Secciones
Diario El Argentino
Secciones
Diario El Argentinojueves 18 de abril de 2024
Información General

Colaboración

Juanele

Juanele

Admirado hasta la devoción, Juanele siempre decía que él no tenía biografía. Vivió su luminosa vejez, flaco como una brizna, comiendo galleta y bebiendo mate amargo. Era poeta y había nacido en Puerto Ruiz, en nuestra amada Entre Ríos, casi al terminar el siglo XIX.

Sus últimos años los pasó en la ciudad de Paraná, en una austeridad franciscana.

Algunos afirman que fue el poeta argentino más importante del siglo XX; sin duda, fue uno de los dos o tres más importantes, que no es poco decir. Para entusiasmarlo, querido lector le transcribiré algunos versos: “ …No olvidéis que la poesía, si la pura sensitiva o inolvidable sensitiva, es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin….” ó “…pero vino setiembre y una mañana apareció así lo mismo que una novia y abría los ojos, pálidos, de seda, sobre el sueño lastimado…”. Su obra fue perezosamente publicada, primero por él mismo, luego por editores valientes, algunos de los cuales pagaron cara su osadía porque durante el gobierno militar de facto, en 1977, la edición completa en tres tomos de sus poesías fue quemada totalmente, incluyendo las pruebas de imprenta de un cuarto tomo que se perdió para siempre. Nuestro genial Juanele, había viajado a China y otros países socialistas integrando una delegación cultural de intelectuales argentinos. Eso fue en 1957 y nunca se lo perdonaron.

También había traducido a Mao y mostraba una clara simpatía por el socialismo que en esa época era el Cuco. Le atraía la cultura china y el budismo Zen. La pobreza, especialmente la de los niños, era para él un crimen imperdonable. Ya es tiempo de decir que Juanele es Juan Laurentino Ortiz.

Carlos Mastronardi, César Tiempo, Córdoba Iturburu y Ulyses Petit de Murat valoraron en él a un poeta fundacional. Borges dijo “Yo no lo conocí a Ortiz, creí siempre que era una invención de Mastronardi…” Sin embargo supo decirle a Juan José Saer que la poesía de Juanele era “una poesía impresionista muy diluida, en la línea de los simbolistas”. Saer, un tiempo después le recitó a Borges un poema. Borges lo elogió, le pareció muy bueno y se sorprendió cuando Saer le dijo que era de Ortiz. El corolario lo pone el mismo Juanele cuando declara: “Borges ha dicho cosas que no lo favorecen mucho, que no son dignas de él. Es un hombre muy cordial y siempre me ha distinguido. A pesar de que hay momentos en que lo juzgo un poquito macaneador, siento por él estima, respeto y admiración también. Hemos andado juntos hasta las tres o cuatro de la mañana cuando yo iba a Buenos Aires. Hemos ido al cine. He ido a comer a su casa”. No juzgue mal a Borges, estimado lector; vivió su vida condenado a opinar sobre todo y todos y a veces se protegía con la negación que era también una estrategia intelectual, propia de su generación.

Juan L. Ortiz es el raro ejemplo de un escritor aislado en provincia, que consiguió un reconocimiento abierto de sus pares y logró ocupar un lugar destacado en la literatura argentina. Actualmente se puede conocer gran parte de su obra en tres tomos editados bajo el título de “En el Aura del Sauce” y leyéndolos, disfrutaremos de la “espléndida monotonía” de su literatura, que se alimenta de la contemplación del río y su entorno y de un profundo compromiso social. Nuestro poeta vivió muchos años en Gualeguay, trabajando como empleado en el Registro Civil. Su poema Gualeguay, es una de las grandes obras maestras de la literatura universal. Volviendo a Juanele, tengo una anécdota que justifica la nota de hoy y que a mí me ha resultado siempre una joya de la retórica. No sé si a Ud. le pasa, lector, que piensa lo que tendría que haber dicho, unas horas después de no haberlo dicho ¡jaja!...a mi me pasa muy seguido y por eso admiro a la gente que puede espontáneamente transmitir en forma perfecta lo que piensa, en el momento justo.

La cosa es que le hacían un homenaje en Paraná, en el Club Social para más datos. Muy comprensible el deseo de la gente de la cultura de la ciudad, de hacer justicia con el enorme escritor. Y comprensible también el hecho de que todos quisieran participar del acto.

Juanele entraba en la ancianidad, el festejo era por sus ochenta y se me ocurre que el entusiasmo de los organizadores era mayor que el del poeta, pero el juego estaba sobre la mesa y allí fue. Lo “sentaron” en primera fila y lo sometieron a un prolongado espectáculo, que tenía músicos, poetas y artistas varios.

Embarullado por tanto aplauso y tanto talento escénico, acostumbrado como estaba al silencio y la soledad, nuestro glorioso poeta soportó estoicamente en su silla, hasta que llegó el final y entonces, lo “subieron” al escenario para recibir la última ovación, ya que era el protagonista absoluto de la velada.

Tuvo que hablar; se acercó al micrófono, sutil como un vilano en el aire y luego de un silencio espectante dijo: “sólo tengo para darles, una confusión agradecida”. Pipo Fischer

    ComentariosDebés iniciar sesión para poder comentar