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Opinión

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La memoria compartida se cuenta con el corazón: “La muerte cruzó el disco”

La memoria compartida se cuenta con el corazón: “La muerte cruzó el disco”

Por Amalia Doello Verme (*) EL ARGENTINO


 

En los tiempos que corremos y con la ansiedad de que esto llegue a un final feliz, donde cada uno de nosotros retome el ritmo de la vida, la mente nos lleva a recorrer y a recordar hechos y acontecimientos de nuestra infancia y juventud, de padres que no están, hermanos, vecinos, maestros, amigos. En fin, todo lo lindo y lo no tanto, momentos que nos han tocado vivir, cuentos, anécdotas, etc (tiempos de pandemia).

 

Por eso hoy se me ocurrió contar lo sucedido hace muchísimo tiempo en el hipódromo de Gualeguaychú. Esta historia me llego a través de mi padre, que nos contaba los hechos.

A escasos metros de la puerta principal de acceso ubicado por calle Constitución, vivía una familia de apellido Ausqui, la vivienda de estilo antiguo tenía la puerta de ingreso por calle Hernández y era parte de una chacra cubierta por un monte de espinillo (se encuentra hoy allí el Barrio Hipódromo) delimitada por calle Constitución, Hernández, la Cantera y Goldaracena.

El propietario era Don Domingo Ausqui, quien tenía algunas vacas lecheras, ovejas, aves de corral, gallinas, pavos, etcétera.

Contaban que Don Domingo, vestía íntegramente de negro y lucía cabello y barba blanca y que su figura imponía, inspiraba mucho respeto y algo de temor, y además era un hombre de armas llevar (siempre andaba con un gran cuchillo en su cintura).

Este señor habría mantenido una disputa con un vecino que vivía al fondo de la chacra, en una vivienda que se encontraba dentro del predio de lo que es hoy el Taterzal (caballerizas) de apellido Garra, el cual trabajaba en el frigorífico Gualeguaychú. La rispidez entre ambos se daba por algún animal suelto, por alguna carrera ganada por el caballo preferido, en realidad nunca se supo a ciencia cierta, cuál fue el motivo que desencadenó la tragedia.

La cuestión fue que cierto día, Ausqui, que pasó varios días observando a Garra transitar e ingresar por calle aguado para acortar el camino hacia su vivienda, cuando venía del Frigorífico. Ausqui, que lo estaba esperando, frente a donde hoy se halla ubicado el disco de llegada de las carreras, desafía a pelear a Garra, quien traía, también, su cuchillo en la cintura (indispensable para el trabajo que realizaba), acepta el desafío y allí se inicia el duelo criollo. Hecho que por años quedo grabado en la memoria de la gente de la época.

Decían que ambos hombres se tomaron de la mano y con la otra se iban infringiendo cortes y puñaladas mortales, en determinado momento, Ausqui cae sin vida en el lugar, y Garra tomándose la panza con ambas manos, alcanza a caminar unos 50 metros, y le pide agua a un vecino de apellido Sosa, que observaba el duelo. Garra murmuró:

- tengo mucho frio ¡Y murió!

Este hecho tuvo alcance a nivel nacional, diarios de la época informaron sobre lo sucedido. Fue un hecho lamentable que dos personas perdieran la vida, quizás por una pavada o alguna ofensa menor y la muerte fue la forma de repararla.

Con este relato tuve la intención de recordar un hecho cuyo escenario fue el hipódromo, frente al cual vivimos por más de treinta años, y la mente me va llevando por distintos rumbos que hicieron y hacen hoy en día a mi vida.

 

Un caballo versus una avioneta

 

Hubo una época en que el campo del hipódromo tenía una atracción muy especial.

Cuando escuchábamos el motor de algún avión/avioneta, grandes y chicos, salíamos al patio, poniéndonos las manos en la frente a modo de visera para contemplar la pasada de ese aparato que nos despertaba tanta curiosidad.

¿Cómo sería volar?

¡Yo ni loco me subiría a un avión!, se escuchaba de algunos.

Pero verlos pasar era todo un acontecimiento que rompía la rutina por unos minutos.

Al caso es que en medio del campo habían formado una pista de aterrizaje muy básica pero efectiva.

El que tenía a cargo el mantenimiento era un señor que vivía al fondo del campo, (Don M.C.)  y cuyo amigo “volador” era un médico (senador provincial), que solía venir en su avioneta y aterrizaba en la “pista” de aterrizaje. Mientras revoloteaba, los vecinos más cercanos tenían tiempo de correr a la tribuna y disfrutar del espectáculo.

El doctor Cuaranta tenía por costumbre venir a Gualeguaychú a visitar colegas y amigos.

Montado en un tordillo y con un banderín en mano, Mulato le hacia la señal para que la avioneta descendiera.

Al verla descender, Mulato, se retiraba con su tordillo

Pero en una de las tantas ocasiones en el carreteo final del aterrizaje la punta del ala rozo el anca del caballito, que cayó encima del jinete, el cual, atontado por el golpe pensó que era la avioneta.

Corrieron unos vecinos a socorrer a mulato y alcanzaron a escuchar que este gritaba: ¡“Cuaranta y me has apretao”!

Felizmente fue nada más un revolcón. Mulato salió ileso, igual que su tordillo.

Hoy diríamos que la frase se viralizó, o sea, se transformó en un dicho popular, que se usaba para referirse a momentos duros de la vida. Recordando a Mulato en su frase hasta si se quiere humorística.

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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