El Banco de la Buena Fe
Una oportunidad concreta para el desarrollo colectivo
El Banquito de la Buena Fe existe en Gualeguaychú desde el 2008, cuando la Fundación Inka comienza a ejecutar este programa que depende del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
La idea es simple: generar créditos entre los que menos tienen y con el recupero de las cuotas impulsar nuevos proyectos y así sucesivamente: es decir, poner el capital al servicio del hombre y no al revés.
Con un espíritu similar al sistema del economista Mohammad Yunus, los Bancos de la “Buena Fe” otorgan pequeños préstamos a muy bajo interés, con la confianza como única garantía.
Los créditos se entregan justamente a aquellas personas que no son sujetos de crédito bancario, pero están en condiciones de iniciar y desarrollar un emprendimiento productivo o de servicio.
Inicialmente los microcréditos se otorgan hasta 500 pesos, que se devuelven en seis meses como máximo, trabajándose de forma participativa con las organizaciones comunitarias.
Justamente, una de las causas de la pobreza en el país encuentra un gran obstáculo por la falta de ingresos genuinos en la organización familiar, y gracias a los microcréditos del Banquito se pueden financiar producciones y generar mecanismos claros que permiten una reinserción laboral pero también avanzar hacia el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos.
Sobre estos puntos, EL ARGENTINO dialogó con tres promotores del Banquito de la Buena Fe. Cecilia Brescasín es promotora de Suburbio Sur a través de la Cooperativa “Tomas de Rocamora”; Osvaldo Delmonte, promueve los banquitos en el Barrio La Cuchilla, a través de Musicante; y Carlos Silva hace lo mismo en Sagrado Corazón directamente desde la Fundación Inka.
Ellos coincidieron en aclarar que “los verdaderos promotores son los propios beneficiarios, dado que cada uno de ellos promueve la actividad productiva que emprende”.
Delmonte enfatizó que el Banquito aporta, en definitiva, una metodología de trabajo que permite luego fortalecer el tejido social, alentando los emprendimientos productivos, y desarrollando una economía solidaria y a escala humana.
Cecilia Brescasín fortalece este concepto al expresar que cada microcrédito se otorga con metodologías participativas y “el único contrato que se establece es el valor de la palabra”.
Hasta el momento en el Barrio La Cuchilla se han otorgado 190 créditos totalizando 124.100 pesos; en Suburbio Sur se otorgaron 116 mil pesos en 168 créditos y en Sagrado Corazón totalizan 198 préstamos por un total de 135.800 pesos. Pero sin contar los que se otorgaron en la zona de Pueblo Nuevo, Munilla y Médanos.
Los promotores coincidieron también que el éxito se ve reflejado en la alta tasa de recupero de las cuotas, donde se promedia poco más del 98 por ciento sin aplicar la cláusula de la garantía solidaria; es decir, gracias a la conciencia de cada uno de sus integrantes.
No es un número
Si algo distingue al Banquito de la Buena Fe es que sus microcréditos como sus beneficiarios nunca se traducen en números. Cada emprendimiento barrial tiene nombre y apellido, una historia individual y colectiva y un sueño para compartir.
Justamente, los promotores del banquito sostienen que sus roles son esencialmente “impulsar el protagonismo y la autonomía de cada persona a través de la promoción de sus habilidades y saberes”.
“Nuestro eje troncal si se quiere se nutre en la fuente de la educación popular”, agrega Delmonte; y Silva aporta: “la historia del Banquito en Gualeguaychú enseña sobre la importancia de reivindicar la experiencia humana como fuente de conocimiento de lo social”. Y en ese rumbo, Brescasín resalta “el valor de la palabra de cada persona en la construcción del conocimiento”.
Lo otro que ha demostrado la experiencia del Banquito de la Buena Fe es que los marginados del sistema financiero bancario, también son sujetos mucho más confiables que la cartera de sus propios clientes. Esta aseveración se sustenta en el nivel del recupero de los microcréditos que promedia poco más del 98 por ciento, un porcentaje imposible de igualar para los bancos de la plaza financiera.
En Gualeguaychú, la implementación del programa se cristalizó mediante un convenio celebrado entre la Fundación INKA, actuante como organización regional y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Pero como se apuntó, no se trata solamente de una innovación en la concepción para otorgar un crédito, sino en su esencia consolida otras oportunidades clave para impulsar el desarrollo y la calidad de vida de sus beneficiarios. Así, la educación popular, la conformación de una red de economía social a escala humana, son parte de su columna vertebral donde también se propicia la escolarización de los hijos y un estricto control médico sanitario y preventivo del grupo familiar.
El Banquito de la Buena Fe no sólo ha permitido el nacimiento de micro empresas familiares que han cambiado las oportunidades familiares y colectivas, sino que está dando un valor agregado: las personas creen en ellas mismas, creen y confían en su grupo y mejoran sus proyectos de vida. Por eso este sistema no sólo otorga un crédito dinerario, sino que da crédito; es decir, credibilidad y confianza.
Con un espíritu similar al sistema del economista Mohammad Yunus, los Bancos de la “Buena Fe” otorgan pequeños préstamos a muy bajo interés, con la confianza como única garantía.
Los créditos se entregan justamente a aquellas personas que no son sujetos de crédito bancario, pero están en condiciones de iniciar y desarrollar un emprendimiento productivo o de servicio.
Inicialmente los microcréditos se otorgan hasta 500 pesos, que se devuelven en seis meses como máximo, trabajándose de forma participativa con las organizaciones comunitarias.
Justamente, una de las causas de la pobreza en el país encuentra un gran obstáculo por la falta de ingresos genuinos en la organización familiar, y gracias a los microcréditos del Banquito se pueden financiar producciones y generar mecanismos claros que permiten una reinserción laboral pero también avanzar hacia el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos.
Sobre estos puntos, EL ARGENTINO dialogó con tres promotores del Banquito de la Buena Fe. Cecilia Brescasín es promotora de Suburbio Sur a través de la Cooperativa “Tomas de Rocamora”; Osvaldo Delmonte, promueve los banquitos en el Barrio La Cuchilla, a través de Musicante; y Carlos Silva hace lo mismo en Sagrado Corazón directamente desde la Fundación Inka.
Ellos coincidieron en aclarar que “los verdaderos promotores son los propios beneficiarios, dado que cada uno de ellos promueve la actividad productiva que emprende”.
Delmonte enfatizó que el Banquito aporta, en definitiva, una metodología de trabajo que permite luego fortalecer el tejido social, alentando los emprendimientos productivos, y desarrollando una economía solidaria y a escala humana.
Cecilia Brescasín fortalece este concepto al expresar que cada microcrédito se otorga con metodologías participativas y “el único contrato que se establece es el valor de la palabra”.
Hasta el momento en el Barrio La Cuchilla se han otorgado 190 créditos totalizando 124.100 pesos; en Suburbio Sur se otorgaron 116 mil pesos en 168 créditos y en Sagrado Corazón totalizan 198 préstamos por un total de 135.800 pesos. Pero sin contar los que se otorgaron en la zona de Pueblo Nuevo, Munilla y Médanos.
Los promotores coincidieron también que el éxito se ve reflejado en la alta tasa de recupero de las cuotas, donde se promedia poco más del 98 por ciento sin aplicar la cláusula de la garantía solidaria; es decir, gracias a la conciencia de cada uno de sus integrantes.
No es un número
Si algo distingue al Banquito de la Buena Fe es que sus microcréditos como sus beneficiarios nunca se traducen en números. Cada emprendimiento barrial tiene nombre y apellido, una historia individual y colectiva y un sueño para compartir.
Justamente, los promotores del banquito sostienen que sus roles son esencialmente “impulsar el protagonismo y la autonomía de cada persona a través de la promoción de sus habilidades y saberes”.
“Nuestro eje troncal si se quiere se nutre en la fuente de la educación popular”, agrega Delmonte; y Silva aporta: “la historia del Banquito en Gualeguaychú enseña sobre la importancia de reivindicar la experiencia humana como fuente de conocimiento de lo social”. Y en ese rumbo, Brescasín resalta “el valor de la palabra de cada persona en la construcción del conocimiento”.
Lo otro que ha demostrado la experiencia del Banquito de la Buena Fe es que los marginados del sistema financiero bancario, también son sujetos mucho más confiables que la cartera de sus propios clientes. Esta aseveración se sustenta en el nivel del recupero de los microcréditos que promedia poco más del 98 por ciento, un porcentaje imposible de igualar para los bancos de la plaza financiera.
En Gualeguaychú, la implementación del programa se cristalizó mediante un convenio celebrado entre la Fundación INKA, actuante como organización regional y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Pero como se apuntó, no se trata solamente de una innovación en la concepción para otorgar un crédito, sino en su esencia consolida otras oportunidades clave para impulsar el desarrollo y la calidad de vida de sus beneficiarios. Así, la educación popular, la conformación de una red de economía social a escala humana, son parte de su columna vertebral donde también se propicia la escolarización de los hijos y un estricto control médico sanitario y preventivo del grupo familiar.
El Banquito de la Buena Fe no sólo ha permitido el nacimiento de micro empresas familiares que han cambiado las oportunidades familiares y colectivas, sino que está dando un valor agregado: las personas creen en ellas mismas, creen y confían en su grupo y mejoran sus proyectos de vida. Por eso este sistema no sólo otorga un crédito dinerario, sino que da crédito; es decir, credibilidad y confianza.
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