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Opinión

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Recalculando

Recalculando

Por Martín Wallach


 

El 10 de diciembre de 2019 Alberto Fernández asumió la presidencia de la nación con la situación peculiar de haber sido designado por el dedo de la hoy vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

 

La figura de Alberto Fernández encarnó la unidad entre diversos sectores del peronismo que estuvieron distanciados por algunos años: el kirchnerismo, La Cámpora, la CGT, Sergio Massa, gobernadores e intendentes del partido. Dentro de la bolsa, los gatos no sólo se estaban reproduciendo sino que ya estaban pariendo un nuevo espacio, el Frente de Todos.

La tan buscada unidad del espacio peronista se fijó como objetivo primordial resolver la carga de la pesada herencia macrista: las deudas.

¿Por qué “las deudas”? Porque la Argentina afronta un proceso de renegociación de la brutal deuda externa contraída principalmente durante el gobierno de Macri. Pero a la vez Alberto Fernández tendrá que darle respuesta a la deuda interna: un 35,5% de pobreza, 8% de indigencia, una tasa de desocupación de casi 9%, una inflación en 2019 de 54% y una matriz productiva totalmente deteriorada a raíz de un programa de gobierno basado principalmente en la especulación financiera. Si este combo no terminó de explotar es justamente porque la figura del presidente electo configuró un nuevo aire de optimismo, bajo la promesa de reactivar la economía.

Inesperadamente apenas asumido el nuevo gobierno comenzó a expandirse el coronavirus, hasta el momento sin cura ni tratamiento comprobado, cuya única forma de combate conocida es una vieja práctica, el aislamiento social. Eficaz para evitar la propagación del virus pero absolutamente contrario a los intereses de un gobierno que tiene como meta la reactivación económica.

Cuando el Gobierno encendió el motor y comenzó a transitar con lentitud el camino hacia ese destino, el GPS alertó “recalculando”.

Sin embargo, la pandemia le abrió a Alberto Fernández una oportunidad desde el plano político. La implementación de medidas para contrarrestar al virus le permitió poder capitalizar popularidad por fuera de la zona de influencia de Cristina. La previa designación de Ginés González García como ministro de Salud y la rápida reacción para mitigar la pandemia constituyeron dos aciertos trascendentales de su gobierno.

Su popularidad trepó velozmente, de 55% de imagen positiva a más de 80% sostenida en uno de sus mejores atributos: la capacidad para comunicar con un tono comprensivo y comprensible, a la vez de calzarse el traje de Carlos Pellegrini, el piloto de tormentas.

El camino entonces se bifurcó. Por un lado, la atención de la salud que históricamente fue una preocupación de baja intensidad para la opinión pública fue creciendo hasta convertirse en una demanda prioritaria. Por el otro, con el confinamiento de la población emergieron nuevas dificultades económicas que el Gobierno tuvo que atender. Desde aquellos que componen el 40% de la economía informal y dejaron de percibir ingresos por la parálisis de sus actividades, pasando por los trabajadores de alta calificación y hasta las grandes empresas, todos requirieron asistencia estatal.

Paralelamente a las dificultades que conlleva la caída casi total de la actividad económica, el Gobierno está renegociando el pago de la deuda externa. Son casi 66 mil millones de dólares que fueron principalmente contraídos en tiempo récord durante la administración Macri y con una agenda de vencimientos muy corta en el tiempo, dejando casi ahogadas a las cuentas públicas. O se cumplen los compromisos con los acreedores externos, o se destina a la recomposición de la economía doméstica. El ministro de economía Martín Guzmán, ignoto hasta hace algunos meses para el círculo rojo, está haciendo equilibrio entre estos dos asuntos. Como ilustró un técnico de fútbol a fines de la década del ’60, es una manta corta: si uno se abriga los pies, deja al descubierto la cabeza y si abriga la cabeza, descubre los pies.

La negociación apunta a suspender temporalmente el pago de la deuda y contar con esos fondos, más un giro en el programa de gobierno con respecto a su antecesor, para priorizar las demandas. Primero recomponer nuestra deteriorada economía, para luego crecer y con ello pagar. Un giro en el programa de gobierno implica una redistribución en el peso de quienes aportan en Argentina. Tal como le sugirió Merkel a Fernández: que los ricos tributen más.

Para lograrlo, el Gobierno deberá tocar intereses que hasta el momento casi nadie se ha atrevido a tocar. El menú incluye aumentar la carga impositiva de las grandes empresas, gravar el impuesto extraordinario a las grandes fortunas individuales, afectar los intereses de las empresas que brindan servicios de forma monopólica, desde las energéticas hasta los peajes. En definitiva romper cuellos de botella que asfixian a nuestra economía y a nuestro mercado, cuya oferta de bienes y servicios se concentra en pocas manos que fijan precios y se abusan de los consumidores.

En el camino seguramente habrá dificultades, impedimentos, trabas y oposiciones. Argentina requiere de una transformación profunda para dejar de lado las cíclicas crisis que atraviesa desde hace más de cuatro décadas y para llevarla a cabo se requieren astucia y audacia. El Presidente acumuló un impensado capital político en apenas seis meses de gestión. Resta saber si lo arriesgará en pos de tomar las medidas más sensibles que nuestro país necesita.

 

El autor es politólogo y analista política

 

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