Entrevista a Oscar Pérez
Paz sinónimo de Familia
Oscar Hugo Pérez es veterano de la guerra de Malvinas. Nació en Gualeguaychú el 22 de marzo de 1962 y su destino en el servicio militar obligatorio fue el Batallón 5 de la Infantería de Marina con asiento en Río Grande, Tierra del Fuego.
Hijo de Guillermo Nicanor y María Celina Pérez, está casado con Silvia Alejandra Estadler con quien ha tenido cuatro hijas y disfrutan de una nieta.
En Oscar Hugo hay tres islas que lo han marcado de manera indeleble: Entre Ríos por ser tierra natal; Tierra del Fuego por ser destino en el servicio militar y representar el primer viaje largo de su vida; y claro está Malvinas, donde atravesó la dura experiencia de la guerra.
“Al servicio militar ingresé a los 18 años y me tocó la Marina, que son catorce meses. Así que había cumplido 20 años cuando me otorgaron la baja. En ese momento hacía una semana que vestía de civil, porque estábamos esperando el avión que nos lleve desde Tierra del Fuego, que es una isla, hasta el continente. Escuchando la radio nos enteramos que Argentina había entrado en guerra por las Islas Malvinas. Y quedamos enganchados porque ya teníamos instrucción militar completa y encima estábamos aclimatados al sur, dado que Río Grande es, en ese sentido, muy similar a las Malvinas: ventoso, helado, inhóspito”; recordó.
Llegó a Malvinas el 7 de abril y combatió hasta el 14 de junio, día de la rendición. Luego quedó una semana más en la isla como prisionero de guerra hasta que retorna al continente. “A la guerra no se la deseo a nadie. Hay que entender que de una guerra nadie sale ileso, hayas estado en el lado perdedor o en el victorioso. Todos, sin excepciones, salen de una guerra con secuelas. Además, entiendo que la paz es o debería ser el estado natural del hombre que vive en sociedad”, así piensa quien ha vivido el horror en todas sus magnitudes.
En “La guerra y la paz”, novela de León Tolstoi, se narra una historia bélica en 600 páginas. Allí se sostiene que la guerra es uno de los problemas básico de la humanidad.
Y se muestra –como lo dice Pérez en su testimonio- que en la guerra se vive lo sublime y lo miserable del espíritu humano en un mismo escenario. El coraje, la cobardía, la devoción, la apatía, la fidelidad, la traición, la lealtad, la perfidia, la amistad y el odio, todo elevado a su máxima magnitud cuando se trata de un concepto tan amplio, íntimo y colectivo como la Patria y de igual manera el compartir el sacrificio de una vida que hace alguien para proteger al grupo o a un compañero de una muerte segura.
Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz fue un militar prusiano que vivió los finales del siglo XVIII y murió en 1831; y es considerado uno de los teóricos más influyentes para la formación militar moderna en occidente e incluso muchos de sus conceptos se aplican a teorías poco felices sobre el marketing y la gestión empresarial.
Su frase más provocadora es: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, y la formuló sin el cinismo de cómo hoy se la recuerda, dado que él sostenía que la guerra moderna es un “acto político”. Acaso anticipó lo que iba a ocurrir en el siglo XX y en el actual.
Otros conceptos se han transmitido con la fuerza de una frase popular, incluso algunas han perdido su autoría y se repiten casi anónimamente: ¿Quién no escuchó, acaso, “si quieres la paz, prepárate para la guerra”? Más irónico, Jean Paul Sastre sostuvo que “cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. O aquella otra que formuló Hiram Johnson: “La primera víctima de una guerra es la verdad”.
EL ARGENTINO salió al encuentro con Oscar Hugo Pérez, veterano de Malvinas, clase 1962, en la tarde del miércoles y llegó hasta su hogar ubicado en la zona norte, en un lugar que hace confundir los límites de la ciudad con el campo.
Hay que atravesar una tranquera, recorrer casi cien metros hasta dar con el hogar de este veterano jubilado como cartero del Correo Argentino.
El verde brilla más por un sol resplandeciente y los perros salen a atajar al visitante con sus ladridos de alerta. Pérez se asoma, ordena tranquilidad a sus perros e invita a pasar a un quincho, una especie de cálido refugio donde está él en toda su magnitud: rodeado de su familia, y los recuerdos de Malvinas exhibidos en las paredes. Dos ventanales casi se abrazan en un esquinero y dejan que el tibio sol se filtre en el ambiente.
Oscar Hugo es más simple y tal vez más sabio que aquellas frases. El sostiene que la paz no es solamente la ausencia de una agresión o de la guerra. Enseña que la paz es base para la felicidad. No hay felicidad si hay hambre, sino hay amparo, sino se ejerce la solidaridad. “Cuando vamos a los colegios a dar charlas, lo que nos interesa transmitir es que la guerra ofende la condición humana, aunque en la guerra vivamos actos de heroísmos que sólo una persona íntegra puede ejercer. Pero que nadie se confunda, la paz no es solamente la ausencia de guerra, porque sin justicia, sin verdad, sin amor tampoco hay paz. Por eso a la paz la encuentro en mi familia”.
-¿Qué hace ahora?
-En este momento estoy jubilado del Correo Argentino, justamente por incapacidad psicológica por la experiencia bélica. Como cartero estuve 23 años y me jubilé hace aproximadamente cuatro años. En la actualidad, como casi todos los veteranos, tengo la vocación de ir a dar charlas a las escuelas y colegios. Es un orgullo que desde el sistema educativo nos inviten a compartir esta experiencia que ha marcado no sólo nuestras vidas sino la del propio país. Obviamente, es una tarea de concientización que la hacemos por vocación, ad honorem, porque tenemos el objetivo de malvinizar o mejor dicho que nunca más se intente desmalvinizar. Y que nadie cuente una historia que no haya ocurrido. Nosotros siempre respondemos aquellas cosas que nos ha tocado vivir y no hablamos por otros. Respondemos todas las preguntas en ese marco y los diálogos que se generan son siempre muy espontáneos y permiten a todos, incluso a nosotros mismos como veteranos, seguir aprendiendo de la trágica experiencia de haber vivido una guerra. Y quiero aclarar que la experiencia bélica no es deseable para nadie.
-¿Y los estudiantes que clase de preguntas realizan?
-Se interesan mucho por las vivencias en las Malvinas y de la propia guerra. Algunas son muy directas pero todas son muy sinceras. La pregunta que nunca falta es si maté a alguien.
-¿Y cuál es la respuesta a esa pregunta?
-Nunca supe si maté a alguien o no. Primero porque estaba al frente y no era francotirador. Y si bien hemos entrado en combate, en ese fragor se dispara pero no se sabe a ciencia cierta el destino de la bala. Así que ignoro cuáles han sido las mías. Estuve en el último combate de Malvinas, en Puerto Argentino. Mi batallón fue el último en dejar de combatir. Cerca de mí he visto el rostro de la muerte, compañeros que caían ya sea por los incesantes bombardeos o por las balas enemigas. Nosotros solamente tirábamos y de alguna forma doy siempre gracias a Dios de no saber el destino de mi disparo.
-No obstante el contacto directo con la muerte es tremendo.
-El contacto de la muerte en ese contexto es irremediablemente tremendo. La muerte es parte de la vida. Mis padres fallecieron y fue otra clase de muerte, luego de haber construido una vida. Pero la muerte en un escenario de guerra es tremenda, imposible de superar. La muerte estuvo con nosotros desde el 1° de mayo que entramos en combate hasta el último día de la rendición que fue el 14 de junio. He visto compañeros muertos, heridos y las bombas caían a metros de nosotros. Nadie que estuvo en Malvinas puede decir que salió ileso de esas islas. Todos tenemos secuelas físicas, psíquicas e incluso ambas al mismo tiempo. Ningún hombre que haya estado en una guerra, en un frente de combate sale ileso, así haya formado parte de las filas del ejército triunfador.
-Sin perjuicio del derecho y el sentimiento de las islas como territorio argentino, qué reflexión le merece la guerra…
-La guerra es uno de los peores acontecimientos que nos pueden ocurrir como humanidad. Como veterano tengo claro que una cosa es contar, compartir lo que nos ocurrió en Malvinas y después de esa experiencia; y otra muy distinta reivindicar la guerra como un método válido para dirimir las diferencias. Si bien la historia del mundo puede ser contada a través de un campo de batalla; y a pesar de que la guerra ha estado presente directa o indirectamente en todos los pueblos del planeta, la guerra siempre es dramática y nunca puede ser reivindicada. Diferente es hablar de causas nobles: por ejemplo, que Malvinas es Argentina. Siempre vamos a dar charlas a los colegios y damos este mensaje: construir la paz y a las reivindicaciones a través de métodos pacíficos. Creer en el diálogo, nunca en la fuerza.
-Hizo silencio… qué está pensando…
-Siempre nos llaman para hablar de Malvinas ante una efeméride. No está mal, pero siempre es oportunista. Por eso le agradezco a EL ARGENTINO que sin tener una fecha en particular se haya acordado de Malvinas y quiera hablar de este tema. Cuando decimos que hay que evitar la desmalvinización, nos referimos a esa actitud. Por eso siento que esta nota es un reconocimiento a todos los veteranos. Y me gustaría que esto lo dejara por escrito. Porque esta entrevista era impensada hasta hace poco. El 2 de abril ó el 10 de junio son las fechas que nos recuerdan, pero llega el 14 de junio –día de la rendición- y todo pasa al olvido. Por eso insisto, y quiero que así lo pongas en la nota, que hacer esta nota fuera de toda efeméride es muy importante para sostener la necesidad de alimentar la memoria.
-Hay otras muertes además de la que se pueda imaginar una persona de manera literal…
-Sí. Es la de la post guerra. Es tan o más terrible que la muerte literal. Los veteranos hemos conocido esa muerte, que debe ser una de las peores: la muerte civil. Estuvimos en los primeros diez años luego del conflicto bélico marginados, tirados a nuestra suerte, sin apoyo, sin contención. Todos con problemas físicos y psicológicos e incluso ignorando qué clase de problema psicológico teníamos. Ni siquiera lo podíamos hablar de manera colectiva. El Gobierno que nos había mandado a la guerra, nos ocultó. Y los que vinieron también nos escondieron. Fuimos a defender la Patria con nuestras vidas, y cuando regresamos con la derrota, éramos la peor porquería de la sociedad. No podíamos siquiera ir al sistema de Salud porque no existíamos para ellos. Trabajo no conseguíamos. Fuimos rechazados. La vida se nos hizo muy dura incluso desde los afectos, porque atravesábamos serios problemas psicológicos, post traumáticos de la guerra. Esa muerte es terrible, porque moríamos estando con deseos de vivir. Yo tuve la suerte de enviar una carta al Correo Argentino y conseguir un trabajo. Otros ingresaron a la Municipalidad; pero la mayoría la tuvo que pelear solos… Y así fuimos saliendo hasta que nos organizamos a nivel provincial para compartir nuestra problemática.
-¿Cómo fue eso?
-Se fue dando de manera natural. Los familiares de veteranos se ponían en contacto con nosotros para que vayamos a hablar porque ese ser querido estaba atravesando una crisis. Ibamos a la casa, y compartíamos hasta el silencio. Muchos se encerraron, los padres nos llamaban y fuimos armando reuniones para contenernos entre nosotros, como podíamos. Y así fuimos consiguiendo cosas mínimas pero esenciales para rearmar nuestras vidas.
-Hasta lograron limpiar en gran parte el padrón…
-Eso fue otra mugre. Había en el padrón de ex combatientes más beneficiarios que veteranos. Una barbaridad por donde se lo analice. Eso fue otra lucha que la llevamos adelante, cuando en realidad debería haber sido una actitud del Gobierno por el honor de sus compatriotas. Cuando empezamos, en Gualeguaychú éramos 36 veteranos, cuando reales no superábamos los veinte. El resto eran “truchos”. Y todo por unos pesos. Es indigno lo que pasó con el padrón. Por suerte, ahora está todo más transparente y real.
-En la guerra se ven miserias y actos heroicos…
-Se ven los dos extremos. De las miserias mejor no compartirlas, porque nos dejarán un sabor amargo innecesario a esta altura de la historia. Y de los heroicos, que tengo a montones, quiero compartir una. Al principio parecerá una tontera, pero ha sido muy significativa. El 1° de mayo nos guiábamos por un radar francés. Y cuando los ingleses se dan cuenta que ese era un enlace de comunicación nos entraron a bombardean sin descanso. Cayeron más de 300 proyectiles alrededor nuestro. Entonces, se elimina la radio aérea y se establece un sistema de comunicación por cable, pozo por pozo. Cada vez que había bombardeos, los cables se cortaban. Y había un cabo, oriundo de Córdoba, que ante cada bombardeo debía unir los cables. Y esa acción era esencial para nosotros, porque era la comunicación con el mando superior y recibir las órdenes. Gracias a esta persona pudimos mantenernos comunicados, pese al riesgo que implicó en medio de los bombardeos salir a unir los cables. Nunca supe si lo condecoraron, pero cuando me pidieron informes lo destaqué como un ejemplo. Ejemplos como estos vimos a montones, algunos murieron al lado nuestro y otros la pueden contar. De cobardía también se vivieron muchos casos. Había oficiales que en tierra, cuando hacíamos el servicio militar, se comportaban como “Rambos” y cuando les tocó la guerra, fueron absolutamente cobardes. No hablo de miedo, que lo debemos tener todos, sino de actos de cobardía. Me reservo los nombres, porque me quedo con las actitudes heroicas que son las que nos permiten mirar con más esperanzas las acciones humanas. Quiero insistir en el concepto, más allá de las conductas extremas, la guerra ofende la condición humana.
-Más allá de los primeros años luego de la guerra, en Gualeguaychú hay otra consideración con los veteranos. ¿Esto ocurre en otras localidades?
-Generalmente, cuando más pequeñas son las localidades más respeto y orgullo hay por los veteranos. Gualeguaychú queda comprendida en esa situación. Y al revés, cuando más grande es la ciudad, menos memoria y menos orgullo se tienen del tema. No sé por qué será así, tal vez porque en una ciudad grande todo es más anónimo.
-¿Qué te da paz?
-Mi familia. Cuando peor estuve, lo único que me contuvo fue la familia. Especialmente mi señora y mis hijas. Pero insisto, la familia me da paz en todo sentido, no solamente cuando los recuerdos de la guerra me juegan una mala pasada. En eso, mi señora ha sido un gran apoyo. Mi familia es un cable a tierra y al mismo tiempo una constante inspiración para salir adelante. La convivencia ha sido muy difícil y fue gracias a la comprensión de mi señora que pude lograr un equilibrio. Ella me salvó hasta de quitarme la vida. He vivido momentos límites. Tenemos 499 veteranos de guerra suicidados. Eso fue otro crimen, porque nos abandonaron y a veces hasta nos sentimos culpables porque no los supimos acompañar. Insisto, yo que he conocido la guerra aseguro que la paz es sinónimo de familia.
Por Nahuel Maciel
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