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Diario El Argentinomartes 23 de abril de 2024
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En el camino de Santiago  (Parte II)

En el camino de Santiago  (Parte II)

Señal que marca el Camino de Santiago en Asturias.


Por Martín Davico

(Colaboración)

 

Según los textos, en el año 44 de nuestra era, el apóstol Santiago el Mayor fue decapitado en Jerusalén, y sus restos fueron enviados en un barco hasta llegar a Galicia. Su cuerpo fue enterrado por sus acólitos en un lugar que permanecería secreto durante ocho siglos. En el año 830, un ermitaño gallego, Pelayo, encontró la tumba y la noticia corrió como pólvora por la Península Ibérica. El rey de Asturias, Alfonso II, fue el primero en peregrinar hasta Galicia para presentar sus respetos a Santiago. Sin que lo supiera estaba inaugurando el más primitivo de todos los Caminos.

Es sábado 12 de septiembre en la ciudad cántabra de Comillas. La tarde está soleada y, luego de registrarme en el albergue La Huella del Camino, me dirijo a la casa modernista El Capricho de Gaudí, una de sus pocas obras que están fuera de Cataluña. En la entrada, le pregunto a un visitante si realmente vale la pena pasar: “¡Sí! Este Gaudí era un extraterrestre”. Lo confundo con un chileno pero me aclara que es mendocino. Me pregunta de dónde soy y dice: “En Gualeguaychú hay muy buenos jugadores de pelota paleta”, yo le aclaro que no tengo la más mínima idea, y continúa, “hubo un jugador entrerriano que fue muy talentoso: el Gallego Font”.

 Al día siguiente camino 24 kilómetros hasta Unquera, la última ciudad de Cantabria, yendo por el Camino del Norte. Hago una parada para descansar y compro comida en un supermercado. A la sombra de un árbol almuerzo un sándwich. Luego, bajo un sol que abrasa, cruzo un puente sobre el río Deva y entro al Principado de Asturias. Por la tarde, camino una hora más y, agotado, decido dormir en La Franca.

 De camino a Llanes me desvío hasta los Bufones de Santiuste: grietas naturales que forman túneles y penetran en los acantilados. En los días de fuerte marejada el aire y el agua penetran en aquellas grietas, escapan por los resquicios y emergen del suelo como surtidores de agua pulverizada. La tierra escupe al cielo trozos de mar con ensordecedores rugidos: ‘los quejidos del bromadariu'…

 Más adelante, para retomar el camino, me encuentro con un alambrado y salgo por una tranquera. Mientras la cierro, un matrimonio de asturianos pasa frente a mí. El señor, un hombre mayor, me dice: “Cierre bien por favor, que luego se nos escapan las vacas”. Le digo, con tono amistoso, que es justamente lo que estoy haciendo. La mujer reconoce mi acento y pregunta: “¿Es argentino, verdad? Nosotros tenemos familia en Corrientes, fueron para allí en los años 30. También tenemos parientes en México”.

 Cuando confirmo que soy argentino el hombre habla otra vez: “En Argentina vuelve a estar mal la cosa”. Replico de manera impulsiva, injusta y sesgada: “Todo está mal, desde que tengo uso de razón”. El hombre no pierde el tiempo y opina: “Es increíble lo que pasa allí, un país diseñado para pocos. Al final acertaron los que eligieron México”. El comentario me duele, pero no dejo que se instale la patética indignación: “Tal vez sí, pero el futuro nunca está escrito, todo puede cambiar”. Hablamos un rato sobre la intrepidez de los asturianos que emigraron a Argentina sin un centavo. Al final me despiden con el clásico saludo: “¡Que tengas buen camino!”.

Es 15 de septiembre en Cuerres y me alojo en el Reposo del Andayón, una posada de madera  que tiene un sector para albergar peregrinos. Dan cama, cena y desayuno a cambio de un donativo, 'según lo que dicte el corazón'. Somos unos diez peregrinos y una sensación de fraternidad vuela en el ambiente. Sentados en la mesa, antes de la cena, la dueña de casa, Katrine, una mujer belga que nos dio la bienvenida con un abrazo, nos pide que nos presentemos. Se determina hablar en inglés. Cuando llega mi turno, Katrine me pregunta de qué parte de Argentina soy. “Entre Ríos, that means something like Between Rivers”, aclaro en mi inglés de Kernel One, como para que los alemanes presentes comprendan el topónimo.

La comida es vegetariana y sabrosa, pero insuficiente para gente que caminó más de veinticinco kilómetros. Katrine habla de su sofisticada posada: “La construcción es prácticamente de madera, ecológica, bioclimática, con criterios de sostenibilidad. Está hecha con pino rojo finlandés y los suelos de madera de pino nórdico. Todo traído desde Finlandia”. Cuando termina de hablar, Marc, un catalán que está sentado al lado mío, pregunta en voz baja: “¿Cuántos árboles creen que se cortaron para construir esta casa?”. Miro las incontables vigas y columnas. “Más de cien”, dice un peregrino. Y Marc exclama: “¡Apaga y vámonos! Si eso es ecológico nos merecemos la extinción”.

Sin particularidades hago noche en Villaviciosa, en el albergue El Congreso. Me levanto a las siete y escucho cantar los gallos. El pronostico da buen tiempo pero igualmente apuro el paso. Cruzo por una panadería en donde se exhiben alfajores de maicena pero prefiero no parar. A un par de kilómetros, en la Ermita de San Blas, el Camino de Santiago se bifurca: hacia la izquierda se va hacia Oviedo, y se empalma con el Camino Primitivo, el más antiguo de todos. El otro va hacia Gijón y es la continuación del camino que estoy haciendo, el Camino del Norte.

Y sigo el camino hacia Gijón, recordando el poema Ítaca: pidiendo que el camino sea largo, con experiencias y aventuras, que muchas sean las mañanas de verano, esperando aprender de algún sabio o de alguna sabia, y llegar con alguna experiencia al final, para poder comprender lo que significa el Camino de Santiago y también Ítaca.

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