Entrevista a María Eugenia Faué
Amado era su padre y Blanca su madre. Nació en Gualeguaychú y es profesora en Castellano, Literatura y Latín; además de ser correctora de textos académicos, egresada del Instituto “Eduardo Mallea” de Buenos Aires e investigadora titular de la Biblioteca Nacional.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©
María Eugenia Faué –de ella se trata- es una buceadora de autores, textos y géneros y es considerada como una de las pocas estudiosas en la provincia y una especialista en materia de compilaciones y antologías.
Lectora implacable y voraz, María Eugenia dialogó con EL ARGENTINO sobre la importancia de defender el tiempo de lectura por placer y compartió algunas preocupaciones, entre ellas, la pérdida de la oralidad, el gusto por el diálogo y el saber escuchar. “Me preocupa mucho no sólo la pérdida de la palabra como reaseguro de la honestidad, sino especialmente que a veces se pierden ciertas instancias de comunicación como producto del aturdimiento. Es preocupante que se pierda la intimidad del diálogo, de la oralidad, del gusto por la pausa y del turno para hablar”, sostendrá con una mirada que escudriña acaso uno de los desafíos más actuales del mundo moderno.
Entre sus publicaciones más destacadas se encuentra “Travieso Vizconde, la sonrisa alada” que fue Premio Fray Mocho en la categoría ensayo en el 2005; “El epitafio, sobrevivir en palabra” entre otras obras que han merecido críticas elogiosas y se ha ganado fieles lectores.
Su última obra es “Antología de humor entrerriano”, una compilación que hace de la sonrisa un recuerdo, del humor parte de las buenas relaciones y fundamentalmente habilitar otros destinos con el brillo de la risa feliz.
María Eugenia se define como lectora. Es preciso detenerse en el concepto. El término lectura se puede utilizar de manera muy ambigua. Por ejemplo, es la capacidad para descifrar los códigos escritos en una determinada lengua, y es al mismo tiempo la capacidad de escuchar, porque transcribe el código oral, para entender lo que se habla. Lectura también es el análisis o la observación particular. Así, por ejemplo, se puede decir: “la lectura de la realidad”.
En la actualidad han aparecido diversos medios para asimilar el conocimiento. Sin embargo, sólo la capacidad de lectura es la que permite desarrollar una actividad cardinal que orienta las nociones de cómo se comprende el mundo y con él, la vida.
María Eugenia Faué lectora, un punto interesante para comenzar a dialogar.
-¿De dónde le viene el gusto por la lectura?
-Desde la primera infancia. Creo que es anterior a la escritura. Y ha tenido una gran influencia la hemeroteca. Recuerdo que en mi casa había libros y revistas. Especialmente me gustaban las revistas. Además de la colección de Anteojito, estaban las de Billiken y de La Obra. Me gustaba mirar, hojear esas revistas y también otras muy viejas ya para esa época. Vivía entre revistas y eso se conserva hasta ahora porque uno de mis mayores placeres sigue siendo la hemeroteca, además de los libros.
-Siempre supo que iba a estar vinculada con las letras o tenía alguna inclinación, por ejemplo, Medicina…
-Siempre supe el vínculo que iba a tener con la literatura en general. De hecho, realicé el bachillerato en Letras; estudié idiomas. Diría que siempre fue una constante. Pero quiero aclarar que siempre lo hice desde la perspectiva de lectora, en ningún momento sospeché que iba a llegar a escribir. Después me doy cuenta que fue coherente lo que había sentido de chica. Yo compilo, no escribo y siempre me gusta aclararlo.
-Es relativo, porque hay quienes sostiene que la compilación implica una escritura porque se debe armar, casi como una pieza de rompecabezas varias lecturas…
-Pero en todo caso de jardines ajenos. De todos modos mi gran vocación con la literatura es como lectora.
-¿Cómo es el proceso de selección en una compilación?
-Es el resultado de una búsqueda que insume mucho tiempo. No hay que tener apuros, porque el tiempo no perdona lo que se hace sin él. Una vez que se reúne una gran cantidad de material, muchas veces la búsqueda toma otros caminos y suele pasar que buscando algo específico se encuentra luego otra cosa. Luego del proceso de acumulación llega el momento de la selección. La selección se torna a veces difícil, llena de dudas, porque toda selección implica renuncias.
-Se puede imaginar que también surgen cuestionamientos diversos…
-De manera permanente. El más recurrente es el cuestionarse a uno mismo. Siempre me pregunto quién soy para recortar esto o aquello. Creo que el proceso de selección es uno de los más difíciles en una compilación; y también el darse cuenta que faltará espacio para decir todo lo que se quiere expresar. Lo peor que se puede hacer es que por una mala selección se construya una imagen distorsionada de un autor o enfocarlo parcialmente. Imagino que es lo más parecido a cuando en el periodismo se saca de contexto algún concepto o información.
-¿Qué recomienda para eso?
-No soy quién para recomendar. Puedo compartir lo que hago. Por ejemplo, los autores ya fallecidos colaboran involuntariamente. Es importante contactarse con aquellos familiares del autor, aunque esos familiares no siempre tengan el interés por difundir la obra de ese pariente. Pero, gracias a Dios existen los llamados “viudos literarios”, que son aquellas personas–pueden ser familiares o amigos del autor- que velan por la obra y la memoria del otro. Eso me ha dado mucha luz. Por ejemplo, en mi última antología sobre el humor, me reuní con muchas personas que velan por la obra del otro. Adolfo Argentino Golz veló por la obra de Bernabé Melquíades Marissa; y Orlando Van Bredan también me ayudó con la obra de un gran entrerriano como fue Wenceslao Amable. Hacer estas consultas no es otra cosa que pedir ayuda.
-Si bien una compilación es un retazo, cuando está bien hecha se transforma en una invitación abierta a profundizar por determinado autor y su obra. Es como abrir un umbral para ingresar a un universo.
-Estoy muy de acuerdo con eso. Es una vidriera que permite probar una gran variedad. He tenido la experiencia de llegar a libros, gracias a dos líneas que he leído en alguna parte. Por eso defiendo mucho las antologías y las compilaciones. De otro modo sería imposible conocer. Además, estas antologías y compilaciones son muy útiles para los alumnos, porque si destinamos unas pocas obras podemos tener la mala suerte de que ese alumno no encuentre su gusto. Hay que tener en cuenta que siempre existe aquel que escribió para nosotros, a veces con la sensación de que fue algo especial. Otras veces ocurre que pasan largos años hasta que una persona se da cuenta que ese texto está íntimamente ligado a su vida. Por eso el mostrar una gran variedad permite que la gente encuentre aquello que está buscando.
-Con una cuota de humor, también están aquellos que leen compilaciones y luego citan como si hubieran leído obras completas de determinado autor; o los otros que citan libros que jamás han leído.
-Por supuesto y existen a montones. Es menester advertir que a esas actitudes hay que tenerles miedo. Después de todo, las lecturas breves siempre son delatoras. Y quien insista por ese camino siempre se encontrará con alguien que se dará cuenta y terminará haciendo el ridículo o un episodio cuando menos cómico. Siempre es preferible decir conozco una o dos obras o media obra de tal autor.
-No es fácil leer las obras completas.
-Eso también es cierto. Los lectores sabemos que no es una tarea fácil por más maravilloso que sea el autor o la obra. Pero tampoco esa dificultad habilita para citar sin leer.
-Recuerdo que en mi época de estudiante teníamos a mano siempre a un gran filósofo mexicano: Jacinto Piedrabuena de la Serna…
-No lo conozco.
-Es que no existe. Pero cuando una discusión entre estudiantes se tornaba difícil, o cuando el argumento del otro era muy fuerte, entonces citábamos una frase inventada en el momento y decía: “Como dijo el filósofo Jacinto Piedrabuena de la Serna…” y el argumento –que en realidad era propio- se tornaba como más autorizado. Algunos hasta confesaban conocer la obra de ese filósofo que jamás existió.
-Hay muchos autores inventados. Augusto Domeq, Manuel Mandel; hay toda una colección. La literatura no tiene que ser verdad o mentira, sino bella. Es la Historia la que se rinde a la verdad; pero el arte se rinde a la belleza. Más de una vez habremos escuchado un relato bello y nos habremos preguntado ¿si fue verdad? Y alguien podría responder que merecería ser cierto. Hay autores discutidos. Todavía estamos discutiendo sobre la unidad en la obra de nada menos que de Homero. No hay muchos documentos sobre Shakespeare. Pero ¿qué importa? Y aquí voy a citar a un entrerriano. Antes quiero aclarar que en materia de citas pareciera que es más importante citar a un extranjero de nombre difícil que a un vecino que tal vez tenga un pensamiento más simple y profundo. Yo voy a citar a nuestro querido Fray Mocho: “Hágalo por la vida suya y no se ocupe de la verdad, que al final ella no se ocupa de nosotros”.
-Trajo a Fray Mocho y es una invitación para referenciar que muchos escritores han incursionado en el periodismo…
-Sí. Y la mayoría pide no tener la prisa del día a día. Sí estar siempre muy cerca de la gente, pero lejos del almanaque. Creo que no es casual que las cosas más lindas las he encontrado en los diarios. Por lo menos tengo la pasión por salvar esas mariposas desencuadernadas, como decía el vizconde al referirse a los diarios.
-¿Usted cree que su generación fue más lectora que las actuales?
-No. Creo que hoy hay muchos jóvenes que leen. Siguen, por suerte, existiendo lectores. Sobre este punto me gustaría ahondar en la necesidad de defender las horas de lecturas, porque eso hace a la libertad de cada uno. Y cuando digo lecturas no me refiero a esos textos que estamos obligados a leer por ocupación u obligación profesional, sino a la lectura por el placer mismo. Esas horas siempre hay que cuidarlas. Y agrego, porque no hay nota intelectual sin citar a Jorge Luis Borges. Él decía que hablar de lectura obligatoria es como hablar de placer obligatorio. Por eso insisto en cuidar esos momentos personales, propios, de lectura por placer. Pero volviendo a la pregunta no sirve de mucho cuantificar, pero sí doy testimonio que en la actualidad hay muchos jóvenes que tienen el hábito de la lectura bien incorporado. Otra cosa que quiero decir con respecto a que no hay que leer por obligación, es que confieso que son más los libros que he abandonado que los leídos de forma completa. Otras veces me pasa que recupero una lectura abandonada hace tiempo; y también que tengo autores cuyas obras me piden ser leídas varias veces, casi como una oración. Como decía un autor francés: “Ningún destino se cruza impunemente con el nuestro”. Y esa experiencia la he encontrado en varios libros. Y lo otro: nunca hay que olvidarse del diccionario.
-El diccionario siempre depara buenas sorpresas. Por ejemplo, “prestigio” quiere decir: “Fascinación atribuida a la magia u ocasionada por un sortilegio. Engaño, ficción o apariencia con que los prestidigitadores embobaban y embaucaban a la gente”. Mucho tiempo después aparece la acepción de: “influencia ascendente y positiva” que es como se la utiliza hoy en día.
-Eso es genial. Aporto la palabra simposio, que no es otra cosa que el banquete, el festín de los antiguos griegos. El simposio es beber con. Era una reunión con invitados para deleitarse con la bebida. Hoy se dice que los intelectuales y académicos van a un simposio a debatir por determinadas ideas o se la usa como sinónimo de conferencia donde se debaten ideas o se unifican criterios.
-Usted se ha caracterizado por ponerle luz a géneros, diríamos poco “prestigiados” o si se prefiere olvidados de los simposios.
-Sí, de las otras obras jerarquizadas ya hay demasiados estudios. Siempre he sostenido, por ejemplo, el género de la conversación. Presenté un ensayo sobre ese concepto y Conrado Naxlé Roxlo decía que tenía distintos ministerios para la consulta y uno de ellos era la conversación. Muchas acuñaciones semánticas son, claro está, fruto de una profusa lectura pero también es cosecha de muchas conversaciones. Me encanta escuchar al otro. Ese escuchar al otro es definido por algunos como estudio lingüístico de campo, para otros es chusmerío. En fin… me gusta que cada uno hable como quiera y así sentir los distintos tonos que enriquecerán un registro. Los matices siempre son variados y con el tiempo cambian. Hay que descubrir que la literatura ya está en la gente, en sus modismos, en sus formas de decir, en sus expresiones. Creo mucho en la oralidad y en su potencia, dado que la lengua es transmisora de identidad. Los entrerrianos tienen una enorme capacidad, una gran facundia para la oralidad, tal vez heredada de los fogones. Fray Mocho le hace un culto, porque sus relatos fueron inspirados en esas historias. En aquellas épocas la mayoría de las personas eran analfabetas, pero en ese relato oral podían leer en el aire, una literatura.
-Sin embargo hoy es notorio que en materia de oralidad especialmente los jóvenes no manejan demasiado vocabulario…
-Los estudios dicen que un joven hoy maneja con suerte 400 palabras. Y en aquellos fogones, con gente analfabeta, surgían relatos más floridos y seguramente más ricos. Por eso hoy en día sostengo mucho la oralidad y dedico tiempo a su registro. No es casual que la gente mayor tenga más precisión a la hora de explicar alguna cuestión. Son más precisos a la hora de aplicar un matiz. Si bien no hay sinónimos exactos, son matices, los mayores tienen la cultura del saber escuchar.
-Será por esas limitaciones que se ha perdido un poco el valor de la palabra. Digo, antes los abuelos enseñaban que la palabra dada tenía más valor en términos de honor que la escrita.
-Es cierto. Y eso me da pie para recordar lo que decía Susan Sontag. Ella dice que nos quieren aturdidos. Porque nos limitan para pensar. No nos demoramos tanto en la palabra porque estamos más inmersos en la cultura del video clip, es decir, en gritar y cortar; y eso generalmente no permite el hábito de reflexionar. La música a todo volumen impide la conversación y se termina hablando en monosílabas. Esto pasa en un boliche bailable como en una cafetería. Me preocupa mucho no sólo la pérdida de la palabra como reaseguro de la honestidad, sino especialmente que a veces se pierden ciertas instancias de comunicación como producto del aturdimiento. Es preocupante que se pierda la intimidad del diálogo, de la oralidad, del gusto por la pausa y del turno para hablar.
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