cuando alguien quería hablar por teléfono a Buenos Aires, debía llamar a una central y pedir la conferencia telefónica, que en el mejor de los casos tenía una demora de varias horas. Mientras vivía en Buenos Aires, el teléfono lo utilizaba si había alguna urgencia impostergable o de extrema necesidad. Las más de las veces, las comunicaciones era por algún familiar o amigo de la familia que viajaba o la más habitual, la carta escrita de puño y letra y enviada vía postal por el correo.
-Recuerda cuándo dejó Gualeguaychú para irse a estudiar en la universidad…
-Fue el 26 de abril de 1971. Lo hice en colectivo y viajé con la ventanilla abierta porque tampoco había aire acondicionado en esos transportes de pasajeros. A la ventanilla me la hicieron cerrar porque ingresaba el polvo del ripio. Y desde abril hasta julio no regresé a la ciudad y el contacto con la familia era muy esporádico y casi siempre si algún conocido viajaba. Parece mentira que hoy se pueda ir y venir a Buenos Aires en el mismo día, que los estudiantes que se van tienen formidables posibilidades de comunicación. Si hasta los menores de edad ya manejan el celular e internet mejor que uno. Los cambios fueron enormes.
-Introdujo a una Gualeguaychú diferente con las comunicaciones. ¿Qué otras encuentra?
-En mi época de estudiante, la relación familia escuela era muy diferente a la actual. Incluso los profesores de mi época de secundaria eran personas que además de inspirar respeto, respetaban. Y se esforzaban por enseñarnos más allá de lo específico de sus materias. Mi profesor de Botánica, Balucho Etchebarne, era uno de esos profesores junto con Ruperto Gerlós en Matemática y así podría seguir nombrando. Nos daban sentido de pertenencia.
-Volvemos a Buenos Aires. Era estudiante de Medicina y ya sabía que iba a ser pediatra y luego neonatólogo…
-No. Y esto es lo increíble. En la UBA se hacen los tres primeros años en la Facultad de Medicina y luego se integra a lo que se llama Unidad Docente Hospitalaria; es decir, el alumno se integra a un hospital donde se conocen las distintas especialidades. Al principio a mí me gustaba neumonología y cardiología. En el último año curso Pediatría. Y la segunda rotación que me tocaba era neonatología. Pedí por favor que me cambiaran porque creía que con esos bebés tan chiquitos no iba a poder trabajar bien. Hasta que llegó un día que tenía que hacer sí o sí esa rotación porque era algo obligatorio y me encontré con un buen equipo de profesionales que me fueron entusiasmando.
-Por los años que sitúa esta historia, principios de la década del ´70, la ciencia hace grandes avances en neonatología…
-Siempre digo que gracias a Dios y por el destino, me tocó vivir y compartir cambios muy importantes en neonatología y fundamentalmente en la terapia de neonatología. Y me tocó compartirlos por una cuestión cronológica, de época.
-Puede precisar mejor esa bisagra que hace la terapia intensiva neonatal…
-A principios de los años ’60 se produce un hecho que cambiará el rumbo y en verdad, muy poca gente lo sabe. En 1963 murió un hijo de John Fitzgerald Kennedy y de Jacqueline Lee Bouvier, que se llamó Patrick. Ese bebé falleció a los dos días de haber nacido porque era prematuro grande. Había nacido con 2,2 kilos, pero a las 34-35 semanas cuando los bebé de término son de 38 semanas.
-Parece un contrasentido: prematuro grande…
-Los neonatólogos de antes no los querían tratar porque eran los más difíciles cuando se enfermaban. El asunto es que como consecuencia de la muerte de ese bebé, el matrimonio de los Kennedy fomentaron muchas donaciones para que se volcara para solucionar una de las primeras dificultades de los chicos que nacen con insuficiencia respiratoria por inmadurez del sistema pulmonar. Neonatólogos existieron siempre, pero de esa experiencia surgen los primeros terapistas neonatólogos, que fueron pioneros en la aplicación de respiración positiva continua y el respirador neonatal entre otras técnicas. Este es el caso de George Gregory, que era anestesista y luego se especializó. Y así fue como la terapia neonatal en Estados Unidos, y mucho después en Argentina, hizo un cambio revolucionario. Y por una cuestión de generación, me tocó vivir esos frutos.
-Además habrá tenido maestros…
-Por cierto que sí y muy buenos y generosos. Cuando voy a Neonatología, justo llega un argentino que se había formado en San Francisco, Estados Unidos, y por las cosas de la vida reemplaza al anterior jefe del Servicio de Neonatología. Esa persona era el doctor Augusto Sola, que fue mi maestro. Él tenía muchas ganas de cambiar las cosas. En esos tiempos, al recién nacido le dábamos el oxígeno pero no mucho más. Fue Augusto Sola quien introduce en la Argentina los avances como la asistencia respiratoria mecánica y ese cambio me tocó vivirlo de manera plena. Y como el Hospital de Clínicas tiene carácter universitario y aparte vienen becados de muchos lados, nos tocó reorganizar la reapertura de terapia neonatal en varias provincias como Mendoza y Tucumán.
-Luego viene la inauguración del Hospital Garraham…
-Eso fue otro hito. Fui parte del equipo que inauguró el servicio de terapia intensiva neonatal del Garraham. Y ahí fue otra revolución porque había que estar como mínimo de 8 a 16, hacer guardias semanales más la guardia rotativa los fines de semana. Estamos en el período 1987-1991. Ya estaba casado y había nacido mi hija mayor, luego nacerá Francisco. También participé en la organización de la terapia neonatal del Hospital Británico y del Hospital Materno Infantil de San Isidro.
-¿En un campo profesional que le era pródigo, cómo decide regresar a Gualeguaychú?
-No hay un único factor, sino que fueron múltiples circunstancias. Había tenido un infarto. Y casi dos años antes de decidir el regreso a la ciudad, ya había nacido mi hijo menor y con mi esposa nos estábamos replanteando qué hacer con nuestras vidas y la vida de nuestros hijos. Ya en esa época la vida en Buenos Aires era muy vertiginosa, con poco tiempo familiar y así fuimos madurando la decisión que lo mejor era volver a Gualeguaychú.
-Todas circunstancias ajenas a la terapia neonatal…
-No tanto, porque también los integrantes de Capullos (la entidad que apoya al servicio de Neonatología del Hospital Centenario) ya me habían contactado para proponerme armar la terapia intensiva neonatal. Y eso también fue parte de la decisión. Regresamos a la ciudad en agosto de 1997, hace quince años.
-¿Con qué se encuentra?
-Cuando uno empieza solo y sin nada, puede decir necesito esto, aquello y lo otro. Y en realidad, la terapia intensiva neonatal como concepción integral no son un montón de aparatos o una cuestión solamente de tecnología. No pasa por incubadoras de última generación, monitores y demás aparatología. Eso son máquinas y objetos que están dentro de la terapia intensiva neonatal. La mayor dificultad era tener personal y si éramos capaces de formar un equipo que se complemente para manejar una idea y generar el cambio. La verdad es que a través del tiempo se logró ese objetivo y se lo hizo en un tiempo óptimo porque había un gran espíritu en la enfermería neonatal.
-Se puede decir que detrás de todo buen médico hay una mejor enfermera…
-No tenga duda de esa premisa. Es más, si a un prematuro se le pudiera preguntar qué prefiere: un médico neonatólogo o una enfermera, elegiría a la enfermera que lo va a tratar. No hay que olvidar que es la enfermera la que está de manera permanente al lado de ese bebé y sabe los cambios que va realizando. Por eso estoy no sólo satisfecho con la calidad del servicio logrado sino también muy agradecido.
-Un bebé en neonatología qué necesita: a la mamá, a la enfermera o a un médico.
-A los tres y es preferible que sea en ese orden. Hay un cambio que actualmente se está produciendo y es el hospital para la familia. Indudablemente el bebé es de la mamá, no de la enfermera ni del médico. Parece una obviedad, pero es también toda una concepción médica.
-¿Siempre fue así?
-No, en absoluto. Cuando hago mis primeras experiencias en el servicio de neonatología en Buenos Aires, los padres no entraban a la sala de terapia intensiva. Nosotros le dábamos el informe a los padres e incluso a determinado horario. Hoy es totalmente distinto. Las madres participan del cuidado de sus hijos en terapia. Lo alimentan, lo tocan, le hablan y todo eso es fundamental porque es parte de la terapia. Este es un cambio que se está consolidando: que los padres participen de manera activa.
-Sin ánimo de ser brusco o impertinente, y teniendo en cuenta que la muerte es parte de la vida, cómo se sobrelleva esa situación en un recién nacido.
-El mayor problema es cuando el bebé tiene que nacer de manera prematura por diversas causas. Sabemos que hay que enfrentar dificultades de distintos grados. Es ahí donde se suscitan situaciones particulares, donde el equipo va dialogando con los padres. Lo previsible, incluso cuando se tiene mucha certeza de que las cosas van a salir mal para el bebé, se charla con tiempo con los padres y se comprende mejor. Lo más difícil para nosotros y para los padres es cuando a ese bebé prematuro las cosas al principio le están saliendo bien, superando las dificultades pero finalmente fallece. En otras palabras, lo difícil es cuando la evolución del bebé viene bien y de pronto ocurre lo peor. Siempre en esas situaciones nos encontrará con la guardia baja a todos. Los otros momentos, aunque sean difíciles, se transitan de manera más previsible. En terapia nenonatal tenemos 98 por ciento de sobrevida, pero hay dos que no puedo ni debo olvidar. Nos cuesta aceptar que la muerte es parte de la vida y fundamentalmente que los hijos tengan que morirse antes que los padres.
-Más allá de su arte médico, ha vivido muchos milagros…
-He vivido milagros mucho más de lo que yo creo o soy consciente.
La terapia intensiva en neonatología es el paisaje donde se desenvuelve cotidianamente el doctor Francisco Duboscq, atendiendo a los recién nacidos que están enfermos o requieren un cuidado especial debido a que son prematuros, han nacido con bajo peso o sufren diferentes patologías.
Francisco Pedro Duboscq nació el 25 de abril de 1953 en Gualeguaychú. Recibió a EL ARGENTINO en la tarde noche del jueves para dialogar sobre sus comienzos, cómo conformó el servicio de terapia neonatológica en la ciudad “con la gran ayuda e iniciativa de la Capullos” –como él mismo lo recuerda- y para reflexionar sobre un aspecto que para él es tan cotidiano como trascendente.
-¿Cómo surgió su vocación como médico?
-Cuando empecé el secundario en el Colegio Luis Clavarino (soy egresado 1970) ya observaba que mi inclinación iba a ser la medicina. Y estaba casi seguro que se iba a concretar de esa manera. En mi familia somos dos hermanos (mi hermano menor es Jorge que es ginecólogo). Mi padre era agrimensor y mi abuelo ingeniero civil. Mi abuelo materno era Carlos Altuna, que en su momento fue el fundador del Sanatorio Altuna, un instituto médico quirúrgico. Hago esta referencia de contexto para que se comprenda mejor que desde niños tuvimos el mandato familiar de estudiar o trabajar, justamente para no desaprovechar las posibilidades y los esfuerzos. En 1971 hago el ingreso en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y al año siguiente comienzo Medicina.
-En esos años Entre Ríos todavía no había superado su destino de isla…
-No estaba el puente Zárate Brazo Largo. No existía la computación y tampoco había internet. No existían los celulares y prácticamente tampoco teníamos teléfono de línea. Era habitual, por ejemplo, que cuando alguien quería hablar por teléfono a Buenos Aires, debía llamar a una central y pedir la conferencia telefónica, que en el mejor de los casos tenía una demora de varias horas. Mientras vivía en Buenos Aires, el teléfono lo utilizaba si había alguna urgencia impostergable o de extrema necesidad. Las más de las veces, las comunicaciones era por algún familiar o amigo de la familia que viajaba o la más habitual, la carta escrita de puño y letra y enviada vía postal por el correo.
-Recuerda cuándo dejó Gualeguaychú para irse a estudiar en la universidad…
-Fue el 26 de abril de 1971. Lo hice en colectivo y viajé con la ventanilla abierta porque tampoco había aire acondicionado en esos transportes de pasajeros. A la ventanilla me la hicieron cerrar porque ingresaba el polvo del ripio. Y desde abril hasta julio no regresé a la ciudad y el contacto con la familia era muy esporádico y casi siempre si algún conocido viajaba. Parece mentira que hoy se pueda ir y venir a Buenos Aires en el mismo día, que los estudiantes que se van tienen formidables posibilidades de comunicación. Si hasta los menores de edad ya manejan el celular e internet mejor que uno. Los cambios fueron enormes.
-Introdujo a una Gualeguaychú diferente con las comunicaciones. ¿Qué otras encuentra?
-En mi época de estudiante, la relación familia escuela era muy diferente a la actual. Incluso los profesores de mi época de secundaria eran personas que además de inspirar respeto, respetaban. Y se esforzaban por enseñarnos más allá de lo específico de sus materias. Mi profesor de Botánica, Balucho Etchebarne, era uno de esos profesores junto con Ruperto Gerlós en Matemática y así podría seguir nombrando. Nos daban sentido de pertenencia.
-Volvemos a Buenos Aires. Era estudiante de Medicina y ya sabía que iba a ser pediatra y luego neonatólogo…
-No. Y esto es lo increíble. En la UBA se hacen los tres primeros años en la Facultad de Medicina y luego se integra a lo que se llama Unidad Docente Hospitalaria; es decir, el alumno se integra a un hospital donde se conocen las distintas especialidades. Al principio a mí me gustaba neumonología y cardiología. En el último año curso Pediatría. Y la segunda rotación que me tocaba era neonatología. Pedí por favor que me cambiaran porque creía que con esos bebés tan chiquitos no iba a poder trabajar bien. Hasta que llegó un día que tenía que hacer sí o sí esa rotación porque era algo obligatorio y me encontré con un buen equipo de profesionales que me fueron entusiasmando.
-Por los años que sitúa esta historia, principios de la década del ´70, la ciencia hace grandes avances en neonatología…
-Siempre digo que gracias a Dios y por el destino, me tocó vivir y compartir cambios muy importantes en neonatología y fundamentalmente en la terapia de neonatología. Y me tocó compartirlos por una cuestión cronológica, de época.
-Puede precisar mejor esa bisagra que hace la terapia intensiva neonatal…
-A principios de los años ’60 se produce un hecho que cambiará el rumbo y en verdad, muy poca gente lo sabe. En 1963 murió un hijo de John Fitzgerald Kennedy y de Jacqueline Lee Bouvier, que se llamó Patrick. Ese bebé falleció a los dos días de haber nacido porque era prematuro grande. Había nacido con 2,2 kilos, pero a las 34-35 semanas cuando los bebé de término son de 38 semanas.
-Parece un contrasentido: prematuro grande…
-Los neonatólogos de antes no los querían tratar porque eran los más difíciles cuando se enfermaban. El asunto es que como consecuencia de la muerte de ese bebé, el matrimonio de los Kennedy fomentaron muchas donaciones para que se volcara para solucionar una de las primeras dificultades de los chicos que nacen con insuficiencia respiratoria por inmadurez del sistema pulmonar. Neonatólogos existieron siempre, pero de esa experiencia surgen los primeros terapistas neonatólogos, que fueron pioneros en la aplicación de respiración positiva continua y el respirador neonatal entre otras técnicas. Este es el caso de George Gregory, que era anestesista y luego se especializó. Y así fue como la terapia neonatal en Estados Unidos, y mucho después en Argentina, hizo un cambio revolucionario. Y por una cuestión de generación, me tocó vivir esos frutos.
-Además habrá tenido maestros…
-Por cierto que sí y muy buenos y generosos. Cuando voy a Neonatología, justo llega un argentino que se había formado en San Francisco, Estados Unidos, y por las cosas de la vida reemplaza al anterior jefe del Servicio de Neonatología. Esa persona era el doctor Augusto Sola, que fue mi maestro. Él tenía muchas ganas de cambiar las cosas. En esos tiempos, al recién nacido le dábamos el oxígeno pero no mucho más. Fue Augusto Sola quien introduce en la Argentina los avances como la asistencia respiratoria mecánica y ese cambio me tocó vivirlo de manera plena. Y como el Hospital de Clínicas tiene carácter universitario y aparte vienen becados de muchos lados, nos tocó reorganizar la reapertura de terapia neonatal en varias provincias como Mendoza y Tucumán.
-Luego viene la inauguración del Hospital Garraham…
-Eso fue otro hito. Fui parte del equipo que inauguró el servicio de terapia intensiva neonatal del Garraham. Y ahí fue otra revolución porque había que estar como mínimo de 8 a 16, hacer guardias semanales más la guardia rotativa los fines de semana. Estamos en el período 1987-1991. Ya estaba casado y había nacido mi hija mayor, luego nacerá Francisco. También participé en la organización de la terapia neonatal del Hospital Británico y del Hospital Materno Infantil de San Isidro.
-¿En un campo profesional que le era pródigo, cómo decide regresar a Gualeguaychú?
-No hay un único factor, sino que fueron múltiples circunstancias. Había tenido un infarto. Y casi dos años antes de decidir el regreso a la ciudad, ya había nacido mi hijo menor y con mi esposa nos estábamos replanteando qué hacer con nuestras vidas y la vida de nuestros hijos. Ya en esa época la vida en Buenos Aires era muy vertiginosa, con poco tiempo familiar y así fuimos madurando la decisión que lo mejor era volver a Gualeguaychú.
-Todas circunstancias ajenas a la terapia neonatal…
-No tanto, porque también los integrantes de Capullos (la entidad que apoya al servicio de Neonatología del Hospital Centenario) ya me habían contactado para proponerme armar la terapia intensiva neonatal. Y eso también fue parte de la decisión. Regresamos a la ciudad en agosto de 1997, hace quince años.
-¿Con qué se encuentra?
-Cuando uno empieza solo y sin nada, puede decir necesito esto, aquello y lo otro. Y en realidad, la terapia intensiva neonatal como concepción integral no son un montón de aparatos o una cuestión solamente de tecnología. No pasa por incubadoras de última generación, monitores y demás aparatología. Eso son máquinas y objetos que están dentro de la terapia intensiva neonatal. La mayor dificultad era tener personal y si éramos capaces de formar un equipo que se complemente para manejar una idea y generar el cambio. La verdad es que a través del tiempo se logró ese objetivo y se lo hizo en un tiempo óptimo porque había un gran espíritu en la enfermería neonatal.
-Se puede decir que detrás de todo buen médico hay una mejor enfermera…
-No tenga duda de esa premisa. Es más, si a un prematuro se le pudiera preguntar qué prefiere: un médico neonatólogo o una enfermera, elegiría a la enfermera que lo va a tratar. No hay que olvidar que es la enfermera la que está de manera permanente al lado de ese bebé y sabe los cambios que va realizando. Por eso estoy no sólo satisfecho con la calidad del servicio logrado sino también muy agradecido.
-Un bebé en neonatología qué necesita: a la mamá, a la enfermera o a un médico.
-A los tres y es preferible que sea en ese orden. Hay un cambio que actualmente se está produciendo y es el hospital para la familia. Indudablemente el bebé es de la mamá, no de la enfermera ni del médico. Parece una obviedad, pero es también toda una concepción médica.
-¿Siempre fue así?
-No, en absoluto. Cuando hago mis primeras experiencias en el servicio de neonatología en Buenos Aires, los padres no entraban a la sala de terapia intensiva. Nosotros le dábamos el informe a los padres e incluso a determinado horario. Hoy es totalmente distinto. Las madres participan del cuidado de sus hijos en terapia. Lo alimentan, lo tocan, le hablan y todo eso es fundamental porque es parte de la terapia. Este es un cambio que se está consolidando: que los padres participen de manera activa.
-Sin ánimo de ser brusco o impertinente, y teniendo en cuenta que la muerte es parte de la vida, cómo se sobrelleva esa situación en un recién nacido.
-El mayor problema es cuando el bebé tiene que nacer de manera prematura por diversas causas. Sabemos que hay que enfrentar dificultades de distintos grados. Es ahí donde se suscitan situaciones particulares, donde el equipo va dialogando con los padres. Lo previsible, incluso cuando se tiene mucha certeza de que las cosas van a salir mal para el bebé, se charla con tiempo con los padres y se comprende mejor. Lo más difícil para nosotros y para los padres es cuando a ese bebé prematuro las cosas al principio le están saliendo bien, superando las dificultades pero finalmente fallece. En otras palabras, lo difícil es cuando la evolución del bebé viene bien y de pronto ocurre lo peor. Siempre en esas situaciones nos encontrará con la guardia baja a todos. Los otros momentos, aunque sean difíciles, se transitan de manera más previsible. En terapia nenonatal tenemos 98 por ciento de sobrevida, pero hay dos que no puedo ni debo olvidar. Nos cuesta aceptar que la muerte es parte de la vida y fundamentalmente que los hijos tengan que morirse antes que los padres.
-Más allá de su arte médico, ha vivido muchos milagros…
-He vivido milagros mucho más de lo que yo creo o soy consciente.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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