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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
Opinión

En el sesquicentenario de la Biblioteca Sarmiento

Sarmiento: amedallador de ideas en frases

Sarmiento: amedallador de ideas en frases

Por Pedro Luis Barcia (*)


Dice Sarmiento con contundencia: “Son las ideas las que regeneran o pierden a los pueblos. La falta de ideas es la barbarie pura” (OC, t. XXV, p. 105). Él fue siempre un hombre de ideas dispuestas para la acción. El peso que les da como removedoras del status quo cultural es clave. De allí lo emblemático de la frase  que escribió con carbón en la roca, en los baños del Zonda: “Bárbaro, las ideas no se matan” (que él atribuye a Volney, y Groussac, a Fortoul). Y que don Domingo traduciría, en otro sitio, como “Las ideas no se degüellan”, con neta apelación a los procedimientos de la hora (tanto unitarios como federales disponían en sus filas de degolladores de oficio).

Elaborar un fraseario de Sarmiento que cifre sus ideas tiene sus riesgos, por aquello de: “Dame una frase fuera de contexto y hago ahorcar a su autor”. La historia nos alecciona sobre estos casos.

Sarmiento es un buen plasmador de títulos: Civilización y barbarie, De la educación popular, Argirópolis, La educación ultrapampeana. Y, a la vez un excelente medallista de frases. Tal vez esta capacidad la desarrolló en el ejercicio periodístico por la necesidad de forjar titulares seductores o atractivos. Véanse algunos ejemplos, sin salir del t. I de sus OC: “Lo que gana el extranjero con nuestra anarquía”, “El teatro como elemento de cultura”, “Los gallos literatos”, “Fisiología del paquete”, “Un enterrado vivo”. A esto le debemos sumar su político saber del valor de los lemas como herramientas de lucha ideológica, de lo que era muy consciente y de lo que tuvo buenos modelos, desde la leyenda de la bandera de Facundo: “Religión o muerte”. Van algunas muestras: “Hay que hacer las cosas, mal, pero hacerlas”. “Mientras haya chiripás, no habrá ciudadanos”, “Argentino es el anagrama de ignorante” (frase que la ignorancia argentina atribuye a Benavente, con motivo de su viaje a la Argentina); “Provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias y argentino en todas partes”.

Una tercera razón sería la tendencia de su carácter a lo categórico, que le motivaba   frases apodícticas, sin margen para la apelación o la duda. Su temperamento romántico, además, lo inclinaba a los contrastes y al claroscuro, a la polarización extremosa y a las fórmulas efectistas.

Algunas de sus frases encierran una estimación sintética de todo un problema, cifra en un par de renglones todo un enfoque desde un punto de vista. Algunos ejemplos: “La civilización fue boleada”, “Las vacas dirigen la política argentina”, “Las cárceles deben ser escuelas”, “Las escuelas son la democracia”. “Necesitamos hacer de toda la República una escuela”, “Las novelas han educado a la mayoría de las naciones”, “La pampa es la naturaleza en carne viva, como la madre la parió”, “El ecucalipto será el marido de la pampa”, “El aspecto del suelo me ha mostrado a veces la fisonomía de los hombres”, El que pide, agacha”, y podríamos seguir con muestras similares.

Su tendencia recuerda la expresión de  Nietszche:   “Decir en una frase lo que se dice en un libro. Decir en una frase lo que no se dice en un libro”. En efecto, hay frases, como la del subtítulo de Facundo, que encierran in nuce toda una concepción de la realidad argentina. Esto se ve claro en la descendencia de reflexiones y titulados de la mayor diversidad interpretativa que ella ha generado. Y nada digamos de las lecturas de sus términos en relación copulativa o disyuntiva: “Civilización y barbarie”, “Civilización  o barbarie”, que han dado pie a largas disquisiciones.

Muchas de sus frases son seminales, es decir, encierran en sí todo un árbol de follaje desplegable en un discurso amplio: “Vaciar de golpe la Europa en América”, “De la educación de las mujeres depende la suerte de los Estados”, “Un edificio  inadecuado es un error petrificado”, “Los libros piden escuelas, las escuelas piden libros”, “El papel es el pan de la civilización”. “Los viajes son el complemento de la educación de los hombres”, “El Estado de Buenos Aires sin las provincias es como las cabezas de los guillotinados que continúan pensando y sintiendo largo rato”,  “Las escuelas no se mejoran en la escuela sino en la aspiración de los que gobiernan y legislan”,  “Si me dejan, le haré a la historia americana un hijo”, y así parecidamente. Sarmiento, en 1968 hubiera llenado de grafitti las paredes vetustas de las facultades de la Sorbona.

Por supuesto, Sarmiento no es un ideólogo de escuela, ni un pensador sistemático, y menos un filósofo. No lo atrajeron los grandes sistemas especulativos, ni las organizaciones intelectuales, ni las entelequias, ni los megasistemas. No era un elucubrador teórico. Pensaba para actuar. Sarmiento era un pensador, sí, pero avocado para la encarnación de la teoría en el seno de la realidad. Para él, la piedra de toque de una buena teoría era su capacidad de eficacia para modificar lo existente.  La teoría en sus manos no era un fundamento de lo real sino era una suerte de fertilizante del terreno para que fructifique. Era un instrumento de cateo, de exploración y, luego, de transformación de lo dado. Una teoría era buena si era útil para materializarse en nuevas o renovadas instituciones. De no ser así, despreciaba lo teórico como mera arquitectura virtual.       

Es un pragmático asistido por ideas. Aprieta un sistema en un haz de ideas, y estas, en una frase contundente que las cifra con eficacia. Este es un don sarmientino.

 

 (*) Pedro Luis Barcia es expresidente de las Academias Nacional de Educación y Argentina de Letras.


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