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Ramón Moller Jensen

“En la estancia El Potrero se trabaja con la vida, nunca en contra de ella”

“En la estancia El Potrero se trabaja con la vida, nunca en contra de ella”

El río Uruguay es un peregrino en medio de un holocausto generado por el desmonte nativo, las prácticas agropecuarias desaprensivas, Botnia UPM y los efluentes urbanos e industriales, entre otros males. También enseñan las culturas americanas que el río es un camino que camina. Entonces, el río Uruguay encuentra esas caricias que le devuelven su nombre más contenedor: Río de los Pájaros.


Una de esas caricias la proporciona la estancia El Potrero no sólo con su Reserva natural de usos múltiples, sino también con sus prácticas agropecuarias amigables con el ambiente. Tierra, aire y agua conforman una trilogía donde esta vez la presencia del hombre es benévola. Para dimensionar lo que implica esta reserva, El Potrero es el área de conservación más extensa que tiene Entre Ríos e incluso representa poco más del doble del Parque Nacional El Palmar.
Los dueños de El Potrero son el matrimonio Marcos Pereda y Azul García Uriburu, quienes compraron esas tierras en 2007. No se trató de una inversión inmobiliaria más, sino de un destino que rinde tributo al precepto de dejar la tierra en mejores condiciones de cómo la encontramos.
Nada es casual sino que todo responde a invisibles hilos que también hablan de mandatos familiares. Azul es hija del artista plástico Nicolás García Uriburu, quien es reconocido no sólo por su estética sino por sus actos a favor de la conservación en distintas partes del mundo. En 1968 tuvo la osadía de colorear con un verde fluorescente las aguas del Canal Grande de Venecia, técnica que también utilizó en otras intervenciones e incluso para el bicentenario de Argentina hizo lo propio con El Riachuelo. Una especie de poesía plástica que es contestataria y al mismo tiempo interpela el rol del hombre en su diálogo con la naturaleza. De aquellos árboles, estas astillas, bien enseña el saber popular.
EL ARGENTINO dialogó con Ramón Moller Jensen. Él nació en Eldorado, Misiones, el 6 de septiembre de 1956 y desde 2008 trabaja como responsable de esta reserva que es única en la provincia y en su testimonio explica cómo es posible producir de manera activa en diversos rubros agropecuarios y al mismo tiempo ser amigable con el ambiente.

-¿Qué es la reserva natural privada El Potrero?
-En septiembre firmamos el convenio con la provincia de Entre Ríos que nos reconoce formalmente como Reserva y por el cual se establece un reconocimiento recíproco y de asistencia conjunta. El Potrero es una estancia que posee aproximadamente 30 mil hectáreas, de las cuales la Reserva posee 18 mil. Se trata de un mosaico de ambientes que bien vale la pena conservar. En rigor, es una obra que llevan adelante sus propietarios y quienes han dado todas las garantías para crear esta Reserva y que son Marcos Pereda y Azul García Uriburu. Sin ellos esto no sería posible, ya que está en su filosofía y en su fuerte convicción el sentido de trascendencia de la conservación y simultáneamente producción de manera sustentable y amigable con el ambiente. Siempre agradezco la confianza que han depositado en mí para poder desarrollar y plasmar sus deseos dentro de El Potrero. Cuando ellos compraron este campo en 2007, las tierras estaban bastante desmejoradas. Y fueron ellos quienes percibieron que había ambientes con un potencial natural importante y así decidieron conservar una gran parte de la estancia para las generaciones futuras.

-¿Cómo fue el proceso de su contratación?
-Justamente, un proceso. Cuando adquieren El Potrero y deciden plasmar esta idea de la Reserva, contratan tres equipos para realizar un relevamiento científico durante todo el año sobre ambientes e impactos. En mi caso, estaba vinculado con Aves Argentinas y realizamos el relevamiento de la avi fauna, para lo cual visitábamos la zona como mínimo una o dos veces al mes. Específicamente, hice el relevamiento fotográfico, que es otro oficio que me apasiona desde toda la vida. El segundo grupo estaba integrado por profesionales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) que coordinó Rubén Quintana y se dedicaron al estudio de los humedales y el tercer equipo lo constituyeron técnicos de la República Oriental del Uruguay. Los tres grupos trabajamos de manera independiente, pero al cabo de un año nuestros informes se pusieron arriba de la mesa.

-¿Qué determinaron esos estudios?

-Confirmaron la visión que tuvieron Marcos Pereda y Azul García Uriburu. Es más, incluso se registró que había áreas prístinas, bosques de barrancos realmente únicos para la provincia de Entre Ríos. De norte al sur, tenemos treinta kilómetros de costa del río Uruguay y la isla San Lorenzo forma parte de la Reserva. Tenemos un monte de espinal propiamente chaqueño y humedales y esteros, además de arenales, los montes en galerías que acompañan los cursos de agua y permiten a su vez ser un hábitat ideal para aves y todo eso conforma un corredor biológico impar. En rigor, esta zona es dueña de un patrimonio natural único.

-La estancia El Potrero posee esta reserva natural, pero simultáneamente realiza diversas producciones agropecuarias de manera muy activa. ¿Ello implica que ajustan la producción a la reserva?
-No. Porque se ha logrado algo mucho más esencial. Hay un encargado general y luego encargados por cada área: agrícola, forestal, apicultura, ganadería y yo en la reserva. Los cinco encargados estamos en igualdad de condiciones. Con esto quiero señalar que la Reserva Natural es un área más de la estancia. La reserva no es una isla, sino que estamos coordinados y tenemos una relación de trabajo amalgamada con las demás áreas, lo que nos permite asegurar que nuestra experiencia enseña que la producción y la conservación pueden ir de la mano, sin contradecirse. La producción está empeñada en utilizar productos amigables con el ambiente e incluso están utilizando el sistema de terrazas para evitar la erosión y cuando hay que aplicar un producto se lo hace respetando los tiempos y cantidades que corresponde. A los bordes del monte nativo se los trata como un cultivo diferente y no se los agrede y por eso en la primavera gozamos del florecimiento de los árboles nativos al borde del alambre que separa la producción agrícola. Y está claro que la actividad productiva genera dinero y es lo que corresponde y sin dañar el ambiente. El mandato de sus propietarios es innegociable: se puede y se debe producir de manera amigable con el ambiente. En la estancia El Potrero se trabaja con la vida, nunca en contra de ella. Por eso estoy en condiciones de asegurar que en cualquier campo se está en condiciones de producir y simultáneamente conservar.

-¿Al ser una reserva natural privada, implica que la comunidad queda excluida?
-En absoluto, además sería violentar el espíritu de sus propietarios. Todo lo contrario. La reserva viene desarrollando desde hace bastante tiempo una tarea de extensión con la comunidad. No nos interesa el turismo masivo, sino conservar esta especie de aula abierta que tenemos para aprender de la naturaleza. Por eso establecemos visitas guiadas privilegiando a las escuelas. La idea es no perturbar el ambiente, sino aprender a convivir con ese entorno. Hemos recibido a más de tres mil alumnos de Gualeguaychú y zona de influencia e incluso incorporamos a una docente de Pueblo General Belgrano que tiene el rol de coordinar estas visitas. Durante octubre y noviembre, con la excepción de los lunes que destinamos la jornada a programar las tareas, recibimos una escuela por día. Para ello tenemos un centro de visitante construido especialmente, donde explicamos por qué y para qué conservar. Es nutritivo y alentador percibir cómo los chicos captan este mensaje y lo hacen propio. Nos sentimos felices de sembrar en esas almas.

-Ustedes son vecinos de Botnia UPM…

-Toda la región es vecino de ese emprendimiento. Nosotros estamos aguas arriba de la pastera. Le cuento que cuando llegan a nuestro centro de visitante, por ejemplo cuando nos visitan las escuelas, lo primero que ven es a UPM. Y experimentan un contraste enorme entre esa fábrica y el entorno natural. La primera reacción es un impacto visual negativo. Somos conscientes que toda industria contamina y del mismo modo digo que no hemos visto un impacto ambiental negativo, pero teniendo en cuenta que estamos aguas arriba y que además frente nuestro tenemos una gran laguna que hace de un enorme filtro y por eso en nuestras costas no hemos detectado nada. Y otra cosa, no digo nada positivo de Botnia, porque no me gusta ese emprendimiento que de entrada ya genera un impacto visual negativo y ha generado de fondo una conflictividad social innecesaria.

-El hecho de ser una reserva natural lo convierte en una especie de zoológico o jardín botánico…
-Le agradezco la pregunta, porque una de las primeras cosas que advertimos a los visitantes es que no están yendo a un Temaikén, sino que están en un lugar natural. Y en un lugar donde se están recuperando especies amenazadas. Es otra dimensión, más parecida a un Paraíso que a un zoológico.

-Gualeguaychú es industrial, comercial, agropecuaria, turística… ambiental. ¿Cómo se ubica El Potrero en este contexto?
-Toda esa diversidad o mosaico permite abrazar siempre el desarrollo con mayores esperanzas. El Potrero se sostiene con sus tareas de campo vinculado con la ganadería y la agricultura, pero también con la silvicultura, entre otros rubros. La reserva está creada para preservar para el futuro esta riqueza natural. En la actualidad tenemos talas con más de un metro de diámetro, coronillos que son varias veces centenarios… en fin… ejercemos el concepto de responsabilidad social empresaria. Socialmente, además de producir, tenemos la responsabilidad de conservar para el futuro y en el presente generar educación ambiental para la comunidad en general. Somos un aula a cielo abierto. Y como dice siempre Azul García Uriburu, que es la mentora de este proyecto, nosotros no somos dueños de la tierra sino meros protectores y debemos dejarla en mejores condiciones de cómo la hemos encontramos. A eso nos dedicamos.


Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO


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