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Opinión

Confiar en Jesús misericordioso

Confiar en Jesús misericordioso

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano  (*)


En este segundo domingo de Pascua seguimos poniendo nuestra mirada y corazón en Jesús Resucitado, y lo dedicamos de manera especial a renovar nuestra fe en su Misericordia.

Esta devoción tiene su apoyo en la conocida imagen pintada en el cuadro que nos presenta al Cristo Resucitado que viene como caminando a nuestro encuentro. No se muestra estático o sentado, sino con ese movimiento de quien se acerca. Se aproxima no con aire amenazante para castigar sino amigablemente como para abrazar.

Tiene en sus manos y sus pies los rastros de las llagas de los clavos de la cruz, y  nos muestra que de su pecho salen dos rayos de color blanco uno y rojo el otro, agua y sangre, cargados de simbolismo. Ambos son signos de los sacramentos de la Iglesia.

El agua simboliza al Bautismo, que nos libera del pecado para darnos la libertad de los hijos de Dios. Somos bautizados, hechos miembros de Cristo y hermanos entre nosotros.

La sangre simboliza la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo en su Cuerpo, Alma y Divinidad. Alimento de vida y de salvación que nos sostiene en nuestro peregrinar en la fe.

Nos evocan el momento de la crucifixión en el cual el soldado le clava la lanza a Jesús y “de su costado brota sangre y agua”. (Jn 19, 34)

En el cuadro está también la frase “Jesús, en vos confío”, como expresión de la fe que tenemos en el amor tierno del Señor. ¡Cómo no confiar en quien nos ama hasta dar la vida!

 Además, en el Evangelio que hoy proclamamos en las celebraciones, se nos cuenta el momento en el cual Jesús irrumpe en medio de la comunidad apostólica en la mañana misma de la Pascua. Los colma de alegría y los desinstala: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. (Jn 20, 21)

 Nosotros hoy somos también enviados como apóstoles de la misericordia de Dios. Es un mandato para sanar los corazones afligidos y heridos, tocar la pobreza y la tristeza, ser luz en medio de las tinieblas.

Pero ese día faltaba el Apóstol Tomás, que se resiste a creer en el testimonio de sus hermanos. Por eso, a la semana siguiente (también el domingo), Jesús se aparece de nuevo y dice a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» (Jn 20, 27). Con Tomás acerquemos la mano para acariciar las llagas de Cristo en los hermanos que sufren en el cuerpo y en el alma.

 La misericordia no es una abstracción o un cúmulo de buenos deseos. Es una realidad bien concreta que se nota en la vida de cada cristiano y cada comunidad. No nos hagamos los distraídos.

Jesús muestra sus heridas para probar a sus discípulos que el Resucitado es el mismo que ha sido Crucificado, no otro, no un fantasma.

Pero esta ausencia de Tomás en la primera aparición de Jesús es la que explica su falta de fe en el testimonio de los demás. Recién cuando vuelve a estar con los discípulos se aparece de nuevo el Señor y puede llegar al acto de fe.

 Tomás pretendía ver a Jesús como antes de la Pascua, pero el Señor se manifiesta Resucitado.

 No nos dejemos vencer por el desaliento o la derrota. Nos enseña el Papa: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible” (EG 276).

 Sigamos diciendo ¡Feliz Pascua!

 

(*) Monseñor Lozano es arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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