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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
Opinión

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De planeros a asalariados

De planeros a asalariados

En un plan a quince años, los 9 millones de planeros se transformarán en empleados y obreros.


El diputado nacional de Juntos por el Cambio sostiene que la Argentina tendrá, de la mano del retorno a la cultura del trabajo, “dinámica económica, más libertades y mayor madurez política”.

 

Por Alberto Asseff 

 

Llegó la hora de una decisión crucial. En algún momento pasado la dirigencia política optó por la dádiva en vez de apostar a crear trabajo. Cuentan que una vez un ciudadano se acercó a Perón quien visitaba la Catedral de La Plata, en los inicios de su gobierno el Presidente le preguntó qué necesitaba.

La respuesta fue clara y concluyente: trabajo. Evita, que estaba sentada en el coche al lado del jefe del Estado, comentó audiblemente: “¿Por fin, uno que pide trabajo y no limosna!”. La anécdota ilustra sobre algo que cabe consignar de entrada: los sucesivos gobernantes han sido y son conscientes que dar sin contraprestación es malsano y engendra, además de una adicción a la holganza, indignidad y relajamiento de la cultura del trabajo. Empero, han persistido en ese camino perverso. Cada gobierno no sólo continuó, sino que ensancho la ‘generosidad’. Siempre se justificó por el estado de necesidad. Pero el modo de ‘solucionar’ esta situación gestó su agravamiento y extensión. De unos pocos vulnerables con el correr de las décadas estamos remodelando a la Argentina ‘rica’ en el país pobre que ya somos, con parámetros – como el del salario mínimo mensurado en dólares – comparables con Haití, al que estamos superando en el rango ominoso de cuál es más inane, desventurado de América Latina. 

Al Estado donante se adunó – cada vez más explícitamente – la denigración del mérito, del esfuerzo y a la postre del trabajo mismo. No es que lo expresa algún resentido aislado. Fue el mismísimo presidente quien desacreditó al mérito por su supuesta sinonimia con la desigualdad.

Quedó así oficializado que el país ha optado por la vía de alcanzar la ansiada igualdad mediante la equiparación, peor que mediocre, hacia abajo. Inhumaron definitivamente – hasta que se logre revertir este deplorable ‘plan’ – aquella espléndida singularidad argentina, la de ser el país con mayor movilidad social ascendente de nuestra América. 

Por si algo faltaba, ha comenzado a corroerse cada vez más agudamente, la columna vertebral del ordenamiento socio-económico del país, el derecho de propiedad. Estamos a un tranco de que se enrostre a los propietarios que son ladrones. El marxismo lo acuñó: la propiedad es un robo. En varios casos de las violentas tomas de tierras en el Sur se ha esgrimido que los propietarios por medio siglo o más obtuvieron sus títulos aprovechándose de algún ignorante tenedor a quien sorprendieron en su buena fe y urgencias. 

Para colmar el patético panorama, se execra a los empresarios con la tacha de que sólo piensan en el lucro y muchos son literalmente lobos feroces. En rigor, en aras de la solidaridad se denuesta al lucro cual angurria inadmisible. 

Todo está concatenado: incultura del trabajo, un Estado que crea pobres y que se va sobredimensionando en sus ‘inversiones’ – la palabra ‘gasto’ está proscripta por su posible condición estigmatizante – sociales, se descalifica al mérito por ‘competitivo y desigualitario’, se cuestiona el derecho de propiedad y se desmerece a la actividad privada.

Así, el desemboque, no sólo de carencia de inversiones, sino de desinversiones es ineluctable. Se enrareció el ambiente, casi hasta lo irrespirable.

 La Argentina no es ámbito para negocios. Sí para el ocio, siempre auxiliado por un Estado bienhechor, pero con su mano crecientemente corta y su cerebro paulatinamente desneuronizado. Como respuesta, los anacrónicos nostálgicos de la ideología estatista, escudada en la presunta solidaridad socialista, resaltan que la pospandemia tendrá a un Estado cada vez más protagónico que promoverá el crecimiento con caudalosas inversiones públicas. Sin crédito, sin posibilidad de exprimir a la actividad privada con más impuestos – aunque lo siguen intentando -, el único camino que queda es emitir moneda sin respaldo, hasta el grado de que hemos perdido la soberanía monetaria. Nos quedamos sin moneda. Los pontífices de la soberanía, destruyeron a la primera, la básica capacidad de un país que es manejar esa variable esencial. 

La excluyente salida es reformular esta Argentina planera, inmersa en el pensamiento pobrista, trocándolo por un país que se reencuentra con el trabajo. La misma cantidad de recursos que hoy se asignan a planes sociales se deben transformar en pagos de salarios para los actuales beneficiarios.

En un plan a quince años, los 9 millones de planeros se transformarán en empleados y obreros. Lo que hoy perciben como ayuda será parte del salario que tendrán en las actuales – ampliadas – o nuevas empresas que la planificación estimulará para crear, incluyendo estímulos tributarios. Obviamente, el programa contempla que los planeros se entrenen en cursos intensivos de capacitación laboral. Deberían desplegarse legiones de aprendices adscriptos a las empresas. 

No pecamos de ingenuos. Para esta reprogramación del Estado benefactor para devenirlo en un auxiliar de la economía de la libertad es menester que desaparezca un sector, no sólo parasitario, sino tóxico: los punteros políticos y sus aupadores, los ‘barones’, esa suerte de señores neofeudales que infestan la política y que son inocultablemente agentes patógenos.

La desocialización –marginalidad, la deseducación, ignorancia, y la haraganería, incultura laboral- se traducen en un pueblo sometido, dependiente de los dones estatales. Un país, en contraste, que ensancha el horizonte laboral se libera, se vuelve ciudadanía. La Argentina tendrá, de la mano del retorno a la cultura del trabajo, dinámica económica, más libertades, mayor madurez política. Será un cambio colosal que se enuncia en una simple ecuación: el que labura no es un gil y quien vaguea no es un ‘vivo’.  

   

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