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Diario El Argentinojueves 18 de abril de 2024
Sociales

Despedida a un buen hijo de la ciudad y a un hombre bueno

Despedida a un buen hijo de la ciudad y a un hombre bueno

Quizás muchos hijos anónimos merezcan un reconocimiento, como con el que hoy despediremos al doctor Juan Eduardo Cerdá.

El pasado 10 de abril falleció en nuestra ciudad, este médico dermatólogo, que convocó al cariño de muchos copoblanos que concurrieron a darle el último adiós, con la congoja que impulsa el reconocimiento de una buena vida.

Desde sus primeros años debió enfrentar el dolor de perder a su padre, cuando no había alcanzado aún a dar sus primeros pasos y junto a su madre y hermanas, superar adversidades y enfrentar la vida.

Fueron sus primeros años en la Escuela Rawson y en el Pío, que luego le permitieron ir a la Universidad de Tucumán y a la Universidad de Buenos Aires para terminar su carrera profesional y especialización.

Al regresar a nuestro pueblo, conformó con Sofía Etchebarne una familia bendecida con la llegada de Juan Eliseo y de ahí en más, su plena dedicación al servicio de la salud de una inmensa cantidad de personas, que con o sin recursos, lo visitaban en la esperanza de curación.

El cariño que sumó a su ciencia, se trasladó al trato de sus pacientes y de ahí su valoración humana se hizo reconocida por propios y extraños.

Juan Eduardo fue un hombre bueno e íntegro.

Se sumó plenamente a las tareas comunitarias y fue dueño de la cosecha de la amistad que supo captar por su afecto, sensibilidad y carácter.

Amigos y pacientes supieron de su sonrisa, de su buen humor… de sus chistes siempre presentes, dando a la relación humana la solidez del amor, que emanaba naturalmente, en la búsqueda de hacer de la vida, un camino, que a las espinas sumara el calmante del afecto.

Se fue muy temprano, quizás descuidando su enfermedad, para evitar que su hijo especialmente y su familia no sufrieran. Negaba cualquier dolor, que solo observaba su amigo y protector médico, el doctor Baltasar Fernández, que sabiendo todo, le reprochaba desobediencia y no atenderse. Fernández, con ciencia y afecto, calmó el dolor de sus últimas horas.

Fue muy difícil para casi todos expresar el inmenso dolor que su partida generó, pero la fe en Cristo que lo acompañó durante toda su vida, le dio la paz que merecía en no sufrir y le regaló la despedida cariñosa de sus seres queridos, de sus amigos y de sus pacientes, que lo siguieron hasta su última morada.

Fue un buen vecino, un mejor médico… un hombre bueno.

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