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Salir en el carnaval tiene ese gustito

Salir en el carnaval  tiene ese gustito

Un relato desde adentro de la fiesta más importante que tiene nuestra ciudad. Un relato en primera persona, de una noche de carnaval con el cuerpo y desde el corazón.  


Otra noche de febrero más, como hace ocho años. En la misma comparsa, mi comparsa. Un domingo atípico, fin de semana largo, tres noches de carnaval, y la ciudad que había amanecido con varios grados menos de lo habitual.

Esa noche Papelitos salió primera, a las 4 estaban citados los integrantes. Ahí estuvimos, con un sol que nos partía la espalda y que nos obligó a sacarnos los abrigos, y la ansiedad, fiel compañera de esos momentos, que tampoco dio tregua.

Después del presente, ya adentro del galpón, de la comparsa, ya adentro del carnaval, existió una suerte de relajación, de afloje, aunque el pajarito de los nervios seguía picoteando en la cabeza.

Con el nombre de la maquilladora escrito en un papel, a la espera de escucharlo, me encontré con dos compañeros de escuadra, lo supe por el negro y rojo alrededor de sus ojos. Y en ese instante, sólo por compartir traje, nos unimos. Mientras alrededor, seguían llegando más personas, integrantes, hacedores del carnaval.

-¡Sofía!- gritaron, era el nombre del papel. Arriba alrededor de 20 personas, entre maquilladoras y peluqueras, encargadas de ser el primer eslabón para transformar a cada integrante en otros, en lo que les tocase, en lo que quisieran.

Cerré los ojos, y automáticamente, entré en el reinado de Momo. No había vuelta atrás aunque quisiera. Al bajar, ya intentando ser parte de la escuadra de “los votantes” el encuentro con los amigos y conocidos se dio  casi sin querer, casi de memoria.

Las sillas en ronda, un par de grupos, los que están maquillados, los que aún esperan, los que se reencuentran y los que aún están, las risas que van y vienen, y el carnaval entre ellos, como lazo conector. En el medio, las ganas de una noche más, de dar todo, de volver a pisar el Corsódromo una y otra vez.

“Papelitero de corazón, de los que vienen del oeste bailando” sonaba en el parlante, y por micrófono invitaban a los votantes a cambiarse. El segundo eslabón para completar el disfraz. Aprenderse la coreografía y ser bienvenidos a la comparsa fue el tercero.

Cuando el sol que amansaba el frío cayó, no hubo campera que amortiguase el viento. Todos  sobre la calle de tierra, que separa la cárcel del galpón, ya casi listos volvimos a ensayar la coreo. –Tenemos hambre de gloria, hay que salir a ganar- , dijeron y con esas palabras fuimos caminando al Corsódromo.

Pasar la chapa que separa el afuera de la previa, fue un eslabón más. Buscar parte del traje que aún faltaba, formarnos y escuchar de fondo “Bienvenidos al Carnaval del País” fue un bálsamo de adrenalina, emoción y cosquillas en todo el cuerpo, aunque no sea del todo fácil poder describirlo en palabras.

La línea que separa la previa del circuito estaba cada vez más cerca, a los costados, los demás integrantes, los trabajadores de la comparsa, dando las últimas palabras de aliento, el gran empujón.

Y aunque el cielo siga siendo el mismo, pisar el circuito podría ser como entrar a otro mundo, el último eslabón, estar y no estar, pertenecer y no, entender todo y no entender nada. Las tribunas llenas, la gente sonriente, las miradas cómplices con el de al lado, el amor  por el  carnaval y la certeza de dejar todo en  ese circuito.

Es un sacarse y ponerse el tocado, es la adrenalina, la ansiedad, la pasión y la alegría. Son los aplausos de la gente,  a la  comparsa, al carnaval. Es la mirada atenta del jurado. Son los primeros pasos de un niño y el pulgar para arriba de una abuela. Es sentirse diminuto ante un gigante, es los  amigos y la familia, la mano en la chapa y el agitar de banderas. Es el final y la alegría de que te esperan, es pasar la línea de llegada y gratificarse. Es desfilar en el Corsódromo, es salir en el carnaval, y es volver.

Volver con las piernas cansinas y el corazón agitado, con ganas de más,  reír y alegrarse, con la satisfacción del objetivo cumplido. Llegar al club, colgar el traje y volver a ser una persona común y corriente. Disfrutar del después, desde la tribuna, y recordar que el Carnaval es sólo un comienzo, porque nunca es suficiente.

 

POR CANDELA GIACOPUZZI

EL ARGENTINO


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