Entrevista al ingeniero Jacobo Vaena
“La educación es la única llave que nos permitirá Liberarnos y es al mismo tiempo una esperanza”
Jacobo Vaena es un enamorado de las Matemáticas. Encuentra, como los pitagóricos, belleza en los números, en las proporciones y en el equilibrio. Como enseñaban los antiguos griegos, la Matemática es una aliada de la sensibilidad, por más que el imaginario colectivo le otorgue la característica de fría y calculadora.
Casado con Alma María Argentina Salas, Vaena tiene tres hijos y tres nietos. Como docente ha tenido más de diez mil alumnos y actualmente dicta clases en el Centro Regional de la Universidad de Concepción del Uruguay (UCU), donde Estadística en el primer cuatrimestre y Matemática Financiera en el segundo cuatrimestre. Además, es profesor de Matemáticas en el primer año de la Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) donde enseña desde el 10 de mayo de 1972.
Pero además de las Matemáticas y la docencia, Vaena es un apasionado de la astrología. La vida del cosmos, el conocimiento de las estrellas y constelaciones, los misterios del tiempo y la historia de los calendarios son parte de su afición por el conocimiento.
“Más que enseñar dando información, me gusta enseñar a pensar, que es preparar a una persona para que se adapte al mundo por venir”, dice este ingeniero con alma de maestro.
Es indudable que para gozar de lo bello se requiere de sensibilidad. Y aunque suene en un principio como una contradicción, un matemático es ante todo un ser sensible, que ve en el orden mensurable de los números, lo bello, dado que observa desde la geometría y las matemáticas una fórmula indispensable para captar la proporción, componente elemental de la belleza.
Jacobo Vaena nació el 28 de mayo de 1929 en Gualeguaychú. Hoy tiene 81 años y sigue dando clases, porque junto con las Matemáticas la docencia es parte de su pasión. Vivió siempre en Gualeguaychú, excepto por el período de seis años, un mes y veinte días que tardó para recibirse de ingeniero en la Universidad Nacional de Córdoba.
Hijo de don Moisés y doña Rosa. Es el segundo de tres hijos. “Mis padres son oriundos de Esmirna, que es la segunda ciudad de Turquía, ubicada en Asia Menor”; tributará a sus mayores de quienes heredó la cultura del esfuerzo.
-Sus padres inmigrantes, cómo llegan a Gualeguaychú…
-Mi padre pierde a sus padres y a sus abuelos como consecuencia de una epidemia de cólera en la Primera Guerra Mundial. Y tenía dos parientes directos viviendo en América: una tía que residía en Gualeguaychú y otro tío que estaba en Río de Janeiro. Cuando termina la guerra, ellos pudieron subsistir porque mi padre era empleado del Correo dado que hablaba un poco de varios idiomas y eso le permitía despachar mejor las correspondencias. Bueno, el tío que vivía en Río de Janeiro le envía a mi padre fotografías y en una carta aparte le explicaba que si retiraba un cartón detrás de las fotos, iba a encontrar dólares para emprender el viaje a América. Es con ese dinero que se viene a la Argentina junto a otros parientes y deciden venir a Gualeguaychú con la idea de que después algunos se vayan a Río de Janeiro. Pero, en realidad se quedaron todos en Gualeguaychú. Era 1919 y ya en ese entonces estaba de novio con mi madre, que un tiempo más tarde la mandaría a buscar con el propósito ya de casamiento. Ella ingresó al país vía Montevideo-Fray Bentos y se casaron.
-Hablaban el idioma…
-Sí, porque somos judíos descendientes de españoles. Ellos en Turquía hablaban cotidianamente en sus hogares el español. En rigor, los judíos sefaradíes conservamos el español desde que fuimos expulsados de España. Así que el español es el idioma madre de nuestra familia.
-¿Cómo se conocieron sus padres?
- Mi padre tenía quince años y mi madre, doce. Durante la Primera Guerra Mundial, mi padre trabajaba en una biblioteca privada y la conoció cuando ella iba a retirar unos libros. En una oportunidad retiró dos tomos y en uno de ellos le escribió una carta y así empezaron para toda la vida.
-¿Dónde cursó usted la escuela primaria?
-El primer grado lo rendí libre porque había aprendido a leer y escribir de muy pequeño. Rendí primer grado y estuve hasta cuarto grado en la Escuela Rocamora. Desde quinto hasta séptimo la hice en la Escuela Rawson. La secundaria la cursé en el Colegio Nacional. Pero recuerdo que cuando cursé la Primaria, había obtenido una beca al mérito académico por medio de la cooperadora de la Rawson. Esa beca era de 90 pesos que fue dividida entre dos alumnos: José Pedro Godoy y yo. Si bien era una beca para la secundaria, la ahorré para la universidad.
-¿Por qué estudió Córdoba, cuando lo habitual era Buenos Aires?
-En rigor, me fue mal con el examen en Buenos Aires. Y estando de vacaciones en la casa de un tío en Córdoba, mis primos me convencieron de que estudiara allí. En tiempos de estudiantes, armamos con mis primos y amigos de Gualeguaychú y otras localidades de Entre Ríos, una casa en el Barrio Clínicas, que era el barrio tradicional de los estudiantes. En realidad, vivía en una casa donde todos eran estudiantes de Medicina, excepto yo que estudiaba Ingeniería.
-Y con el título bajo el brazo, regresa a Gualeguaychú…
-La tierra siempre llama. Y como el título de ingeniero de la Universidad de Córdoba habilitaba a hacer mensuras, podíamos hacer agrimensuras y a esa actividad me dediqué gran parte de mi vida.
-¿Y a la docencia cómo llega?
-Me recibo de ingeniero en 1954 y en 1957 me convocan para sumarme como profesor en una experiencia maravillosa. Resulta que en aquellos tiempos no había en Gualeguaychú escuelas nocturnas y la iniciativa de crear una llegó gracias a un grupo de docentes comprometidos que estaban vinculados con el Frigorífico. Ellos arman una escuela donde se prepararían a los alumnos para que rindieran libre en el bachillerato. Los iniciadores fueron Mario D´Agostino y Melliard, entre otros. Ellos fueron los grandes impulsores, aunque el proyecto convocó a otros profesores. En mi caso particular, me ayudó mucho la experiencia que tuve siendo alumnos en el Colegio Clavarino, donde tuve a grandes profesores. Especialmente recuerdo a tres: durante tres años fui alumno del profesor Dubocq y dos años más lo tuve a Ruperto Queiros. Con Queiros fuimos profesores en la escuela del Frigorífico y luego volvimos a trabajar juntos cuando me incorporo a la que hoy es la Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Y la tercer profesora que tuvo influencia fue la de Dibujo, que se llamaba María Eloisa de Hernández, que vivía en el Castillo de la Isla Libertad.
-¿Qué características de esos tres profesores lo ayudaron?
-Fundamentalmente su respeto hacia los alumnos y su gran capacidad de diálogo. Recuerdo que la profesora de Dibujo siempre conversaba en clases y de temas cotidianos, no específicos a su materia. Lo hacía mientras trabajábamos con los dibujos. Ese diálogo profesor-alumno siempre es clave para construir la confianza y así poder transmitir el conocimiento en un ambiente más cálido. Tenía un sistema de evaluación que no se detenía únicamente con el saber de un alumno, sino que privilegiaba el esfuerzo que implicaba aprender la lección. La experiencia en la escuela nocturna del Frigorífico fue magnífica. Todos los profesores estábamos ad honorem, teníamos en nuestros cursos a alumnos mucho mayores que nosotros, pero el clima que se había logrado era magnífico. Al principio evaluaba al alumno por su aplicación, en todos los cursos. Pero luego la vida me enseñó que un alumno puede ser regular en el estudio pero ser excelente como persona. Y marco esta distinción, porque aprendí a valorar a las personas no por lo que saben, sino por lo que son. Estimo que a lo largo de mi vida he tenido aproximadamente diez mil alumnos y con varios de ellos sigo manteniendo una relación muy estrecha e incluso sigo de cerca sus proyecciones profesionales. Como docente hay que entender que nuestra función no es de lucimiento personal, sino lograr que el alumno aprenda; es decir, estar al servicio del alumno. Eso es fundamental. Hay que darse cuenta que el maestro es un medio, no un fin.
-¿Cómo llegó a interesarse por la astronomía?
-En quinto año de la secundaria tenía un profesor, Ruperto Queiros, que nos enseñaba una materia que estaba dividida en dos partes: trigonometría y cosmografía. Él me incentivó mucho por la astronomía. Luego en la Universidad tuve una materia que me fascinó: Geodesia. La diferencia entre la geodesia y la topografía, es que la primera considera en sus mediciones a la curvatura de la tierra y la segunda la considera a la tierra plana y se usa para pequeños espacios. Y en la Facultad teníamos también Cartografía, con muchos trabajos prácticos. Así me fui interesando, a leer y a preocuparme. He dado aproximadamente más de cincuenta charlas sobre este tema, especialmente me gusta mucho en las escuelas primarias porque el niño se muestra muy interesado en esta materia.
-También la astronomía ha cambiado a medida que fue descubriendo nuevos mundos…
-Mire, cuando comencé a enseñar en el Profesorado de Geografía, hace como veinte años, dictaba una materia que se llamaba Geografía Matemática. En esas clases enseñaba que en el sistema planetario había 43 lunas, hoy se conocen más de 170. Es decir, se trata de una ciencia que ha progresado mucho y que requiere de una constante actualización. Los viajes espaciales, los telescopios que orbitan sobre la Tierra, las sondas, todos han sido maravillosos para las ciencias.
-La astronomía siempre acompañó al hombre desde los tiempos más remotos. Incluso por el conocimiento de las estrellas, el hombre se hizo navegante. Cuando mejor conoció el cielo, mejor puede recorrer la tierra…
-Es así. Incluso puede predecir el tiempo. Los egipcios sabían que cuando se asomaba Sirio en el horizonte, le estaba indicando que el río Nilo iba a tener crecidas. Los pueblos mesopotámicos que vivían entre el Eufrates y el Tigris, eran astrónomos y crearon el sistema de 360 grados de la circunferencia. Ellos dependían del conocimiento de la astronomía hasta para implementar la agricultura, marcando las épocas de siembra y cosecha. Y del mismo modo, la astronomía también les permitió elevar su pensamiento a niveles trascendentales y religiosos. Hubo un astrónomo en la Antigüedad que se llamó Hiparco (astrónomo, geógrafo y matemático griego nacido en Nicea alrededor de 190 a. C. y muere alrededor de 120 a. C. y fue el inventor de la trigonometría, para cuyo objeto consiste en relacionar las medidas angulares con las lineales y en geografía fue el primero en dividir la Tierra en meridianos y paralelos, haciendo usual los conceptos de longitud y latitud de un lugar o espacio) que a simple vista determinó un movimiento que tiene la Tierra que se llama precisión de los equinoccios, cuyo valor es de 46 segundos y él lo midió en 50. Me sorprende esa capacidad de observación y de saber. Luego él fue director de la Biblioteca de Alejandría y ya no me sorprendió tanto. Hay que pensar que no tenían instrumentos para hacer observaciones y los que tenían para medir no eran tan precisos. Y sin embargo, dieron las bases para las ciencias de hoy. El saber humano es sorprendente.
-El conocimiento astronómico permitió también medir mejor el tiempo…
-Eso lleva a la historia de los almanaques, que es una historia fascinante. A modo de ejemplo, porque el tema es muy basto, la semana tiene siete días por una razón bíblica pero también porque se hace referencia a los siete astros conocidos en esos entonces: lunes (por la Luna), martes (por Marte), miércoles (por Mercurio), jueves (Júpiter), viernes (por Venus), sábado (por Saturno) y domingo (por el Sol). La historia del año bisiesto también es curiosa: todo el mundo cree que a febrero se le agrega un día al final del mes; cuando en realidad se corre el día 23. Es el bi sexto día antes que termine el año y se corre el santoral. Porque antes, febrero era el mes doce, el último del año. Hoy el mes doce es diciembre, que sería el mes décimo; noviembre, que hoy es el mes once, era el noveno y así podíamos seguir enumerando.
-Le proponemos cambiar el eje del diálogo por un momento. Nos interesa incursionar en la relación de la Matemática con los criterios de belleza…
-Ese es un tema apasionante. Siempre es importante explicarles a los alumnos para qué se enseña Matemáticas. En principio la Matemática tiene cuatro finalidades: es informativa, se enseña para que se desenvuelvan en la vida cotidiana. Pero la experiencia enseña que es vital que se aprenda a pensar, es decir, el aspecto formativo. Los otros dos aspectos son éticos y estéticos. Hay que tener en cuenta que la Matemática es una de las pocas ciencias que fue fabricada por el hombre. Se podría decir que las demás materias estudian descubrimientos, mientras que en la Matemática se estudia inventos. El aspecto ético es clave, porque implica respetar leyes preestablecidas. De la misma manera que para vivir en una comunidad es indispensable respetar sus normas, en Matemática también es vital respetar las leyes matemáticas. Por ejemplo, no podemos dividir por cero. Y respondiendo a su inquietud, el aspecto estético de la Matemática se encuentra en la aplicación de casi todas las Bellas Artes. Justamente esto se explica muy bien en el libro “Matemática como una de las Bellas Artes” de Pablo Amster, cuyo padre era oriundo de Basavilbaso. La Matemática se encuentra en la música con sus intervalos; en las artes plásticas con sus proporciones; en la arquitectura, en la escultura… en fin… Ya los Pitagóricos nos enseñaron la belleza que poseen los números.
-Es evidente que la ciencia avanza, incluso a pasos agigantados. Sin embargo, la sociedad actual no evoluciona en esa misma proporción. Sin adherir a una perspectiva pesimista, por qué ocurre esta situación…
-Creo que el gran problema es el deterioro que atraviesa la educación. Es cierto, cada día podemos incorporar más cantidad de información pero eso no implica mayor calidad. En Gualeguaychú es común que algunas de sus instituciones tengan escuelas primarias, algunas con quinientos o seiscientos alumnos. Imaginemos que esas instituciones no tuvieran esos espacios educativos: ¿Adónde irían esos hijos? No habría escuelas suficientes para ellos. Este no es un problema de un gobierno en particular, sino de todas las generaciones. La educación es la única llave que nos permitirá liberarnos, abrir la puerta para el desarrollo y al mismo tiempo ser una esperanza. Es decir, la persona no será libre mientras no tenga suficiente educación para ejercer de manera autónoma o por su cuenta sus determinaciones. Y el padre, en términos generales, está más despreocupado e incluso distanciado de sus hijos que en otras épocas. Perdemos de vista que la primera escuela es el hogar. Debemos tomar conciencia que la educación cambia a las personas. Mire, le voy a dar un ejemplo que permitirá recrear la esperanza: en primer año de la universidad los alumnos les cuesta mucho hablar, hilvanar frases. Y me ha tocado integrar mesas de exámenes en cuarto año, y el primer sorprendido he sido yo, porque me he dado cuenta cómo la universidad los ha formado, los ha preparado no sólo para dar una materia sino para tener una opinión personal sobre lo que está estudiando. Es decir, ese chico se ha formado y es mérito de la universidad ese crecimiento. Así como la educación es la llave para el desarrollo, es también la esperanza. Pero insisto, es indispensable que se vuelva a jerarquizar al hogar como la primera escuela.
Casado con Alma María Argentina Salas, Vaena tiene tres hijos y tres nietos. Como docente ha tenido más de diez mil alumnos y actualmente dicta clases en el Centro Regional de la Universidad de Concepción del Uruguay (UCU), donde Estadística en el primer cuatrimestre y Matemática Financiera en el segundo cuatrimestre. Además, es profesor de Matemáticas en el primer año de la Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) donde enseña desde el 10 de mayo de 1972.
Pero además de las Matemáticas y la docencia, Vaena es un apasionado de la astrología. La vida del cosmos, el conocimiento de las estrellas y constelaciones, los misterios del tiempo y la historia de los calendarios son parte de su afición por el conocimiento.
“Más que enseñar dando información, me gusta enseñar a pensar, que es preparar a una persona para que se adapte al mundo por venir”, dice este ingeniero con alma de maestro.
Es indudable que para gozar de lo bello se requiere de sensibilidad. Y aunque suene en un principio como una contradicción, un matemático es ante todo un ser sensible, que ve en el orden mensurable de los números, lo bello, dado que observa desde la geometría y las matemáticas una fórmula indispensable para captar la proporción, componente elemental de la belleza.
Jacobo Vaena nació el 28 de mayo de 1929 en Gualeguaychú. Hoy tiene 81 años y sigue dando clases, porque junto con las Matemáticas la docencia es parte de su pasión. Vivió siempre en Gualeguaychú, excepto por el período de seis años, un mes y veinte días que tardó para recibirse de ingeniero en la Universidad Nacional de Córdoba.
Hijo de don Moisés y doña Rosa. Es el segundo de tres hijos. “Mis padres son oriundos de Esmirna, que es la segunda ciudad de Turquía, ubicada en Asia Menor”; tributará a sus mayores de quienes heredó la cultura del esfuerzo.
-Sus padres inmigrantes, cómo llegan a Gualeguaychú…
-Mi padre pierde a sus padres y a sus abuelos como consecuencia de una epidemia de cólera en la Primera Guerra Mundial. Y tenía dos parientes directos viviendo en América: una tía que residía en Gualeguaychú y otro tío que estaba en Río de Janeiro. Cuando termina la guerra, ellos pudieron subsistir porque mi padre era empleado del Correo dado que hablaba un poco de varios idiomas y eso le permitía despachar mejor las correspondencias. Bueno, el tío que vivía en Río de Janeiro le envía a mi padre fotografías y en una carta aparte le explicaba que si retiraba un cartón detrás de las fotos, iba a encontrar dólares para emprender el viaje a América. Es con ese dinero que se viene a la Argentina junto a otros parientes y deciden venir a Gualeguaychú con la idea de que después algunos se vayan a Río de Janeiro. Pero, en realidad se quedaron todos en Gualeguaychú. Era 1919 y ya en ese entonces estaba de novio con mi madre, que un tiempo más tarde la mandaría a buscar con el propósito ya de casamiento. Ella ingresó al país vía Montevideo-Fray Bentos y se casaron.
-Hablaban el idioma…
-Sí, porque somos judíos descendientes de españoles. Ellos en Turquía hablaban cotidianamente en sus hogares el español. En rigor, los judíos sefaradíes conservamos el español desde que fuimos expulsados de España. Así que el español es el idioma madre de nuestra familia.
-¿Cómo se conocieron sus padres?
- Mi padre tenía quince años y mi madre, doce. Durante la Primera Guerra Mundial, mi padre trabajaba en una biblioteca privada y la conoció cuando ella iba a retirar unos libros. En una oportunidad retiró dos tomos y en uno de ellos le escribió una carta y así empezaron para toda la vida.
-¿Dónde cursó usted la escuela primaria?
-El primer grado lo rendí libre porque había aprendido a leer y escribir de muy pequeño. Rendí primer grado y estuve hasta cuarto grado en la Escuela Rocamora. Desde quinto hasta séptimo la hice en la Escuela Rawson. La secundaria la cursé en el Colegio Nacional. Pero recuerdo que cuando cursé la Primaria, había obtenido una beca al mérito académico por medio de la cooperadora de la Rawson. Esa beca era de 90 pesos que fue dividida entre dos alumnos: José Pedro Godoy y yo. Si bien era una beca para la secundaria, la ahorré para la universidad.
-¿Por qué estudió Córdoba, cuando lo habitual era Buenos Aires?
-En rigor, me fue mal con el examen en Buenos Aires. Y estando de vacaciones en la casa de un tío en Córdoba, mis primos me convencieron de que estudiara allí. En tiempos de estudiantes, armamos con mis primos y amigos de Gualeguaychú y otras localidades de Entre Ríos, una casa en el Barrio Clínicas, que era el barrio tradicional de los estudiantes. En realidad, vivía en una casa donde todos eran estudiantes de Medicina, excepto yo que estudiaba Ingeniería.
-Y con el título bajo el brazo, regresa a Gualeguaychú…
-La tierra siempre llama. Y como el título de ingeniero de la Universidad de Córdoba habilitaba a hacer mensuras, podíamos hacer agrimensuras y a esa actividad me dediqué gran parte de mi vida.
-¿Y a la docencia cómo llega?
-Me recibo de ingeniero en 1954 y en 1957 me convocan para sumarme como profesor en una experiencia maravillosa. Resulta que en aquellos tiempos no había en Gualeguaychú escuelas nocturnas y la iniciativa de crear una llegó gracias a un grupo de docentes comprometidos que estaban vinculados con el Frigorífico. Ellos arman una escuela donde se prepararían a los alumnos para que rindieran libre en el bachillerato. Los iniciadores fueron Mario D´Agostino y Melliard, entre otros. Ellos fueron los grandes impulsores, aunque el proyecto convocó a otros profesores. En mi caso particular, me ayudó mucho la experiencia que tuve siendo alumnos en el Colegio Clavarino, donde tuve a grandes profesores. Especialmente recuerdo a tres: durante tres años fui alumno del profesor Dubocq y dos años más lo tuve a Ruperto Queiros. Con Queiros fuimos profesores en la escuela del Frigorífico y luego volvimos a trabajar juntos cuando me incorporo a la que hoy es la Facultad de Bromatología de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Y la tercer profesora que tuvo influencia fue la de Dibujo, que se llamaba María Eloisa de Hernández, que vivía en el Castillo de la Isla Libertad.
-¿Qué características de esos tres profesores lo ayudaron?
-Fundamentalmente su respeto hacia los alumnos y su gran capacidad de diálogo. Recuerdo que la profesora de Dibujo siempre conversaba en clases y de temas cotidianos, no específicos a su materia. Lo hacía mientras trabajábamos con los dibujos. Ese diálogo profesor-alumno siempre es clave para construir la confianza y así poder transmitir el conocimiento en un ambiente más cálido. Tenía un sistema de evaluación que no se detenía únicamente con el saber de un alumno, sino que privilegiaba el esfuerzo que implicaba aprender la lección. La experiencia en la escuela nocturna del Frigorífico fue magnífica. Todos los profesores estábamos ad honorem, teníamos en nuestros cursos a alumnos mucho mayores que nosotros, pero el clima que se había logrado era magnífico. Al principio evaluaba al alumno por su aplicación, en todos los cursos. Pero luego la vida me enseñó que un alumno puede ser regular en el estudio pero ser excelente como persona. Y marco esta distinción, porque aprendí a valorar a las personas no por lo que saben, sino por lo que son. Estimo que a lo largo de mi vida he tenido aproximadamente diez mil alumnos y con varios de ellos sigo manteniendo una relación muy estrecha e incluso sigo de cerca sus proyecciones profesionales. Como docente hay que entender que nuestra función no es de lucimiento personal, sino lograr que el alumno aprenda; es decir, estar al servicio del alumno. Eso es fundamental. Hay que darse cuenta que el maestro es un medio, no un fin.
-¿Cómo llegó a interesarse por la astronomía?
-En quinto año de la secundaria tenía un profesor, Ruperto Queiros, que nos enseñaba una materia que estaba dividida en dos partes: trigonometría y cosmografía. Él me incentivó mucho por la astronomía. Luego en la Universidad tuve una materia que me fascinó: Geodesia. La diferencia entre la geodesia y la topografía, es que la primera considera en sus mediciones a la curvatura de la tierra y la segunda la considera a la tierra plana y se usa para pequeños espacios. Y en la Facultad teníamos también Cartografía, con muchos trabajos prácticos. Así me fui interesando, a leer y a preocuparme. He dado aproximadamente más de cincuenta charlas sobre este tema, especialmente me gusta mucho en las escuelas primarias porque el niño se muestra muy interesado en esta materia.
-También la astronomía ha cambiado a medida que fue descubriendo nuevos mundos…
-Mire, cuando comencé a enseñar en el Profesorado de Geografía, hace como veinte años, dictaba una materia que se llamaba Geografía Matemática. En esas clases enseñaba que en el sistema planetario había 43 lunas, hoy se conocen más de 170. Es decir, se trata de una ciencia que ha progresado mucho y que requiere de una constante actualización. Los viajes espaciales, los telescopios que orbitan sobre la Tierra, las sondas, todos han sido maravillosos para las ciencias.
-La astronomía siempre acompañó al hombre desde los tiempos más remotos. Incluso por el conocimiento de las estrellas, el hombre se hizo navegante. Cuando mejor conoció el cielo, mejor puede recorrer la tierra…
-Es así. Incluso puede predecir el tiempo. Los egipcios sabían que cuando se asomaba Sirio en el horizonte, le estaba indicando que el río Nilo iba a tener crecidas. Los pueblos mesopotámicos que vivían entre el Eufrates y el Tigris, eran astrónomos y crearon el sistema de 360 grados de la circunferencia. Ellos dependían del conocimiento de la astronomía hasta para implementar la agricultura, marcando las épocas de siembra y cosecha. Y del mismo modo, la astronomía también les permitió elevar su pensamiento a niveles trascendentales y religiosos. Hubo un astrónomo en la Antigüedad que se llamó Hiparco (astrónomo, geógrafo y matemático griego nacido en Nicea alrededor de 190 a. C. y muere alrededor de 120 a. C. y fue el inventor de la trigonometría, para cuyo objeto consiste en relacionar las medidas angulares con las lineales y en geografía fue el primero en dividir la Tierra en meridianos y paralelos, haciendo usual los conceptos de longitud y latitud de un lugar o espacio) que a simple vista determinó un movimiento que tiene la Tierra que se llama precisión de los equinoccios, cuyo valor es de 46 segundos y él lo midió en 50. Me sorprende esa capacidad de observación y de saber. Luego él fue director de la Biblioteca de Alejandría y ya no me sorprendió tanto. Hay que pensar que no tenían instrumentos para hacer observaciones y los que tenían para medir no eran tan precisos. Y sin embargo, dieron las bases para las ciencias de hoy. El saber humano es sorprendente.
-El conocimiento astronómico permitió también medir mejor el tiempo…
-Eso lleva a la historia de los almanaques, que es una historia fascinante. A modo de ejemplo, porque el tema es muy basto, la semana tiene siete días por una razón bíblica pero también porque se hace referencia a los siete astros conocidos en esos entonces: lunes (por la Luna), martes (por Marte), miércoles (por Mercurio), jueves (Júpiter), viernes (por Venus), sábado (por Saturno) y domingo (por el Sol). La historia del año bisiesto también es curiosa: todo el mundo cree que a febrero se le agrega un día al final del mes; cuando en realidad se corre el día 23. Es el bi sexto día antes que termine el año y se corre el santoral. Porque antes, febrero era el mes doce, el último del año. Hoy el mes doce es diciembre, que sería el mes décimo; noviembre, que hoy es el mes once, era el noveno y así podíamos seguir enumerando.
-Le proponemos cambiar el eje del diálogo por un momento. Nos interesa incursionar en la relación de la Matemática con los criterios de belleza…
-Ese es un tema apasionante. Siempre es importante explicarles a los alumnos para qué se enseña Matemáticas. En principio la Matemática tiene cuatro finalidades: es informativa, se enseña para que se desenvuelvan en la vida cotidiana. Pero la experiencia enseña que es vital que se aprenda a pensar, es decir, el aspecto formativo. Los otros dos aspectos son éticos y estéticos. Hay que tener en cuenta que la Matemática es una de las pocas ciencias que fue fabricada por el hombre. Se podría decir que las demás materias estudian descubrimientos, mientras que en la Matemática se estudia inventos. El aspecto ético es clave, porque implica respetar leyes preestablecidas. De la misma manera que para vivir en una comunidad es indispensable respetar sus normas, en Matemática también es vital respetar las leyes matemáticas. Por ejemplo, no podemos dividir por cero. Y respondiendo a su inquietud, el aspecto estético de la Matemática se encuentra en la aplicación de casi todas las Bellas Artes. Justamente esto se explica muy bien en el libro “Matemática como una de las Bellas Artes” de Pablo Amster, cuyo padre era oriundo de Basavilbaso. La Matemática se encuentra en la música con sus intervalos; en las artes plásticas con sus proporciones; en la arquitectura, en la escultura… en fin… Ya los Pitagóricos nos enseñaron la belleza que poseen los números.
-Es evidente que la ciencia avanza, incluso a pasos agigantados. Sin embargo, la sociedad actual no evoluciona en esa misma proporción. Sin adherir a una perspectiva pesimista, por qué ocurre esta situación…
-Creo que el gran problema es el deterioro que atraviesa la educación. Es cierto, cada día podemos incorporar más cantidad de información pero eso no implica mayor calidad. En Gualeguaychú es común que algunas de sus instituciones tengan escuelas primarias, algunas con quinientos o seiscientos alumnos. Imaginemos que esas instituciones no tuvieran esos espacios educativos: ¿Adónde irían esos hijos? No habría escuelas suficientes para ellos. Este no es un problema de un gobierno en particular, sino de todas las generaciones. La educación es la única llave que nos permitirá liberarnos, abrir la puerta para el desarrollo y al mismo tiempo ser una esperanza. Es decir, la persona no será libre mientras no tenga suficiente educación para ejercer de manera autónoma o por su cuenta sus determinaciones. Y el padre, en términos generales, está más despreocupado e incluso distanciado de sus hijos que en otras épocas. Perdemos de vista que la primera escuela es el hogar. Debemos tomar conciencia que la educación cambia a las personas. Mire, le voy a dar un ejemplo que permitirá recrear la esperanza: en primer año de la universidad los alumnos les cuesta mucho hablar, hilvanar frases. Y me ha tocado integrar mesas de exámenes en cuarto año, y el primer sorprendido he sido yo, porque me he dado cuenta cómo la universidad los ha formado, los ha preparado no sólo para dar una materia sino para tener una opinión personal sobre lo que está estudiando. Es decir, ese chico se ha formado y es mérito de la universidad ese crecimiento. Así como la educación es la llave para el desarrollo, es también la esperanza. Pero insisto, es indispensable que se vuelva a jerarquizar al hogar como la primera escuela.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©
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