Entrevista a Jesús Alberto Guzmán, Bombero Voluntario
Jesús Alberto Guzmán es el subjefe del Cuartel de Bomberos Voluntarios de Gualeguaychú. A él le hubiera gustado presentarse simplemente como Bombero Voluntario. Nació el 25 de diciembre de 1957 y es el menor de los dos hijos del matrimonio de Juan Ismael y María Emelia.
Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL ARGENTINO ©
Casado con Liliana, no tuvo hijos y reconoce que los Bomberos han sido siempre como una familia clave para su vida. “Todo lo que soy se lo debo a Bomberos”, confesará más adelante.
A lo largo de este año, la página 9 de los sábados se ha ganado un lugar en la comunidad de lectores. Generalmente sus “ciudadanos” o las personalidades que han habitado esta sección han hablado –siempre en líneas generales- de lo bello y lo bueno. Un tema que los académicos lo estudiaron a lo largo de la historia de la humanidad.
Es que lo bello es un adjetivo que siempre se tiene a mano para valorar aquello que nos gusta y nos hace bien.
De alguna manera lo bello también es lo bueno o al menos es indudable que existe un hilo invisible que lo conecta entre sí.
La vida cotidiana está llena de ejemplos de lo bueno y lo bello que toda persona quisiera poseer o anhela (aspira más que ambiciona) o desea (quiere más que ansía).
Ahí están los testimonios de José Cardoso, artista plástico, que descubre la belleza con una mirada telúrica; o la de Eloísa Romero que ve en los claroscuros las imágenes que quedarían invisibles para el común de los mortales. En la misma sintonía la nota a Carlos Michel, el fotógrafo que pinta con la luz. O lo bello en el decir (o escribir) tales los casos de los testimonios de Norma Martínez de Martinetti, o el de Luis Luján o más cercano en el tiempo el de María Eugenia Faué. Y el de tantos otros.
Lo bueno también como una construcción virtuosa de una vida ejemplar y comprometida con su tiempo, tal el caso del profesor Luis María Borgogno o el de Naty Sarrot o el de Isidoro “Balucho” Etchebarne o el de Enrique Castiglioni o el de Adela Brassesco, para no hacer la nómina completa.
Pero hay otra consideración sobre lo bueno. Es el reconocimiento de aquel que dedica su vida para salvar la de los demás. Las buenas acciones como dirían nuestros abuelos.
Por eso la propuesta de hoy es hablar de lo bueno desde otro ángulo. Para ello se eligió el testimonio de un Bombero Voluntario. La del héroe de carne y hueso, que arriesga su vida, las 24 horas, para salvar a los demás. Lo bueno en este caso no es algo que se quiera poseer, aunque se admire. Para ser más precisos: una persona da su vida para salvar la del semejante. Es una acción buena, pero nadie quisiera atravesar ese trance. Esa es la historia de todos los días del “Negro” Guzmán. La de este Bombero Voluntario que tiene su vida llena de bellas y buenas acciones.
-¿Cómo llegó a ser Bombero?
-Me incorporé al Cuerpo de Bomberos el 14 de noviembre de 1974. Esa fecha es como un segundo nacimiento para mí. Tenía 16 años. Dos amigos que ya eran bomberos me invitaron a participar en un campeonato de fútbol. Luego de un año de estar jugando campeonatos y amistosos, me invitan a ingresar al Cuerpo. Al principio les había dicho que no, que andaba con poco tiempo, que no sabía. Pero ellos insistieron, me hicieron la ficha de ingreso y me aceptaron. Hoy soy oficial subinspector y soy el subjefe del Cuartel.
-¿Cómo era el hogar de donde proviene?
-Mi hogar tiene raíces campesinas y era humilde, propio de un trabajador. Pero la raíz chacarera era fuerte y mi hermano abrazó ese oficio. Recuerdo que a los nueve años mi padre se enfermó y mi mamá tuvo que salir a trabajar en el servicio doméstico y con mi hermano –que teníamos ocho, tal vez nueve años- hacíamos las tareas de la casa como cocinar y limpiar. A los once años me colgué un cajón de manzanas por el cuello y salí a vender tortas negras y pasteles por la calle. Después trabajé en la construcción y por suerte me relacioné con gente que siempre me ayudó. Hoy conduzco un colectivo de línea urbana. Siempre he sido un eterno agradecido.
-¿De chico le viene ese compromiso por ayudar al semejante?
-No estoy seguro. Sí sé que ese compromiso se hace más responsable y constante a medida que voy creciendo y viviendo experiencias, especialmente aquí en el Cuerpo de Bomberos a través de diversos siniestros y accidentes. A medida que uno crece, en mi caso entre los 16 y los 20 años, es donde tomo real conciencia de lo que podemos llegar a hacer por el otro, en la importancia de la capacidad de entrega y en esta vocación por servir al semejante.
-¿Habrá tenido muchas acciones, pero cuáles son las que más recuerda?
-Hay muchos siniestros de los que he participado. Uno grande fue en Concepción del Uruguay, en el año 1976. Fue un incendio importante en la Cooperativa Arrocera Sarmiento. Fue la primera experiencia grande, de envergadura, que viví como Bombero. Otro incendio grande fue el del Parque Nacional El Palmar de Colón, en 1979 cuando prácticamente se quemaron casi todas las hectáreas. Tengo marcado el incendio de El Palmar. A la madrugada el fuego nos había rodeado y quedamos atrapados. El incendio del Picaflor también fue importante. Fui el primero en llegar al lugar. El de Baggio fue grande y extenso, comenzamos un jueves a las 17:30 y terminamos el viernes a la medianoche, sin parar un minuto. El de la casa Blanco y Negro lo miré de la vereda, porque tenía quebrados los dedos del pie y no pude actuar en ese siniestro.
-¿Sintió en algún momento el peligro de perder la vida?
-Eso me pasó en el archivo del Frigorífico, fue hace como diez años. Había una filtración por una de las máscaras del equipo de respiración, había quedado mal calzada e ingresó humo que me provocó asfixia. Para colmo estaba en el cuarto piso y gracias a la ayuda de mis compañeros pude salir. Pero sentí que esa vez perdía la vida. Otro hecho similar en cuanto a sensaciones de perder la vida, fue en un derrame de amoníaco en la fábrica de hielo de Almeida. Había un escape de amoníaco, el piso estaba fisurado y caí de una altura aproximada a los cinco metros. Había subido a través de una ventana para ingresar al lugar y caí. Nunca me pude explicar cómo no quedé enredado entre mi equipo y los caños de la fábrica de hielo. Fue un milagro. Quedé bastante mal, para colmo estaba ya asfixiado y lo único que alcancé a percibir fue un vislumbre de una puerta que se abría. Luego supe que mis compañeros me habían visto caer y enseguida se dirigieron hacia el lugar donde golpearía y por eso me pudieron rescatar a tiempo. Ese día sentí que había nacido de nuevo.
-El de ustedes es un trabajo de equipo, donde dependen unos de otros…
-No hay otra forma de hacer el trabajo de Bomberos que ser uno con el otro, saber integrarse en un equipo; de dejarse dirigir por quien tiene más experiencia y de saber que las directivas se imparten para superar el siniestro con el menor daño posible. Es un trabajo que se basa en la disciplina, donde se confía la propia vida al compañero que está al lado. Cuando se avanza siempre se tiene el respaldo de la gente que está atrás de uno. Lo mismo ocurre en la vida personal: nadie avanza o crece sin el respaldo de otros. Ese respaldo da más seguridad. Nunca hay que creerse que uno es un súper héroe y los riesgos siempre hay que medirlos con bastante precisión para poder sortearlos con la menor pérdida posible.
-¿Y cómo es eso de no creerse un súper héroe?
-Primero reconocer que somos limitados, pero eso que somos es lo mejor que tenemos. Hay que aprender a medir los riesgos, justamente para no asumir peligros innecesarios que puedan debilitar el esfuerzo. Se aprende con los años, por eso en un trabajo en equipo cobra relevancia el que tiene experiencia.
-¿Ha sentido la sensación de que a usted no le va a pasar algún peligro?
-De joven inexperto sí, pero ya de grande, no. Pero cuando era más joven sentía cierta omnipotencia y por eso asumía riesgos innecesarios. Y lo innecesario es inútil, no aporta nada. Por eso insisto que con los años uno comienza a respetar mejor la dimensión de los riesgos, porque se aprende que gracias a ese respeto uno afronta la situación con mejores oportunidades. Respetar los riesgos es reconocer los límites pero también las posibilidades y eso es clave para auxiliar en una situación que es desesperante, dramática, donde hay poco tiempo para reflexionar y actuar.
-¿Cómo es la intervención ante un accidente?
-Como en todo siniestro, hay que ser muy frío; aunque la procesión vaya por dentro. Lo único que puede llegar a conmover es cuando en un accidente hay involucradas criaturas. Este tema es común en casi todos los que intervienen en un siniestro, especialmente un accidente. Le pasa al Bombero, pero también al Policía, al médico, al enfermero, a los hombres de la Justicia. Cuando hay criaturas, el mundo se viene abajo. En el momento se debe trabajar de manera muy fría, porque de ese temperamento dependerá ganar tiempo para salvar vidas. Pero cuando llegamos al Cuartel o estamos en nuestra casa, te cae la ficha y la conmoción es tremenda e irresistible y muchas veces hasta lloramos. Recuerdo cuando cayó un avión en la zona de El Potrero, con cuatro chicos a bordo y el matrimonio. Fue en el año 1991-1992.
-¿Cómo se enteró de ese accidente?
-Estaba en mi casa jugando con una sobrina que tenía en ese entonces dos o tres años. Escucho la sirena y salgo volando para el Cuartel. Cuando llegamos a la zona del accidente aéreo, vemos en la cabina a los cuatro chicos y fue una imagen tremenda. Pero volviendo al tema de los impactos emocionales, recuerdo un hecho cuando me tocó sacar a un compañero de trabajo. En ese entonces era chofer de la empresa de colectivo TAC y el accidente había ocurrido en inmediaciones de la estación de servicio de Barbará. Habían chocado dos colectivos de frente más un automóvil particular y por ese choque falleció un compañero de trabajo. Cuando estábamos en el lugar, con buen criterio mi jefe de Bomberos me dice que no intervenga porque sabía que estaba involucrado un chofer que era muy amigo mío. Le dije: “he sacado a tantos que no conozco, que no puedo dejar de intervenir con este amigo y compañero de trabajo”. La directiva de mi jefe era de protección, pero gracias a Dios entendió también mi desesperación y me dejó actuar. Si bien fue un momento crucial, hoy no me hubiera perdonado no haberlo sacado.
-Qué le aportó en la vida ser Bomberos.
-Lo que más me reconforta es conocer mucha gente. Pero hablando de cosas más esenciales, me dio un sentido de pertenencia que fue fundamental para mi vida. Cuando me pregunto qué hubiera sido de no haber ingresado al Cuerpo de Bomberos y la única respuesta que encuentro después de mucho meditar es: Bombero. No me imagino en otra función.
-No ha de ser fácil, porque la predisposición debe estar las 24 horas y no hay compromiso social o familiar que detenga cuando la sirena del Cuartel suena.
-Es así. Es cierto que a veces eso genera cierto malestar en una familia. Con mi esposa, que me tiene una paciencia tremenda y cuyo acompañamiento siempre le reconozco, a veces surgen reproches. Pero debemos estar para el prójimo las 24 horas; porque esa persona cuenta con el apoyo de los Bomberos y ahí debemos estar. Por otro lado, siempre sostengo que mi vida es esto. Además, todo lo que soy se lo debo al hecho de ser Bombero. Soy alguien a través de este servicio. Por eso soy un agradecido a todos los que me ayudaron en el Cuartel a través de los años: jefes, directivos, subordinados, todos compañeros en esta vocación de servir a los demás. Siempre digo y lo repito, que soy alguien por Bomberos. Ayudar al otro es una vocación. Sin esa vocación por el semejante es imposible ser Bomberos. Esto lo decimos siempre en nuestras conversaciones informales con los más nuevos, porque sin esa vocación no sirve. Hay que estar listo cuando suena la sirena pero también es clave tener horas y horas dentro del Cuartel, porque las tareas son permanentes. Hay que tener siempre los equipos listos para salir en cualquier momento. Cuando se regresa de un siniestro, lo primero que hacemos no es descansar sino seguir trabajando con mucho despliegue de energía: preparar la autobomba, limpiar los equipos, reponer las herramientas, en fin… estar siempre listo porque en cualquier momento la sirena nos anuncia que hay alguien en peligro de perder su vida o puede perder lo mucho o poco que posee. Si bien somos Voluntarios, esencialmente somos profesionales.
-¿Suele aplicar el sentido de prevención en la vida personal?
-En rigor de verdad, la respuesta sincera es a veces sí. Generalmente estoy atento a las medidas de prevención, pero reconozco que a veces los apuros nos hacen distraer y asumimos riesgos innecesarios.
-¿Y en la vida cotidiana, los ciudadanos deben asumir muchos riesgos por falta de conducta preventiva?
-A montones y de manera constante. No sólo ponen en riesgo sus propias vidas sino la de terceros. No nos damos cuenta, pero vamos por la vía pública sorteando riesgos evitables. Ejemplos observo a montones y de manera constante. No colocarse el cinturón de seguridad es muy común, dejar encendedores o fósforos en manos de criaturas es otro caso muy habitual. No somos conscientes de la magnitud del riesgo hasta que pasa.
-¿Qué otras cosas le conmueven cuando va a un siniestro?
-Especialmente con incendios me da pena cuando la gente pierde sus objetos familiares queridos o sus pocos enseres. Ocurre muy seguido. En viviendas humildes, que están construida con madera, chapas de cartón, los incendios suelen ser devastadores y muy rápidos. La gente se lamenta por perder tal vez la única fotografía de un abuelo y claro está, las ropas o los pocos electrodomésticos que le costó tanto esfuerzo conseguir. Recuerdo un incendio de un hogar muy humilde, donde el jefe de familia había alcanzado a sacar a sus hijos y la nena –de unos cinco o seis años- lloraba de manera desconsolada porque había perdido las zapatillas que eran nuevas. La escena rompe el alma. Ella estaba descalza en pleno invierno, llorando entre las cenizas reclamando sus zapatillas. Claro, uno dice salvó la vida y eso no tiene precio; pero a esa edad, esa pérdida también es inconmensurable.
-¿Es cierto que el fuego es como un animal vivo?
-Es así. El fuego es algo vivo pero monstruoso. Te espera agazapado, tiene como inteligencia, se mueve, retrocede, avanza, busca crecer, es traicionero. Hay que respetar mucho al fuego, porque es un monstruo que parece que se mueve con inteligencia. Si bien soy el subjefe del Cuartel, yo me siento tropa. Cuando voy a un incendio trabajo a la par de mis compañeros con la horquilla, la pala, la manguera, dando órdenes. Y ellos saben que tengo algo que es innegociable: si hay un riesgo de vida para un Bombero y estoy presente, soy el primer voluntario y eso no lo discutimos. No admito que existiendo ese riesgo para un Bombero no lo asuma yo primero… para eso soy el subjefe.
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