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Opinión

24 de marzo de 2018. 42 años después

La construcción de una memoria debería ser una causa del Estado

 La construcción de una memoria debería ser una causa del Estado

Andrew Graham-Yooll** El Argentino Cada año que pasa, hoy el año número 42, la pregunta, la distancia, pesan más. ¿Cómo recordaremos el 24 de marzo de 1976 en otra generación? No conozco la respuesta.


 

En términos reales pronto no estaré para difundir lo que recuerdo. Reconozco que la memoria no es objetiva, es subjetiva. Es muy selectiva. ¿Significa que la memoria dirá que un bando tiene más, o menos, faltas que otros, que ahora tenemos que bailar con los que antes nos querían matar?

 

Cada año cada memoria (la mía) se agranda con el recuerdo. Estaba yo detenido en Coordinación Federal, en la calle Moreno, en algún piso alto y desde otro más arriba llegaban los alaridos, eran más que gritos, de algún ser humano bajo tortura. Una radio a todo ruido no tapaba el sufrimiento de ese cuerpo atrapado. Ese grito desnudo todavía está en mi oído, está ahí, no se va, como una tinnitus elevada al máximo. ¿Máximo de qué? No lo sé. No hay límites en el recuerdo del dolor. El jefe del pelotón que me había traído hasta Coordinación Federal luego de un allanamiento fallido del diario Buenos Aires Herald me miró con los labios a media sonrisa y con sorna disparó, “Te salvaste pibe. Eras boleta.” Me aseguraba que en la próxima no fallaba.

 

La memoria tiene muchas formas de rebotar. Años después, en 2012, en un anexo del Senado de la Nación, entrevistaba yo a mi colega, amiga, exdiputada y senadora, la cordobesa Norma Morandini, que acababa de publicar un libro: De la culpa al perdón. Es un ejercicio de enorme valentía de una mujer que perdió dos hermanos y que le había tardado diez años escribir y animarse a publicar. Conversábamos de lo vivido y al rato empecé a sentir que me desarmaba, con casi 70 años irrumpí en un llanto imposible de frenar. Me sirvieron un balde de café para normalizar la escena. A veces la memoria dispara papelones de ese porte.

 

“Es inevitable recordar que hay historias que incomodan e interpelan fuertemente en la vida personal y social que no pueden ser olvidadas” y desafía y compromete “reconocer qué fue lo que hizo posible que el terror se adueñara del país, llevando impunemente acciones criminales desde el Estado”. Eso lo dijo el Pastor Américo Jara Reyes, Obispo de la Iglesia Metodista Argentina en vísperas. Parecía útil para esta fecha. (de la Prensa Ecuménica)
 
Quizás la frustración sea el detonante de ese llanto: aun me es imposible comprender cómo todo un aparato del Estado argentino, las tres fuerzas armadas y sus anexos, se propusieron destruir y desaparecer a parte de una generación. Jorge Rafael Videla dijo al escritor Ceferino Reato, en Disposición Final, que “No se podía ejecutar a tantos. Había que hacerlos desaparecer”.

 

La memoria incompleta no sólo produce preocupación, causa terror. Los argentinos podemos ir a la plaza para reclamar la participación memorial. Pero nos olvidamos. Olvidamos que la formulación de nuestro pasado es lo que define cómo desarrollamos nuestro presente. Pasa con el año del terror 1840 de Juan Manuel de Rosas, la matanza de Chacho Peñaloza y su gente por orden de Bartolomé Mitre, con el primer “pogrom” argentino en la Semana Trágica… Y sigue la lista, son cosas que deberían estar presentes en toda memoria. No hay aliento ni siquiera para una historia oficial que registre las circunstancias que hicieron o cambiaron la historia de nuestro país. Nunca Más puede ser tomado como el primer capítulo. No hubo secuencia. Nos quedamos discutiendo las cifras. Hubo 30.000 víctimas según las organizaciones populares. Raúl Alfonsín admitió que se podía hacer una proyección de los nueve mil anotados a los catorce mil posibles. Graciela Fernández Meijide, madre de hijo desaparecido, calculó 8.875. Videla estimó que “tenían” que matar a siete u ocho mil. ¿Por qué?

 

Ah, los libros, olvidé los libros. Siempre hay alguien que agrega un capítulo, pero todavía no conocemos la historia. Marea Editorial ha editado, reeditado o reciclado ocho libros para este aniversario.(*) ¡Qué producción! Cada texto es válido, pero es una vista parcial. Por ahora, la memoria está en los capítulos que forman cada uno de estos libros editados.

 

 
(*) RECUADRO
(*) Estela. La biografía de Estela de Carlotto, por Javier Falco.
Las Viejas. Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Laura Bonaparte. Una Madre de Plaza de Mayo contra el olvido, por Claude Mary. (Claudia Bonaparte perdió dos hijas, un hijo, sus dos yernos y el padre de sus hijos)
Abuela. La historia de Rosa Roisinblit, por Marcela Bublic.
La guardería montonera. La vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva, por Amalia Argento.
Jorge Julio López. Memoria escrita, (compilador, Jorge Caterbetti).
Padres de Plaza de Mayo, por Eva Eisenstaedt.
Maldito tu eres. El caso Von Wernich, por Hernán Brienza.
Como enterrar a un padre desaparecido, por Sebastián Hacker.
 
**Andrew Graham-Yooll, periodista argentino. Es autor de varios libros de investigación histórica y de política, escritos en castellano y en inglés. Comenzó en el "Buenos Aires Herald" en 1966. En 1976, la dictadura militar entonces gobernante lo forzó al exilio. En el Reino Unido trabajó para los diarios "The Daily Telegraph" y "The Guardian" (para este último cubrió la Guerra de Malvinas), antes de convertirse en editor de la revista "South" en 1985. En 1989 fue designado editor de la revista "Index on Censorship". Se desempeña también como "Senior Visiting Fellow" (profesor visitante) del Queen Mary & Westfield College de la Universidad de Londres entre 1990 y 1995, y en 1993 como "Press Fellow" en Wolfson College, de la Universidad de Cambridge. En 1994 regresó a la Argentina, y fue nombrado editor en jefe y presidente del Directorio de "Buenos Aires Herald".

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