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El puerto de Gualeguaychú, un lugar que siempre marcó la identidad de la ciudad

El puerto de Gualeguaychú, un lugar que siempre marcó la identidad de la ciudad

Siempre es una puerta de entrada y salida. Por eso, atravesarlo implica descubrir mundos. He ahí el puerto de Gualeguaychú.


Ya no hay ese trajín de antes, aunque el ocio recreativo le asigna otro rol a veces tan o más intenso que en sus días de gloria.
El puerto siempre ha sido clave para toda comunidad ribereña. No sólo porque genera una intensa actividad comercial, sino también porque a través de sus fuentes de trabajo alimenta la identidad de un comunidad. Cuando los puertos están activos, siempre son temas de conversación cotidiana en el pueblo.
En Gualeguaychú, el puerto ha dejado de ser ese lugar de trabajo por excelencia; pero se ha convertido en un paseo público como pocos rincones de la ciudad.
En los archivos de la Aduana, una de las instituciones más antiguas del país, se atesoran datos precisos, documentos históricos sobre este Puerto.
En esos archivos amarillentos se registra que el 22 de junio de 1854, figura el Puerto de Gualeguaychú como de segunda clase, es decir, puerto hábil para el comercio exterior y no para depósito, actividad que fue incluida recién en 1866.
Con una superficie de casi 21 mil metros cuadrados, su construcción es de hormigón armado y de durmientes. Pero fue a principio de 1940 que el puerto comienza a forjar su nuevo rostro: esta vez de hormigón y de hierro.
En el corazón del puerto se encuentran los Galpones fiscales, esas grandes naves edificadas en mampostería con techo de zinc, con aberturas metálicas y corredizas sobre rieles. En sus paredes todavía retumba el ajetreo que encerraban las bolsas conteniendo el fruto de las cosechas y los sueños del hombre de campo.
Siempre hay que tener la referencia de la historia. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas estaba prohibida la navegación de los ríos interiores.
Recién en 1852 el General Justo José de Urquiza firma el Decreto que otorga “la libre navegación de los ríos”. Y a través de esa norma, los puertos comienzan a tener un movimiento incesante… a tal punto que en casi todos los casos forman parte de la identidad de un pueblo.
El de Gualeguaychú tenía en esos tiempos del siglo XIX una alta valoración. Era considerado como “el más importante Puerto de Cabotaje de la República Argentina”.
Hay que ubicarse a mediados del siglo XIX. Además de actividad comercial, el puerto era la puerta de ingreso para los inmigrantes. Por aquí llegaron los primeros italianos a través del buque a vapor “El Progreso”. Y ya en esa época eran comunes los nombres como Fray Bentos, Soriano, Mercedes, Montevideo, Paysandú, Salto, todos de la República Oriental del Uruguay… y también Concordia, Concepción del Uruguay y Buenos Aires. Eran nombres conocidos, porque eran parte de un destino que nacía aquí: en el puerto de Gualeguaychú. El río era por excelencia la vía de comunicación, al menos lo fue hasta que las carreteras terrestres permitieron ensanchar otros horizontes y con ello, otras posibilidades.
El primer farol a kerosén que fue instalado en el puerto local, era alimentado a aceite de calza, pero a partir de 1894 se transformó a gas utilizando los servicios de la usina recientemente instalada. Y ese farol alumbró las noches de faenas hasta 1906, cuando la Municipalidad instala la iluminación eléctrica. En el umbral del siglo XX, Gualeguaychú manifestaba claramente su vocación por el futuro y el desarrollo.
Pero el puerto casi como se lo observa hoy en día, fue construido entre las décadas del ´40 y del ‘50 del siglo pasado. Y mucho tuvo que ver el proyecto presentado por el entonces diputado nacional Juan Francisco Morrogh Bernard. Cuatro décadas después, el 23 de julio de 1992, el gobierno nacional pasó la titularidad a la Provincia y lo catalogó como de uso público y destino comercial y recreativo. En la actualidad, es administrado por la Municipalidad.
Antes, en la década del ´60 y ´70 del siglo pasado, el puerto transita sus últimos ritmos netamente portuarios. Es que las nuevas rutas y puentes carreteros asumen el rol de las comunicaciones comerciales. No es casual que en el contexto de ese auge, en los ´70 haya surgido la Corporación del Desarrollo y con ella el Parque Industrial y esta nueva relación entre el hombre y su ingenio productivo.
Así, el puerto dejó su movimiento de barcos y apenas albergó a las areneras, que también por razones ambientales se las obligó –en una medida ejemplar en la cuenca del río Uruguay- a trasladarse.
Desde entonces, el Puerto se fue convirtiendo en Paseo, en un atractivo y sigue engarzado al desarrollo de la ciudad, esta vez acompañando las iniciativas turísticas y culturales.
Todo se recicló: los galpones fueron primero barracas y luego almacenes. De almacenes a Naves. Si los Galpones del Puerto son todo un símbolo porque traían el monte molido del campo para la ciudad; hoy concentran las actividades culturales y sociales, es decir, una cosecha menos tangible pero igualmente necesaria para la sociedad. Y los Galpones hoy son como cunas que siguen abrigando el sueño carrocero de los estudiantes secundarios. Y en ese contexto, sigue en pie un fiel testigo de la historia que se presenta con estirpe portuaria: la grúa que todavía conserva su imagen casi de ser mitológico.
Construida a principios del siglo XX en Inglaterra, la grúa funcionaba con una caldera a vapor. Pero a fines de los años ´60 su caldera se enfrío y quedó casi inmóvil, como suspendida para siempre. Esa grúa hoy sobrevive como un atractivo turístico, y continúa de esa forma su vocación de resistencia al paso del tiempo.
Los vapores “Luna”, “Golondrina II” y “Dorado”, entre tantos otros, ¿adónde se habrán ido? ¿Qué aguas eternas estarán surcando?
En la actualidad, los vecinos se acercan al puerto para pescar. Para reflexionar. Están aquellos que lo visitan por la tarde para recrear la amistad. Y están los que buscan esclarecer sus sentimientos. El puerto sigue siendo esa puerta que permite transportarse a otros mundos, esta vez por caminos de misterios.
Quien lo observe bien, notará que el puerto de Gualeguaychú no está inmóvil. Produce otro viaje. Sigue siendo un lugar para que la búsqueda se haga encuentro y que el encuentro no encierre una despedida.

Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO


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