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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Diálogo con Alejandro Fernández, doctor en Historia: “Cuando escucho en historia que ´esta es la versión definitiva´, percibo esa frase con desconfianza”

Diálogo con Alejandro Fernández, doctor en Historia: “Cuando escucho en historia que ´esta es la versión  definitiva´, percibo esa frase con desconfianza”

Alejandro Fernández es doctor en Historia egresado de la Universidad de Barcelona, España. Originalmente su carrera de grado fue en la Universidad de Buenos Aires como profesor de Historia. Ha trabajado en distintos lugares, pero desde 1984 cuando se reabrió la Universidad de Luján se encuentra vinculado con esa casa de altos estudios.


Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO

 

Actualmente tiene a su cargo una asignatura del profesorado de Historia que se denomina Argentina II; además de dictar una metodología de investigación histórica y ser director de una Maestría en Historia Social.

Fernández nació el 9 de noviembre de 1956 en una comunidad llamada Hughes, que está ubicada al Sur de Santa Fe; donde sigue viviendo gran parte de la semana.

Llegó a Gualeguaychú el martes 3 de marzo, respondiendo a una invitación formulada por el historiador Marcos Henchoz para sumarlo a una serie de charlas y conversatorios que se dictan en la Biblioteca Popular “Rodolfo García”, cuyo ciclo es organizado por el Centro de Investigación de Historia del Sur Entrerriano; la Facultad de Ciencias de la Gestión Hotelería de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) y la propia Biblioteca.

Fernández visitó EL ARGENTINO y concedió el siguiente diálogo que permite ingresar al umbral de la importancia de la historia para la construcción de una identidad, pero fundamentalmente en el valor de la diversidad para la igualdad. Así, realizó un recorrido sobre las percepciones del inmigrante, sin olvidarse de la deuda histórica en materia de integración que aún persisten con los pueblos originarios.

 

- ¿Cómo le nació la vocación por la Historia?

-Me empezó a surgir a mediados de la secundaria. Recuerdo que me gustaba mucho leer Historia. Mi padre era lector y en mi casa había una biblioteca y los libros estuvieron siempre al alcance de mis manos. Por otro lado, tuve una muy buena profesora de Historia en la secundaria que me impulsó. Ella se llama María Teresita Braccia y con los años he tenido el gusto de trabajar en investigaciones sobre historias del pueblo. Incluso publicamos un libro juntos sobre la historia de nuestro pueblo. Al finalizar el secundario, sabía que mi vocación estaba por el lado de las Ciencias Sociales, pero no tenía definida la materia específica porque también me atraía Sociología. En esos momentos, en la Facultad de Filosofía y Letras había un ciclo común de materias introductorias y cursando esa etapa me definí por la Historia. Estoy hablando del año 1974, cuando la Facultad funcionaba en lo que hoy es la conocida Plaza Doctor Bernardo H. Houssay, y era el viejo edificio del Hospital de Clínicas; que cuando lo derrumbaron quedó ese predio como plaza.

 

-Se suele creer que el historiador tiene la rigurosidad de los hechos, el testimonio de los documentos. Pero, sin embargo, los que saben dicen que sin imaginación no hay historia. Es más, para muchos historia e imaginación serían como términos antagónicos, cuando en realidad son complementarios.

-Es cierto que sin imaginación no hay historias. Y creo que se requieren de las dos cosas. Se requiere imaginación, se requiere capacidad de reconstrucción intelectual y así poder plantear los problemas. Enseña Benedetto Croce (Nota de la Redacción: escritor, filósofo, historiador y político italiano. Su obra influyó en pensadores italianos muy diversos, pero de la talla de Antonio Gramsci –marxismo-, Giovanni Gentile –fascista- o Piero Gobetti –liberal-. Nació el 25 de febrero de 1866 y falleció el 20 de noviembre de 1952) que no hay historia sin problema histórico. Si como historiador uno no se plantea problemas y preguntas, no tendrá destino. Simplemente quedará a disposición de lo que los documentos o las fuentes tienen para dar. Al archivo, a los documentos siempre debemos abordarlos con preguntas. Y esos problemas, de alguna manera, sirven para ordenarnos e ir resolviendo, aunque sea provisoriamente, los problemas. Es más, nuestras resoluciones siempre serán provisorias, porque siempre pueden aparecer nuevas fuentes o nuevas preguntas y todo es susceptible de ser revisado. Siempre se trata de conclusiones provisorias.

 

-Con lo cual la historia nunca está terminada.

-Exactamente. Cuando escucho en historia que “esta es la versión definitiva”, percibo esa frase con desconfianza.

 

-Ni hablar del fin de la historia, entonces.

-Por supuesto, ni hablar de esos conceptos. Siempre pueden aparecer nuevas perspectivas. Por ejemplo, la historia de género que en la actualidad está jerarquizada en la agenda cotidiana. Se trata de una óptica o pregunta o problemática que hace treinta o cuarenta años no estaba planteada en los términos o intensidad que la vivimos hoy en día. Y eso lleva a recorrer fuentes que ya habían sido trabajadas, pero ahora con una perspectiva de género.

 

-Para avanzar, los pueblos deben recorrer el camino de su historia.

-Siempre es complicado establecer el inicio de una identidad de conjunto, de identidad nacional; porque dentro de ella hay perspectivas e intereses diferentes. Y muchas veces son los grupos letrados o los grupos intelectuales que de alguna manera van planteando la perspectiva de futuro de los pueblos o guiándolos a través del planteo de los problemas. En el caso de Argentina, creo que en algunos momentos ese camino ha sido definido como en armonía con el pasado y, en otros momentos, en contra del pasado. De alguna manera construir el país en contra de lo que había sido el pasado. Obviamente, se trata de un pasado que no era visto con admiración ni tampoco como algo positivo. Justamente por eso, había que empezar a construir de nuevo.

 

- ¿La inmigración tiene esa función en un determinado momento?

-Indudablemente sí. De alguna manera se construye un nuevo país a partir de la inmigración. Esto está bastante presente a mediados del Siglo XIX. Bueno, la mirada sobre el pasado colonial español, por ejemplo, no era una mirada positiva ni favorable. Y, por lo tanto, prevaleció la idea de construir en contra del pasado. Pero eso no es algo fijo o estable, sino que va cambiando. En otro momento el pasado será reivindicado de nuevo. Por ejemplo, a principio de Siglo XX algunos de los propios pensadores de la élite de la época reivindican el pasado, incluso el pasado colonial.

 

-Encuentro que el inmigrante y el exiliado tienen algo en común. Por ejemplo, ambos han perdido su paraíso natural. Lo que los diferencia, es que el inmigrante puede viajar hacia una tierra prometida; mientras que el exiliado no lo hará porque siempre tendrá ansias de retornar. El inmigrante, especialmente en Argentina, ha podido echar raíces para que los hijos pudieran expandir sus alas. Podemos encontrar que en Argentina ser extranjero siempre ha sido una muy buena carta de presentación social, a excepción de ser chilenos, paraguayos, bolivianos.

-Bajo el tinglado de la palabra “inmigración” caben muchas situaciones diferentes. El inmigrante que se arraiga y encuentra una tierra prometida, es una de las situaciones posibles; pero hay muchas otras que son muy diferentes. Está aquel que fracasa y debe regresar a su país de origen o debe volver a inmigrar. Por ejemplo, hay muchas poblaciones que querían afincarse en Brasil y terminaron en Argentina; o están aquellos que llegaron a este país, pero como algo transitorio porque su destino final era Estados Unidos, por ejemplo. Y están aquellas experiencias que ya desde los inicios se plantea la inmigración como algo provisorio, y no se trasladan de un territorio a otro para establecerse de manera definitiva en el país de destino; sino que la perspectiva es acumular ahorros en el menor tiempo posible para regresar a su país de origen. Y luego hay otras inmigraciones que las hemos visto especialmente en el Siglo XX y que son de cortísimo plazo: son las llamadas migraciones golondrinas, los que llegan a un país o a una provincia para trabajar una temporada.

 

-Para ubicarnos en una imagen más tradicional, frente a un inmigrante se pueden visualizar cuatro etapas: el movimiento demográfico; su inserción económica y social; la tercera su integración en la sociedad y su participación política; y la cuarta su contribución a una identidad cultural nacional.

-Sí, y cada una de esas cuatro etapas son experiencias muy complejas y con cada una de ellas se podría hacer un libro de estudio y análisis. Pero, tomemos la última, la perspectiva de la contribución a una identidad cultural. Muchas veces se considera la identidad cultural desde la perspectiva de la identidad nacional: es “el italiano”, “el español”, “el alemán”. Pero, una persona no es solamente su nacionalidad. Ninguno de nosotros somos solamente nuestra nacionalidad. Una persona tiene otras identidades más allá de la nacional; porque es parte de un diálogo cultural con el otro. El riesgo es cuando pensamos o percibimos al otro desde una perspectiva estática y que son una cosa y que para siempre serán esa cosa. Obviamente, no es así, porque las personas están todo el tiempo interactuando y por eso tenemos tensiones de identidad. Aunque siempre en esencia creamos que somos los mismos, vamos modificándonos culturalmente.

 

- ¿Podría dar un ejemplo?

-Imaginemos a un italiano a principio del Siglo XX. Pensemos que era un italiano del Sur y se establecía en Buenos Aires o en Rosario. Entonces interactuaba con las instituciones de la colectividad que no quería que se olvidara de su ser italiano; que debía mantener el idioma y que debía enviar a sus hijos a los clubes o academias italianas, además de contribuir con la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos. Bueno, esa persona entraba en tensión con la identidad argentina, que también tenía sus propios mecanismos: estaba la escuela y la salud pública; por el solo hecho de nacer en estas tierras sus hijos eran considerados un igual con respecto a otro argentino; incorpora el mate u otros alimentos y colabora a que el argentino incorpore sus sabores y alimentos. Y así, el grupo de pertenencia no es que va cambiando, sino que se va ensanchando, especialmente en diversidad. Y esto de incorporar el mate es un claro ejemplo, porque incluso hasta lo puede introducir en su lugar de origen. Me tocó ver en un pueblo de Galicia a cuatro personas mayores jugando al truco. Es muy frecuente que ellos jueguen a los naipes en un bar, pero cuando me percaté que estaban jugando al truco me costó mucho creerlo.

 

-Teniendo en cuenta este anclaje cultural basado en la diversidad, en el diálogo de las culturas, el sentimiento xenófobo. En Europa discriminan al latinoamericano y no son recíprocos con la apertura migratoria que tuvieron estas tierras para con sus mayores. Y, en Argentina, se suele discriminar al nacional próximo y que es también prójimo como pueden ser los chilenos, los paraguayos, los bolivianos.

-Ese es un tema que se reitera en la Argentina. Justamente el título que le hemos dado a la exposición en Gualeguaychú es “Entre el extranjero grato y el huésped ingrato. Las políticas inmigratorias argentinas en el largo plazo”. De alguna manera, en la Argentina la colectividad deseada es normalmente la que ya no viene o dejó de venir. Se añoraban a los escoceses cuando ya no venían, y en su lugar llegaban los piamonteses. Se añoraban a los piamonteses cuando ya no venían y en su lugar llegaban los vascos. Se añoraban a los vascos cuando los que venían eran los napolitanos. Y así sucesivamente. Por supuesto que hay actitudes xenófobas que deben ser repudiadas siempre y en todo momento.

 

-Le voy a pedir una reflexión sobre una población en particular. Si bien no es un inmigrante, gran parte de su existencia en los últimos siglos lo ha convertido en un extranjero en su propia tierra, me refiero a los pueblos originarios.

-Como sociedad y como Estado tenemos una deuda histórica con los pueblos originarios. Y esto lo expreso creyendo en el saber y el valor que tiene el encuentro de las culturas. No obstante, hay que admitir que la búsqueda de ese encuentro no fue el camino que se ha seguido normalmente y por eso es una tarea inconclusa.

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