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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Kuala Lumpur: vida de confinados.

Kuala Lumpur: vida de confinados.

Es martes 14 de abril en Kuala Lumpur y por fin me doy cuenta que el confinamiento juega a favor de nosotros, los calvos. Lo que ayer era una desventaja social en este mundo adicto a la imagen, hoy se ha convertido en un beneficio.


Martín Davico

(Colaboración)

 

Las peluquerías están cerradas pero a nosotros no nos importa: nuestro look apenas varía. Cuando la ocasión lo permite, observo como aumenta el volumen de la cabellera de Matías, uno de mis compañeros de cuarentena, tiene una melena marrón y tupida, destinada a no padecer ni el más mínimo asomo de alopecia.

Espero con ansias el momento oportuno para decirle que cada día está más parecido al Cabezón Ruggeri. Mientras tanto, con silencioso placer, contemplo como su cabeza pierde proporción con el tamaño de su cuerpo…

Cada noche, como para hacer algo de ejercicio, voy a correr a la cochera del edificio. Si bien mi abdomen no reduce puedo sentir el fortalecimiento de mis piernas. “Esta vez prometo ser constante”, me digo a mi mismo con mística fe poética. Los autos, que llevan un mes hibernando, lucen como extrañas maquinas ante mis ojos inexpertos.

Están estacionados en hileras como sardinas en una parrilla. Vehículos sofisticados que me hacen imaginar a sus propietarios: empresarios de traje, con grandes relojes y bien perfumados. “¿Qué significará para ellos la posesión de un buen auto? ¿Tendrán la manía de felicitarse cuando adquieren uno nuevo?”, me pregunto estas cosas mientras destilo gotas de sudor, en un compenetrado diálogo interior.

Es miércoles y Masvene, que es malaya, da vueltas por el departamento como si estuviera en una calesita. No deja de abrir y cerrar la puerta de la heladera. “Lo hago inconscientemente, como si por arte de magia fuera a aparecer algún postre o una torta de chocolate de la que no me había percatado”, nos confiesa como si fuésemos psicoanalistas capaces de desentrañar algo.

Por las noches, durante la cena, entablamos conversaciones: “Hoy hablé con Ayaka la chica japonesa que conocí en Alleppey, en la India”, les cuento, “todavía está ahí, lleva casi dos meses y no ha podido regresar a Japón”. Matías me dice: “Tuviste suerte en poder salir de la India a tiempo”. Y le digo recordando: “Sí, tuve mucha suerte. En India tuve la sensación de que iba a ser un marginado. Se me activaron los mecanismos de huida cuando los niños me veían en la calle y gritaban: ¡Corran que ahí viene coronavirus!”

Es jueves 16 de abril y veo una vieja entrevista a Teresa Forcades, una monja y médica catalana, autora de libros como ‘Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas’, y famosa por su postura contraria a la vacunación contra la gripe A luego de la pandemia del año 2009.

Durante la entrevista, critica la falta de ética de los gobiernos cuyas decisiones atentan contra la ciudadanía en su conjunto. Le preguntan de qué manera se podría impedir que esto suceda y la monja benedictina contesta: “Cuando un gobierno actúa en contra del interés general, hay un mecanismo que es el propio de las democracias: Huelga General Indefinida. Una forma de manifestación pacífica que visibiliza un desacuerdo entre un gobierno y su población…”. La respuesta me hace ver que en una monja puede haber más rebeldía que en cualquiera de los ‘revolucionarios de café con leche’ que tanto abundan en las redes.

Matías, que vive en Kuala Lumpur, recibe un mensaje del grupo ‘Argentinos en Malasia’. El mensaje proviene de la Embajada Argentina, apelando a la solidaridad de quienes viven en el país, para dar soporte a los argentinos que se han quedado varados sin recursos en Malasia...

Matías contesta de inmediato y se ofrece para hacer una compra de alimentos, o su casa “en donde nos podríamos acomodar”. Es un gesto esperanzador: el espíritu solidario que sobrevive entre la gente pese a los ultrajantes gobiernos que la han maltratado a lo largo de la historia. Un espíritu heredado de los millones de inmigrantes que llegaron a Argentina en busca de una vida mejor. Personas que, lejos de su patria y su familia, se valieron del apoyo de desconocidos y de la cooperación mutua para salir adelante.

A toda esa gente es a quien se le debe esta conciencia solidaria, que tantas veces nos sacó de apuros y que nos sirve ahora para capear esta tormenta.

 

   

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