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Opinión

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El mérito de optar por los pobres

El mérito de optar por los pobres

   


“Dime lo que piensas y te diré a quién miras como un igual a ti”.

Son culpables de la pobreza aquellos que tienen una vida más digna? Tienen la obligación de compartir? ¿tienen mérito de haber llegado a lo que tienen o sólo tuvieron más oportunidades? ¿Está mal reconocer a alguien por el esfuerzo que ha hecho para tener lo que tiene? ¿Quién es el responsable de garantizar igualdad de oportunidades?

 Estos debates que, en nuestro país,  pareciera plantean la derecha y la izquierda son sólo reflejo de miradas que se tiene sobre otros. Detrás de las ideas está la realidad de las personas.  Las ideas deberían surgir de una reflexión sobre la realidad, pero en general no sucede así: lo importante para la política pareciera ser que la realidad se adapte a la idea.

De un lado y de otro se habla hoy de preferencia por los más pobres, pobrismo, meritocracia, oportunidades. Según el término y el orden en el discurso, unos y otros buscan llevar agua para su molino. Unos han criticado a la Iglesia de fomentar el pobrismo y otros se muestran cercanos y casi intérpretes de ella, al hablar de la pobreza con términos que parecen los del evangelio. En ambos casos se alejan bastante de cómo entiende la Doctrina Social estos temas.

Para la Iglesia, y en consecuencia para todo cristiano, la opción preferencial por el pobre es una opción teológica, no una categoría sociológica o política. A ejemplo de Jesús, que manifiesta con su vida la misericordia de Dios para con los pobres, también la Iglesia muestra el rosto de un Dios misericordioso en la caridad para con los más desposeídos. La característica de preferencial, no significa que excluye de esta preferencia a quiénes tienen las condiciones de vida dignas, porque la liberación que trae el evangelio abarca a todo el ser humano y a todos, es una liberación del pecado y sus consecuencias y esta realidad es atributo de ricos y pobres por igual. La pobreza como la conocemos  no es querida por Dios porque es reflejo de la injusticia y la falta del respeto por la dignidad de muchos hermanos. Creer implica asumir un compromiso y trabajar para cambiar estas situaciones que reflejan que el rechazo de Dios en la vida del ser humano, no nos permite reconocer al otro como un hermano. La opción preferencial, antes que excluir al que tiene, lo incluye invitando a un compromiso mayor, material y espiritual, para con quien tiene menos.  

 Algunas corrientes políticas también hablan de una preferencia por los pobres pero lo hacen despreciando y acusando a aquel que tiene,  señalándolo  como responsable de esas desigualdades. Esta idea  se aleja totalmente del concepto eclesial de “opción por el pobre” porque la fuente de donde nace es diferente.

Otras corrientes políticas hablan de la necesidad de valorar el mérito en la vida. Para un cristiano, el tener no tiene que ver con el mérito sino con la gratuidad y con la  conciencia del destino universal  de los bienes. Lo que tenemos lo hemos recibido gratuitamente: la vida, el primer valor, la hemos recibido de un acto de amor de Dios a través de la naturaleza. Todos hemos recibido la vida y con ella los bienes necesarios para crecer como personas. Sin embargo fruto de la avaricia, del egoísmo no todos gozan de los bienes necesarios y entonces la opción por el pobre resulta ser un acto de justicia y de caridad de aquellos que tienen para con aquellos que no. Conscientes de esto, la solidaridad se vive con sentido comunitario porque, con igual derecho que el hermano a tener lo necesario, comparto lo que tengo.

Lo recibido puedo hacerlo crecer o no.  Hemos recibido talentos no para exigir reconocimientos, sino para hacerlos fructificar en el servicio. Puede haber mérito en el esfuerzo hecho para ser capaz de servir mejor, pero no como un galardón que exhibimos para mostrarnos más que los demás. Para el cristiano no existe la meritocracia entendida como el derecho a ser reconocido por tener más, existe el servicio al hermano. Ni el cargo más alto dentro de la Iglesia, es más que cualquier bautizado por el lugar que ocupa o por los “méritos” que haya hecho para ser elegido. Su importancia radica en la misión que le ha sido confiada, en el servicio que está llamado a prestar poniendo al servicio del mundo sus talentos.

Es necesario afirmar que,  a quien le corresponde crear condiciones que aseguren igualdad de oportunidades,  es al estado. El tema está en la manera en que lo hace y cuánto se hace cargo de esa tarea.

En algún punto, al decir que unos han tenido más oportunidades que otros, refleja la desigualdad que existe. Tal vez el problema no está en haberlas tenido, sino en que a otros les ha faltado. Cuando el estado se arroga tener el deber de corregir esto, al señalar a unos como mezquinos al no querer compartir, se corre de su responsabilidad y aparece como haciendo lo imposible contra quienes les dificultan su tarea. Así se justifica y  corre  el riesgo de fomentar una dependencia eterna del estado de los más vulnerables. Del otro lado, defendiendo el mérito como único valor y acusando a quienes optan por los pobres de alentar el pobrismo, también se corren de su responsabilidad de crear condiciones que aseguren igualdad de posibilidades. Así se justifica y poniendo el acento sólo en el esfuerzo personal las razones del éxito corre el riesgo de fomentar cierto individualismo.

Agradecidos por lo que tenemos, poniendo al servicio de los hermanos los talentos, conscientes que lo que poseemos no es absolutamente nuestro, solidarios con los más necesitados es la manera cristiana de mirar la realidad y de comprometerse para cambiarla. El evangelio no es una ideología, es verdad liberadora para el ser humano de todo aquello que lo aleja de Dios, lo separa del hermano, lo confunde sintiéndose dueño de la creación y no administrador.

 

Guillermo Régoli

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