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Diario El Argentinomiércoles 24 de abril de 2024
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Lilibet

Lilibet

Este curioso sobrenombre derivado de Isabel, es el que usan los íntimos para referirse a la reina de Inglaterra. Esta legendaria dama nació en 1926 y todavía sigue reinando, amada por un pueblo que se ha acostumbrado tanto a su figura que el día que fallezca, será un pueblo huérfano.


Lilibet vivió toda su vida inmersa en un protocolo estricto, que vale la pena conocer porque está configurado a través de los siglos y su interpretación es un desafío para los sociólogos. Lo primero a tener en cuenta es que al estar en su presencia no se puede empezar ninguna conversación hasta que ella hable; tampoco se le debe estirar la mano si ella no la ofrece, y mucho menos tocarla o darle un beso, cosa reservada solamente para su familia u otros monarcas como Felipe de España que tiene con ella una relación de toda la vida. La reverencia no es obligatoria, ya que es tan complicado saber cómo se hace, cuándo se hace y a quién, que sólo la practica la alta aristocracia entre sí. Ante la improbable situación de compartir la mesa con Isabel II, hay que recordar que ella hablará primero un largo rato con su invitado de la derecha y luego el resto de la comida con el de la izquierda. No se puede retirar el primer plato de los demás comensales hasta que se retire el de la reina, y una vez que ella terminó de comer, nadie puede comer un bocado más porque instantáneamente se retirarán todos los platos estén o no terminados por los presentes.

En el palacio no están permitidas las pastas; nada que tenga masa de harina, porque esos alimentos hinchan, y la reina se levanta de la mesa igual que se sentó. Tampoco se pueden servir bocados que contengan elementos que hay que sacar de la boca; nada con carozo ni con huesitos ni con espinas. Prohibidas las piezas que requieran algún trabajo de corte (pollo o carne con hueso); todo debe ser fácilmente ingerido con un uso casi decorativo del cuchillo. Hablar con Isabelita tiene también sus reglas. Jamás se habla de su familia ni de temas ideológicos ni se toca ningún ítem personal: ¿piensa abdicar a favor de su hijo o de su nieto?...sería una pregunta inapropiada.

 Los temas posibles son:  sus palacios, los pintores ingleses clásicos, la mecánica (ella en su juventud era capaz de arreglar un motor de camión o de auto, especialmente durante la guerra), los perros  (mejor elegir la raza Corgis, sus preferidos) o Agatha Christie, autora que la monarca ha leído hasta el hartazgo, porque es fan de los libros de crimen.

Hablando de sus famosos perros, el último de los cuales murió hace poco tiempo y no fue reemplazado, la reina les hacía cocinar solomillo y pechugas de pollo con su chef y ella se encargaba de darles la orden de empezar a comer, personalmente.

Ahora pasamos, querido lector, a las costumbres internas del palacio real. Siempre se sabe dónde está la reina. Solo el mayordomo real abre la puerta para anunciar una visita y jamás se puede llamar con los nudillos desde afuera. Parece raro abrirle la puerta directamente a una reina, pero si uno lo piensa es lógico porque no funcionaría golpear y esperar que ella le conteste desde adentro con un grito, y menos que deje de hacer lo que está haciendo para ir a abrir. Si su majestad quiere intimidad, cierra con llave. Por la mañana,  es posible entrar en su dormitorio, correr las cortinas y despertarla. Jamás usa despertador. Una manía curiosa de la reina es llevar un pequeño imán pendiente de un hilo para levantar del piso las agujas o alfileres que pudieron haber extraviado los modistos. Otra más curiosa todavía es el juego de la cartera. Cuando ella está en una reunión, de pie conversando con la gente en un salón y comienza a cambiar la cartera de brazo, está avisando que se quiere ir, para que su secretario privado venga a rescatarla. Si deja la cartera sobre la mesa, informa que solo se quedará unos minutos por compromiso. En las comidas familiares, a veces cocinaba  y luego lavaba los platos junto a sus hijos y nietos. Detesta que la llamen Isabel o le pregunten por sus hijos por el nombre de pila: ¿cómo está Carlos? ¿y Harry?...Jaja!... si no sabe exactamente los títulos para nombrarlos, mejor callar. Las metidas de pata de los Obama, Trumph y otros personajes son famosos. Trumph la llamó todo el tiempo “su alteza real” que es como se nombra a los príncipes. A ella hay que decirle “su majestad”. Michel Obama le dio un espontáneo abrazo con beso incluido.

No contestes al celular en su presencia, no lo pongas sobre la mesa aunque no pienses usarlo y…no se te ocurra pedirle una “selfie” porque te sacarán carpiendo almanaques. No llegues tarde a una fiesta porque no tendrás oportunidad de saludarla una vez pasada la hora de recepción, nunca le des la espalda ni camines delante de ella como hizo Trumph.

Para su cumpleaños (ella festeja dos en el año, uno real en abril y otro en pleno verano para aprovechar el buen tiempo en los festejos populares) adora recibir regalos. No le importa el valor monetario; siempre prefiere regalos graciosos. El Mahatma Gandhi le obsequió una pieza blanca de encaje hecho a mano y su madre lo consideró inapropiado. La reina madre creyó que era un taparrabos, cuando en realidad era un precioso mantel. Unos estudiantes australianos le fabricaron un brazo de madera mecánico que se instala en la ventanilla de su limusina y saluda por ella. No sabemos si lo usó, pero quedó encantada. Cuando cumplió noventa, sus nietos le regalaron un gorro de baño con una cartel que ponía: ¡que vida dura!....

Termino, estimado lector con un “enigma”…jaja. ¿Por qué cree Ud. que Isabel II usa ropa de colores tan llamativos como amarillo patito, rojo pimiento o verde loro?...la respuesta es: para que sus guardaespaldas puedan visualizarla fácilmente, especialmente si está caminando al aire libre entre la gente, o alterna en un salón grande con muchísimas personas y se mueve entre ellas. ¿Qué si yo estoy seguro de que es una de las reinas más amadas de la historia? Espere que se muera y luego me cuenta si la lloraron o no en las calles.

Pipo Fischer

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