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Melba

Melba

Melba nació en Australia en 1861. Fue una de las más grandes cantantes líricas de la historia.

Soprano ligera , su especialidad eran los altos trinares, las escalas voladoras que suben y bajan y hacen estremecer. Fue una Traviata inolvidable, una Gilda del Rigoletto virtuosa y no se privó en su edad adulta de transitar los caminos de la soprano dramática, abandonando la “coloratura” de su juventud. Hay discos grabados en tiempos del jopo, adonde se puede apreciar su voz. Tuvo un privilegio único, ser dirigida en La Bohème por el mismísimo Giacomo Puccini.

Nuestra cantante brilló en Europa, en EEUU y finalmente regresó a Melbourne, adonde murió de una complicación de cirugía estética que en aquellos tiempos (1931) se practicaba casi salvajemente, dejando el tendal de cadáveres bien estiraditos. Arreglarse era para las mujeres un juego mortal. Jean Harlow murió muy joven y se especula que el mercurio que usaba en el proceso de platinado del pelo, la envenenó lentamente. Esto ocurrió en 1937, seis años después del fallecimiento de Melba.

Nuestra cantante era caprichosa, egocéntrica, narcisista y dura de boca, como cualquier diva que se precie. Su presencia cautivaba a la gente, porque vestía al último grito de la moda.

Cuando salía a saludar entre telones, iba sola como la una. No le interesaba el saludo de la manito con otros artistas. Se puede decir que vivió muchos años arriba de los barcos; jamás se la veía de día en cubierta. Permanecía en su camarote lejos del sol envejecedor y una vez que estaba convenientemente producida, se presentaba a la cena, dejando a todos boquiabiertos.

Tantos admiradores, tantos restaurantes franceses, fueron adhiriéndose a su cintura hasta que un día las costuras se rebelaron y Melba supo que la cosa estaba fuera de control.

Su locura eran los helados; sabido es que el frío quema las cuerdas, les quita elasticidad y les resta calidad de vibración. Los helados además tienen azúcar, ingrediente que tiene la mala costumbre de instalarse en el abdomen.

Aquí es donde talla nuestro chef francés Auguste Escoffier, rey gastronómico de Cannes, propietario de Le Faisan D´Or, adonde iba a darse algunos gustos nuestra cantante. Cuando comenzó a cuidar su línea, el bueno de Auguste se ocupó personalmente de lo que serían las primeras comidas “dietéticas” que existieron. Le hizo la famosas tostadas Melba y muchos platos adonde reemplazó artillería pesada por etéreas gelatinas, inocentes ricotas, austeras pechuguitas de pavo y….aquí viene lo curioso, frutas frescas.

Auguste hizo una carrera de padre y señor mío; fue socio propietario del Hotel Ritz, el más lujoso del momento, cocinó en el Savoy, en el Carlton y sus recetas llenaron muchos libros que aún hoy se leen. También hizo subir las cocinas a nivel del salón comedor, a diferencia de las antiguas que eran en los sótanos. Obligó a los cocineros a lavarse las manos, a ponerse delantales, a valorar la higiene ante todo, fundando el estilo moderno de restaurante, que se supone está muy limpio, libre de ratas, con el personal con el pelo cubierto y un ritmo perfecto en la llegada de los platos.

Un día sorprendió a Melba con un postre de melocotones (duraznos) puestos sobre una fina capa de helado de frambuesa natural sin azúcar, coronados con un copete de crema suave chorreada con salsa también de frambuesa. Lo único frío frío era el helado, pero al mezclarlo con la carne de la fruta, la crema y la salsa, ya no lastimaba la garganta y el conjunto era fresco pero no gélido. Ya habrá adivinado el apreciado lector que esa es la Copa Melba que se come en Buenos Aires en los restaurantes de toda la vida, algunos de los cuales ya perdieron la vida. Sólo que en Baires le ponían durazno de lata, pero el conjunto respetaban la receta.

¡Jajaja!....

Melba escribió un libro, Melodías y Memorias y durante su retiro en la tierra natal, ofreció conciertos y participó de la vida cultural australiana. Su nombre real era Helen Porter Mitchel

pero se bautizó a si misma Nellie Melba, en homenaje a la ciudad de Melbourne donde dio sus primeros conciertos. Era tan grande el fervor que despertaba en el público que durante décadas se escuchó un dicho en inglés: “te despides más veces que Nellie Melba”, en referencia a las innumerables salidas para saludar, al final de sus actuaciones.

Al igual que el artista Pipo Pescador, que nunca pudo irse del escenario sin cantar “El auto de papá”, la Melba estaba obligada a terminar su actuación cantando la escena de la locura de la ópera Lucía de Lammermoor. Con ese plato fuerte, dejaba a todos chochos y podía irse a comer su copa fría sin remordimientos. Pipo Fischer

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