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Diario El Argentinojueves 28 de marzo de 2024
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Puntos de vista

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Tenemos un amigo en la familia, profesor de castellano en la Universidad de Heidelberg, más alemán que Berlín, que habla español como si hubiera nacido en Valladolid. Tiene una linda familia, es bastante hippie, como todo alemán de clase intelectual, viaja mucho, vive bien y es joven.

Invitarlo a pasar un fin de semana en casa es siempre grato, porque sus hijos son adorables, su mujer es una húngara que debe saber hablar hasta en chino, calculo. Siempre vienen con novedades culinarias aprendidas en sus viajes, sacadas de la interminable literatura que atesoran en su mente, y su estadía es una experiencia gourmet mayor.

La última vez que vinieron trajeron unas “guineas” ¿se acuerda estimado lector de esas raras gallinas de plumas grises y blancas que había en los gallineros de nuestra infancia en las quintas? bien, cocinaron esos bichos con vino y no sé que especias de la India y lograron hacer un manjar, de una carne bastante seca y oscura.

El motivo de esta introducción de los personajes, es llevarlo al “cuerpo” de esta nota y prepararlo para el insólito final. El profesor nos contó que su señora estaba embarazada por cuarta vez y por esa razón dejaron de venir por un tiempo.

Ellos viven en un pueblo en medio de la campiña de Baden Württemberg en una casa que en Argentina sólo podría tener un funcionario público: enorme, cómoda, con techos enteramente cubiertos de placas de energía solar, que no solamente cubre el consumo eléctrico de su casa, sino que el estado les compra el sobrante. El agua caliente viene desde la calle porque todo el pueblo que es pequeño tiene una caldera común, perfectamente eficaz que reparte agua caliente a todas las casas y se paga entre todos. Mi amigo posee un coche de primera y su mujer otro. Los niños van a una escuela pública admirable, con una casa vecina adonde pueden quedarse a jugar, hacer los deberes y comer mientras esperan a sus padres, cuyo horario no coincide con la salida de los hijos, todo incluido en el servicio.

El sueldo del profesor es razonable, alcanza bien para vivir y el hecho de tener un trabajo fijo, le da acceso a muchos sistemas de créditos que le permiten todo, desde viajar adonde le plazca, hasta comprarse una pantalla gigante de última generación o una casa rodante poderosa para irse con sus hijos por Europa. Adquirir algo en 36 cuotas sin interés es normal.

El Estado les pasa una mensualidad fija por cada hijo que nace, en un programa que busca aumentar la población de un país envejecido. Los cuidados que recibe una mujer embarazada son tantos y tan extremos, que las posibilidades de un mal parto son casi inexistentes.

Todo está previsto, calculado, entendido; la fecha tentativa está fijada y los controles no dejan nada librado al azar. El bebé nacerá en un hospital que está a veinte kilómetros del pueblo.

En Alemania cuando nace un bebé, la madre recibe muchísimos regalos, porque las empresas quieren hacer conocer sus productos y aprovechan el momento. Cajas y cajas de pañales, ropa, lociones, cremas, alimentos especializados y… flores del Estado, con una carta personalizada del gobernador felicitándola y agradeciéndole por el nuevo ciudadano que ha llegado.

Bueno, apreciado lector vamos a la anécdota, que en realidad se resume en una frase que pronunció mi amigo. Lo pongo en autos. La esposa empezó a tener señales anticipadas de parto, rompió bolsa, y el marido la subió a su coche y salieron pitando para el hospital por el camino más corto, atravesando un bosque. No bien se internaron en la ruta, el bebé empezó a bajar más y más; el profesor disminuyó la velocidad al mínimo e intentó llamar la ambulancia, pero en ese tramo del bosque, el celular no tenía cobertura. Con la mujer en función de parto, continuó su camino al hospital y finalmente logró comunicarse. Detuvo el auto y se dispuso a ayudar a su mujer a parir en pleno bosque. Cuando se vio la cabeza del niño, apareció la ambulancia, que tardó cinco minutos. No era una ambulancia común; era una sala de parto rodante con toda la tecnología necesaria para hacer nacer el niño ahí mismo, con el médico especializado, las enfermeras y los enseres de un quirófano por si era necesario una cesárea.

Fue un nacimiento feliz, sin problemas, una niña preciosa y un padre muy “cabreado” por la falta de cobertura en el bosque. La anécdota es el comentario del amigo alemán cuando nos llamó para contarnos lo sucedido: ¡Alemania es un desastre de pais!.....¡jajaja!....

Pipo Fischer

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