La última nota a Don Alberto Bahillo
“La continuidad de aquello que nos hizo feliz y nos dio un motivo de vida, siempre es motivo de alegría”. Así, Don Alberto Bahillo, en una extensa nota que publicó EL ARGENTINO el 19 de septiembre de 2009, se refería a su vida, a partir de su familia y el rol de propietario de una de las empresas con más arraigo en la ciudad.
Alberto José Bahillo nació el 13 de mayo de 1928, en Rojas, Provincia de Buenos Aires. Casado con Matilde, tuvo cinco hijos: Tomás Alberto (psicólogo), Alicia (licenciatura en Historia), Juan José (el actual intendente de la ciudad), Ana María (profesora bilingüe de Nivel Inicial) y Julieta María (la responsable de Helados Bahillo).
Con Matilde está casado desde el 21 de julio de 1962, y tienen doce nietos. Se conocieron en Rojas, cuando ella iba desde Gilbert a visitar a unos familiares. Alberto Bahillo sostiene que “el oficio de heladero lo tiene desde siempre”. A los 12 años comenzó a trabajar como pastelero en una panadería. Y a los 18 se fue a Buenos Aires. Allí trabajó en la mítica y antigua Confitería París ubicada en Charcas y Libertad. Una firma que hizo época y que fue una de las más grandes junto a El Molino y los Dos Chinos. Fue a Buenos Aires a buscar el destino. Y de Buenos Aires se iba todos los veranos a trabajar la temporada. Primero a Bariloche, después a Mar del Pata. Siempre en la pastelería. Hoy, a los 81 años, puede ser considerado como uno de los primeros comerciantes que pensaron –en la década del ´60- en términos turísticos. Un pionero, que por el egoísmo político no es reconocido como un ciudadano ilustre. El –junto con Dacal- fueron los que le dieron vida a la actual Costanera de la ciudad, que es considerado el mayor paseo público de la ciudad. El propio don Alberto recordará justamente que paseando un domingo por la Costanera observó que era una pena que ante semejante paisaje, la gente no anduviera paseando. Y contra toda lógica, sostuvo que si no andaba nadie, una heladería sería un atractivo para que ese lugar se convirtiera en un paseo público. La historia no lo contradijo y hoy la ciudad es casi sinónimo de turismo. Alberto Bahillo recibió a EL ARGENTINO el jueves 10 de septiembre a las 18 en su domicilio, cuando los gualeguaychuenses se estaban preparando para ver el adverso partido de fútbol que la Selección Argentina disputó con Brasil. Varias cajas con fotografías están sobre la mesa. No es solamente un álbum familiar, porque en esas “estampas” se podría recorrer gran parte de la historia de la ciudad. Como testigos se encuentran sus hijos Tomás Alberto y Julieta María. Juan José, actual intendente, se excusó de hablar porque el cargo público que ejerce lo comprende en las generales de la ley. Junto a ellos, un retrato familiar completo. Y al lado de Alberto, su inseparable esposa Matilde, atenta a los mínimos detalles. Las fotografías saltan de la caja a la palma de las manos y de las manos a la vista. Son como un tesoro gráfico y en cada imagen hay una historia para contar. En el diálogo con EL ARGENTINO aparecerá un concepto permanente: “no bajar los brazos y honrar las responsabilidades”. Alberto se detiene en esos conceptos para explicar acaso uno de los secretos mejor guardados de un éxito que no es sólo comercial sino vital: “Para triunfar hay que perseverar, tener responsabilidad, creer en uno mismo, y saber que no es lo mismo hacer las cosas bien o mal”.
-Su vida empresaria ha tenido altibajos, cómo los vivió.
-Lo importante fue no haber bajado los brazos nunca. Es cierto, las dificultades siempre han estado presentes pero se pueden superar con esfuerzo y el esfuerzo no es otra cosa que creer en lo que uno hace. Esto lo he vivido así por una razón: es una forma de ser. No entiendo de otra forma al mundo del trabajo que el tener siempre la predisposición para salir adelante. Cada vez que ponía la llave en una cerradura para abrir una puerta, estaba viviendo la esperanza de que me iba a ir mejor. Esto lo deben vivir cada uno de los comerciantes y empresarios cada mañana cuando inician sus actividades. El no bajar los brazos pese a las dificultades es saber que nada se logra sin esfuerzos.
-¿La Costanera ya estaba instalada como paseo público cuando usted se inició?
-No. Ni siquiera estaba el concepto de turismo. Recuerdo que un domingo por la tarde estaba caminando por la Costanera. Me llamó la atención que en un lugar tan lindo no anduviera nadie paseando. Y pensé que si ponía una heladería se iba a llenar de gente. Pensé al revés de la lógica: porque si no andaba nadie no era recomendable iniciar un comercio. Sin embargo, fue la actividad comercial la que convocó a la gente. Y hoy la Costanera es un símbolo de la ciudad.
-Siempre estuvo ligado a la actividad mercantil.
-Sí, siempre. Como empleado primero y como titular de una firma después. Por eso a la fábrica de helados le puse el apellido, porque es una identidad y a la vez una garantía para el cliente. Esto es filosofía familiar, por eso en Rojas tengo un hermano que también tiene una heladería que se llama Bahillo, aunque no está ligada comercialmente con nosotros. Y aquí quiero homenajear el acompañamiento de Matilde, que apuntaló la organización familiar para que me pudiera dedicar de lleno a la actividad comercial. A veces pienso que sin ese acompañamiento todo hubiera sido en vano, porque todo lo que hacemos con Matilde es para la familia. Cuando las cosas van bien los acompañamientos son más fáciles, por eso hay que ser agradecidos con aquellos que han estado de cuerpo y alma acompañando en los momentos difíciles de una vida. Quiero decir, especialmente para aquellos que hoy viven una situación compleja o complicada, que por más que todo se perciba como negativo, busquen lo positivo para salir adelante. Se puede, no hay que bajar los brazos y cuando digo esto, estoy diciendo que crean en ellos mismos. Que le pongan el apellido, el alma, a las cosas que hacen.
-Recuerda algún momento difícil, ese hecho que lo llenó de amargura y que entendió que todo esfuerzo era inútil…
-Hubo un momento muy difícil porque estaba fuera de todo control. Fue la inundación de 1978, cuando el agua nos llegó casi hasta el techo en la fábrica ubicada en la Avenida Costanera. En una noche ocurrió todo: perdimos maquinarias, mercaderías, materias primas. Fue un desafío, porque además de sufrirla en carne y hueso, toda la comunidad vivía lo mismo. Fue un momento difícil en lo individual y en lo colectivo. La ciudad inundada y el agua que todo lo arrasaba. Tuvimos que traer el helado desde Paraná y comenzar todo de nuevo, como si fuera la primera vez. No daban muchas ganas, pero comprendimos que el esfuerzo éramos nosotros mismos y que sólo el trabajo podía reponernos de esa calamidad. Poner en marcha la fábrica otra vez no fue tarea fácil. Las maquinarias las tuvimos que trasladar hasta Córdoba para que la acondicionaran de nuevo. Tardamos más de tres meses en volver a producir como nosotros queríamos. Pero entendimos que no podíamos detener lo único que sabemos hacer: producir.
-Tres meses no parece tanto tiempo…
-A veces pueden ser la eternidad cuando todo se ha perdido. Además, por esa inundación las rutas estuvieron cortadas en algunos tramos por casi seis meses. Teníamos que trasladar el helado a nuestras casas en Buenos Aires y como las rutas estaban cortadas, teníamos que hacerlo por Paraná-Santa Fe y de ahí a Buenos Aires por Rosario. A veces la vuelta era más larga, porque teníamos que llevarlo por el Chaco; y en otras oportunidades hasta por Montevideo, cruzando por Fray Bentos. En ese contexto, el tiempo es una eternidad.
-Usted partió de una familia con escasos recursos. Pero construyó una que les permitió a sus hijos comenzar desde una movilidad social más ascendente. Ellos tuvieron una situación construida. Pero lo que le pasó a usted no lo han podido construir todos con su misma condición. ¿Qué lo diferenció?
-Las herramientas son distintas. Si alguien intenta partir del lugar que partí yo, las cosas hoy serían más difíciles. No obstante, creo que hay elementos que son comunes a todas las generaciones: las ganas por superarse, la vocación por ejercer responsabilidades ciudadanas, ser buen vecino, buen padre, el creer en el esfuerzo, el honrar las obligaciones. Perseverar permite encontrar las herramientas necesarias para crecer. Ese sería un común denominador, junto a la cultura del trabajo, el saber creer en uno mismo y que no sea igual hacer las cosas bien o mal. Pero, quiero volver al principio. Hoy las herramientas para crecer y lograr un progreso son diferentes de cuando comencé, allá por la década del ´60. Lo que no ha cambiado son los valores, las intenciones y el espíritu en que se hacen las cosas: ese es el mayor ingrediente. Y en Gualeguaychú pudimos crecer porque el ciudadano de aquí valora esas cosas. Y hoy que estoy retirado de lo cotidiano de la fábrica, mis hijos siguen esa senda, incluso en sus actividades particulares y profesionales. Y aquí quiero hacer un reconocimiento a los empleados. Porque está bien la continuidad familiar, pero la lealtad de los empleados ha sido un ingrediente que no puedo pasar por alto. La firma tiene 44 años de vida y tengo empleados con 43 años de antigüedad. Por eso cuando hablo de estas cosas, siento la necesidad de agradecerle a los empleados por su acompañamiento, porque ellos vivieron los avatares de la empresa y me acompañaron en cada circunstancia.
-¿Qué cosas en común tiene la ciudad con sus inicios y qué lo diferencia?
-Hoy establecerse comercialmente sería más difícil por la calidad de su comercio. Antes estaba casi todo por hacerse. Es producto del crecimiento, pero hoy es más difícil competir por las actividades consolidadas que existen. No obstante, el secreto sigue siendo el mismo: trabajar y perseverar. Vengo de una escuela donde la clave es trabajar con calidad, desde la materia prima hasta el procedimiento. Al principio, la situación era distinta. Los hijos eran muy pequeños y mi esposa se ocupaba de los asuntos de la casa. Hoy están todos ubicados en sus ámbitos de actuación. Están hechos. Y por eso hoy mi situación es disfrutarlo. Gualeguaychú ha crecido mucho no sólo en dimensiones geográficas, que es muy evidente; sino que está más activa. Hoy la ciudad tiene elementos que antes no había con respecto a la cultura, a la educación. Hoy hay universidades que antes no había y muchas más escuelas. Eso sería una ventaja, pero estamos perdiendo valores colectivos. Antes la ciudad giraba sobre el Frigorífico, Molinos Goldaracena y la Cooperativa Avícola, tres señoras firmas que hoy están cerradas. Eso sería una desventaja, pero hoy existe un sector industrial, comercial y de servicio que antes no había. Me refiero al turismo que además tiene un desarrollo constante. A veces pienso cómo se pudo construir una escuela como la Normal y cómo cuesta hoy mantener sus persianas. Lo mismo el Instituto Magnasco, que se pudo hacer. No sé si hoy se pudiera articular semejantes obras. No obstante, ante el cierre del ferrocarril se pudo construir el Corsódromo. Lo que indica que algunas cosas podemos hacer para crecer. Tenemos que tener visión y ambición.
-¿Y la calesita dónde está?
-La calesita fue un suceso. La tuve durante 25 años. Y la vendí porque era más imperioso darle más espacio a la fábrica. Fue un dolor venderla. En los inviernos la desarmábamos y la llevábamos a los pueblos y con eso lográbamos un recurso para esperar el verano. La infancia de mis hijos fueron comiendo helados, masas y jugando de manera ilimitada con la calesita. Una infancia ideal si se lo piensa desde ese punto de vista.
-De usted se dice que la vocación comercial es algo instintiva…
-Mis hijos me reprochaban cuando eran chicos que salir de paseo por la ciudad era una tortura. Porque en donde ellos veían amigos y paisajes, yo veía una esquina con cualidades para desarrollar un comercio. Donde ellos veían algo para comprar, yo miraba cómo estaba armada la vidriera. De alguna forma no los acompañé en ese disfrute de pasear en familia. No me podía abstraer… era más fuerte que yo.
-¿Cuál es el gusto que más le gusta?
-No me voy a referir a uno de helados ni de pastelería, sino el de la vida. El haber podido transmitir a mis hijos con el ejemplo, porque la comunicación nunca fue mi fuerte, la importancia de creer en ellos mismos, en ser perseverantes, honestos y fundamentalmente honrar las responsabilidades en cada meta que se propongan.
-Quien se la pasó la vida construyendo no puede tener motivos de tristeza. ¿Ahora que está retirado, qué cosas le alegran?
-Estoy retirado sí, pero de vez en cuando pregunto cómo andan las cosas, porque eso es más fuerte que yo. No puedo desentenderme de los asuntos. Pero hoy me alegran los hijos y los nietos. Saber que ellos pueden seguir por esa senda de la que hablamos recién… y que la empresa tiene que seguir adelante. La continuidad de aquello que nos hizo feliz y nos dio un motivo de vida, siempre es motivo de alegría.
Con Matilde está casado desde el 21 de julio de 1962, y tienen doce nietos. Se conocieron en Rojas, cuando ella iba desde Gilbert a visitar a unos familiares. Alberto Bahillo sostiene que “el oficio de heladero lo tiene desde siempre”. A los 12 años comenzó a trabajar como pastelero en una panadería. Y a los 18 se fue a Buenos Aires. Allí trabajó en la mítica y antigua Confitería París ubicada en Charcas y Libertad. Una firma que hizo época y que fue una de las más grandes junto a El Molino y los Dos Chinos. Fue a Buenos Aires a buscar el destino. Y de Buenos Aires se iba todos los veranos a trabajar la temporada. Primero a Bariloche, después a Mar del Pata. Siempre en la pastelería. Hoy, a los 81 años, puede ser considerado como uno de los primeros comerciantes que pensaron –en la década del ´60- en términos turísticos. Un pionero, que por el egoísmo político no es reconocido como un ciudadano ilustre. El –junto con Dacal- fueron los que le dieron vida a la actual Costanera de la ciudad, que es considerado el mayor paseo público de la ciudad. El propio don Alberto recordará justamente que paseando un domingo por la Costanera observó que era una pena que ante semejante paisaje, la gente no anduviera paseando. Y contra toda lógica, sostuvo que si no andaba nadie, una heladería sería un atractivo para que ese lugar se convirtiera en un paseo público. La historia no lo contradijo y hoy la ciudad es casi sinónimo de turismo. Alberto Bahillo recibió a EL ARGENTINO el jueves 10 de septiembre a las 18 en su domicilio, cuando los gualeguaychuenses se estaban preparando para ver el adverso partido de fútbol que la Selección Argentina disputó con Brasil. Varias cajas con fotografías están sobre la mesa. No es solamente un álbum familiar, porque en esas “estampas” se podría recorrer gran parte de la historia de la ciudad. Como testigos se encuentran sus hijos Tomás Alberto y Julieta María. Juan José, actual intendente, se excusó de hablar porque el cargo público que ejerce lo comprende en las generales de la ley. Junto a ellos, un retrato familiar completo. Y al lado de Alberto, su inseparable esposa Matilde, atenta a los mínimos detalles. Las fotografías saltan de la caja a la palma de las manos y de las manos a la vista. Son como un tesoro gráfico y en cada imagen hay una historia para contar. En el diálogo con EL ARGENTINO aparecerá un concepto permanente: “no bajar los brazos y honrar las responsabilidades”. Alberto se detiene en esos conceptos para explicar acaso uno de los secretos mejor guardados de un éxito que no es sólo comercial sino vital: “Para triunfar hay que perseverar, tener responsabilidad, creer en uno mismo, y saber que no es lo mismo hacer las cosas bien o mal”.
-Su vida empresaria ha tenido altibajos, cómo los vivió.
-Lo importante fue no haber bajado los brazos nunca. Es cierto, las dificultades siempre han estado presentes pero se pueden superar con esfuerzo y el esfuerzo no es otra cosa que creer en lo que uno hace. Esto lo he vivido así por una razón: es una forma de ser. No entiendo de otra forma al mundo del trabajo que el tener siempre la predisposición para salir adelante. Cada vez que ponía la llave en una cerradura para abrir una puerta, estaba viviendo la esperanza de que me iba a ir mejor. Esto lo deben vivir cada uno de los comerciantes y empresarios cada mañana cuando inician sus actividades. El no bajar los brazos pese a las dificultades es saber que nada se logra sin esfuerzos.
-¿La Costanera ya estaba instalada como paseo público cuando usted se inició?
-No. Ni siquiera estaba el concepto de turismo. Recuerdo que un domingo por la tarde estaba caminando por la Costanera. Me llamó la atención que en un lugar tan lindo no anduviera nadie paseando. Y pensé que si ponía una heladería se iba a llenar de gente. Pensé al revés de la lógica: porque si no andaba nadie no era recomendable iniciar un comercio. Sin embargo, fue la actividad comercial la que convocó a la gente. Y hoy la Costanera es un símbolo de la ciudad.
-Siempre estuvo ligado a la actividad mercantil.
-Sí, siempre. Como empleado primero y como titular de una firma después. Por eso a la fábrica de helados le puse el apellido, porque es una identidad y a la vez una garantía para el cliente. Esto es filosofía familiar, por eso en Rojas tengo un hermano que también tiene una heladería que se llama Bahillo, aunque no está ligada comercialmente con nosotros. Y aquí quiero homenajear el acompañamiento de Matilde, que apuntaló la organización familiar para que me pudiera dedicar de lleno a la actividad comercial. A veces pienso que sin ese acompañamiento todo hubiera sido en vano, porque todo lo que hacemos con Matilde es para la familia. Cuando las cosas van bien los acompañamientos son más fáciles, por eso hay que ser agradecidos con aquellos que han estado de cuerpo y alma acompañando en los momentos difíciles de una vida. Quiero decir, especialmente para aquellos que hoy viven una situación compleja o complicada, que por más que todo se perciba como negativo, busquen lo positivo para salir adelante. Se puede, no hay que bajar los brazos y cuando digo esto, estoy diciendo que crean en ellos mismos. Que le pongan el apellido, el alma, a las cosas que hacen.
-Recuerda algún momento difícil, ese hecho que lo llenó de amargura y que entendió que todo esfuerzo era inútil…
-Hubo un momento muy difícil porque estaba fuera de todo control. Fue la inundación de 1978, cuando el agua nos llegó casi hasta el techo en la fábrica ubicada en la Avenida Costanera. En una noche ocurrió todo: perdimos maquinarias, mercaderías, materias primas. Fue un desafío, porque además de sufrirla en carne y hueso, toda la comunidad vivía lo mismo. Fue un momento difícil en lo individual y en lo colectivo. La ciudad inundada y el agua que todo lo arrasaba. Tuvimos que traer el helado desde Paraná y comenzar todo de nuevo, como si fuera la primera vez. No daban muchas ganas, pero comprendimos que el esfuerzo éramos nosotros mismos y que sólo el trabajo podía reponernos de esa calamidad. Poner en marcha la fábrica otra vez no fue tarea fácil. Las maquinarias las tuvimos que trasladar hasta Córdoba para que la acondicionaran de nuevo. Tardamos más de tres meses en volver a producir como nosotros queríamos. Pero entendimos que no podíamos detener lo único que sabemos hacer: producir.
-Tres meses no parece tanto tiempo…
-A veces pueden ser la eternidad cuando todo se ha perdido. Además, por esa inundación las rutas estuvieron cortadas en algunos tramos por casi seis meses. Teníamos que trasladar el helado a nuestras casas en Buenos Aires y como las rutas estaban cortadas, teníamos que hacerlo por Paraná-Santa Fe y de ahí a Buenos Aires por Rosario. A veces la vuelta era más larga, porque teníamos que llevarlo por el Chaco; y en otras oportunidades hasta por Montevideo, cruzando por Fray Bentos. En ese contexto, el tiempo es una eternidad.
-Usted partió de una familia con escasos recursos. Pero construyó una que les permitió a sus hijos comenzar desde una movilidad social más ascendente. Ellos tuvieron una situación construida. Pero lo que le pasó a usted no lo han podido construir todos con su misma condición. ¿Qué lo diferenció?
-Las herramientas son distintas. Si alguien intenta partir del lugar que partí yo, las cosas hoy serían más difíciles. No obstante, creo que hay elementos que son comunes a todas las generaciones: las ganas por superarse, la vocación por ejercer responsabilidades ciudadanas, ser buen vecino, buen padre, el creer en el esfuerzo, el honrar las obligaciones. Perseverar permite encontrar las herramientas necesarias para crecer. Ese sería un común denominador, junto a la cultura del trabajo, el saber creer en uno mismo y que no sea igual hacer las cosas bien o mal. Pero, quiero volver al principio. Hoy las herramientas para crecer y lograr un progreso son diferentes de cuando comencé, allá por la década del ´60. Lo que no ha cambiado son los valores, las intenciones y el espíritu en que se hacen las cosas: ese es el mayor ingrediente. Y en Gualeguaychú pudimos crecer porque el ciudadano de aquí valora esas cosas. Y hoy que estoy retirado de lo cotidiano de la fábrica, mis hijos siguen esa senda, incluso en sus actividades particulares y profesionales. Y aquí quiero hacer un reconocimiento a los empleados. Porque está bien la continuidad familiar, pero la lealtad de los empleados ha sido un ingrediente que no puedo pasar por alto. La firma tiene 44 años de vida y tengo empleados con 43 años de antigüedad. Por eso cuando hablo de estas cosas, siento la necesidad de agradecerle a los empleados por su acompañamiento, porque ellos vivieron los avatares de la empresa y me acompañaron en cada circunstancia.
-¿Qué cosas en común tiene la ciudad con sus inicios y qué lo diferencia?
-Hoy establecerse comercialmente sería más difícil por la calidad de su comercio. Antes estaba casi todo por hacerse. Es producto del crecimiento, pero hoy es más difícil competir por las actividades consolidadas que existen. No obstante, el secreto sigue siendo el mismo: trabajar y perseverar. Vengo de una escuela donde la clave es trabajar con calidad, desde la materia prima hasta el procedimiento. Al principio, la situación era distinta. Los hijos eran muy pequeños y mi esposa se ocupaba de los asuntos de la casa. Hoy están todos ubicados en sus ámbitos de actuación. Están hechos. Y por eso hoy mi situación es disfrutarlo. Gualeguaychú ha crecido mucho no sólo en dimensiones geográficas, que es muy evidente; sino que está más activa. Hoy la ciudad tiene elementos que antes no había con respecto a la cultura, a la educación. Hoy hay universidades que antes no había y muchas más escuelas. Eso sería una ventaja, pero estamos perdiendo valores colectivos. Antes la ciudad giraba sobre el Frigorífico, Molinos Goldaracena y la Cooperativa Avícola, tres señoras firmas que hoy están cerradas. Eso sería una desventaja, pero hoy existe un sector industrial, comercial y de servicio que antes no había. Me refiero al turismo que además tiene un desarrollo constante. A veces pienso cómo se pudo construir una escuela como la Normal y cómo cuesta hoy mantener sus persianas. Lo mismo el Instituto Magnasco, que se pudo hacer. No sé si hoy se pudiera articular semejantes obras. No obstante, ante el cierre del ferrocarril se pudo construir el Corsódromo. Lo que indica que algunas cosas podemos hacer para crecer. Tenemos que tener visión y ambición.
-¿Y la calesita dónde está?
-La calesita fue un suceso. La tuve durante 25 años. Y la vendí porque era más imperioso darle más espacio a la fábrica. Fue un dolor venderla. En los inviernos la desarmábamos y la llevábamos a los pueblos y con eso lográbamos un recurso para esperar el verano. La infancia de mis hijos fueron comiendo helados, masas y jugando de manera ilimitada con la calesita. Una infancia ideal si se lo piensa desde ese punto de vista.
-De usted se dice que la vocación comercial es algo instintiva…
-Mis hijos me reprochaban cuando eran chicos que salir de paseo por la ciudad era una tortura. Porque en donde ellos veían amigos y paisajes, yo veía una esquina con cualidades para desarrollar un comercio. Donde ellos veían algo para comprar, yo miraba cómo estaba armada la vidriera. De alguna forma no los acompañé en ese disfrute de pasear en familia. No me podía abstraer… era más fuerte que yo.
-¿Cuál es el gusto que más le gusta?
-No me voy a referir a uno de helados ni de pastelería, sino el de la vida. El haber podido transmitir a mis hijos con el ejemplo, porque la comunicación nunca fue mi fuerte, la importancia de creer en ellos mismos, en ser perseverantes, honestos y fundamentalmente honrar las responsabilidades en cada meta que se propongan.
-Quien se la pasó la vida construyendo no puede tener motivos de tristeza. ¿Ahora que está retirado, qué cosas le alegran?
-Estoy retirado sí, pero de vez en cuando pregunto cómo andan las cosas, porque eso es más fuerte que yo. No puedo desentenderme de los asuntos. Pero hoy me alegran los hijos y los nietos. Saber que ellos pueden seguir por esa senda de la que hablamos recién… y que la empresa tiene que seguir adelante. La continuidad de aquello que nos hizo feliz y nos dio un motivo de vida, siempre es motivo de alegría.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©
NdR: Esta nota se publicó el sábado 19 de septiembre de 2009, en página 9 de la edición papel, y fue editada el mismo día en la edición web.
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