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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
Colaboraciones

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En el Camino de Santiago  (IV)

En el Camino de Santiago  (IV)

Una postal de Tapia de Casariego.


Martín Davico

(Colaboración)

 

Las peregrinaciones a Santiago de Compostela dieron su comienzo en el siglo IX cuando alguien dijo que había encontrado la tumba del apóstol con sus restos.

Desde entonces, miles de personas encaminaron sus pasos hasta la actual Galicia para rendir tributo. Llegaron desde toda Europa y poco a poco la ciudad se convirtió en una referencia a la altura de los otros lugares sagrados del cristianismo: Roma, en donde se veneran los restos de San Pedro, o Tierra Santa, escenario de la vida de Jesucristo.

 Actualmente son numerosos los caminos por los que se peregrina a Santiago: el Camino Primitivo, el más antiguo de todos; el Camino Francés, el más concurrido por los peregrinos y que nace en Roncesvalles; el Camino Portugués, que se inicia en Lisboa; el Camino del Norte, que va por la costa cantábrica; el Camino Inglés, que traía británicos y nórdicos; La Vía de la Plata, el más importante desde el sur de España…

Es martes 22 de septiembre y desde Soto de Luiña camino hacia el poblado de Piñera en el Principado de Asturias. Por los pueblos y campos, en los caseríos asturianos, todavía se ven los antiguos hórreos de madera: pequeños graneros aéreos, construidos sobre cuatro pilares, que se destinaban a almacenar alimentos alejados de los animales y de la humedad del suelo. Antes de finalizar la etapa, de 32 kilómetros, compro pan, embutidos, tomates y un vino cosechero elaborado en Chantada. En el albergue municipal, una vieja escuela reformada, somos apenas cuatros peregrinos: dos españoles, que hacen el camino en bicicleta, y Pedro, un hombre de Eslovaquia radicado en Alemania.

 Durante la cena, el hospitalero me convida con una crema de espárragos y conversamos. Escucha con entusiasmo cuando le cuento de las campañas electorales de los políticos españoles en Argentina: “Hay decenas de miles de argentinos con nacionalidad española que pueden votar en las elecciones de España. En Buenos Aires, hace años, se veían pintadas de 'Vote Rodríguez Zapatero’ o afiches de Manuel Fraga”. El asturiano, con una sonrisa de costado, concluye: “Una cantidad de votos nada despreciable, considerando además que la mayoría no debe saber ni lo que está votando”. Cuando le explico que prometían viajes y ‘programas para visitar la tierra de sus antepasados', exclama: “¡Vaya manera de hacer populismo!”.

Mientras unto el pan con tomate, me habla de la Revolución de 1934 y de la posterior Guerra Civil Española: “Aquí en Asturias los mineros dieron grandes batallas al ejército de Franco, pero finalmente fueron aplastados. Hoy en día hay fosas comunes desperdigadas por toda la región y por cuestiones políticas no las abren. Se dice que somos es el segundo país del mundo con más desaparecidos, después de Camboya…”.

 A la mañana siguiente desayuno con tranquilidad y arranco el camino a las diez de la mañana. Bajo un cielo gris y amenazante llego a Tapia de Casariego, un pueblo costero con vistas impresionantes del Mar Cantábrico. El hospitalero del nuevo albergue habla en castellano con algunas palabras en bable. Cuando me entrega las protocolares sábanas descartables me explica la razón por la cuál la mayoría de los albergues municipales, los más baratos para los peregrinos, están cerrados: “Es una iniciativa del ‘gobiernu', que por esto de la pandemia intenta favorecer a los albergues privados”. Me aconseja, además, un restaurante para cenar cachopo, “un tradicional ‘platu' asturiano”.

Es 24 de septiembre y es mi último día en Asturias. Me preparo un té y comienzo el día contemplando el mar. Para el mediodía llego a Figueras, el último pueblo asturiano por el Camino de Santiago del Norte. Le pregunto a un transeúnte cómo llegar a los Palacetes Modernistas. Me da las indicaciones y se explaya: “Los construyó un discípulo de Gaudí a comienzos del siglo XX. Pertenecieron a la viuda de un ‘indiano', como antiguamente se llamaban a los españoles que se hacían ricos en las Américas y que cuando regresaban se construían grandes mansiones, las casas indianas”.

Para entrar a Galicia, con un cielo oscuro y tormentoso, cruzo el Puente de los Santos sobre el río Ribadeo. Justo en la mitad del trayecto me encuentro con una peregrina que regresa de Santiago. Tiene ojos negros y lleva un pañuelo palestino en la cabeza. Un intenso cruce de miradas hace detenernos. Nos saludamos y se presenta como Coline. “Este puente tal vez sea una señal”, le digo, “quizás seas una santa”.

Conversamos un poco acerca de nuestro camino y me dice que tiene que continuar. Cuando le pido que se quede un rato más, acepta y se arma un cigarrillo.

Coline saca de su bolsillo una concha de vieira, el símbolo del Camino de Santiago, y me la regala. Expeditivo, le devuelvo la gentileza con un collar de la India que llevo perdido en mi mochila. Le propongo comer algo pero se niega: “Yo no vuelvo para atrás”. Empiezan a caer gotas gruesas que precipitan el desenlace.

“Voy a seguir”, dice, “regreso haciendo autoestop y tengo un largo camino a Francia ¿no tienes un mapa de España?”. Contesto que no tengo y pedirle el número de teléfono me parece mundano. Nos despedimos con un abrazo y apoya su mano en mi pecho. “Salud, viajes y amor”, dice.

Hago cincuenta metros y me doy vuelta para mirarla. Camina ignorando la lluvia y levanta los brazos hacia el cielo, como un ser lleno de vida y libertad. Y mientras observo como se aleja, ya empapado y con frío, me vuelve a la cabeza lo de siempre: “¡Es que vimos demasiadas películas. Es que Hollywood nos ha hecho mucho daño!”.

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