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Nuestro eterno reconocimiento a todos los profesionales de la salud

Nuestro eterno reconocimiento  a todos los profesionales de la salud

Charlando con un amigo médico, excompañero de trabajo de años, con muchísima experiencia, esa que dan días y noches de consultorio, noches y días de guardia de hospital.


(*) Jorge Pedro Jurado

 

Ya retirado, pero con un bagaje de conocimientos admirable y con cientos de anécdotas que da gusto escuchar.

Esta nota cuenta solo una de ellas, y aparte de ustedes va dirigida a aquellos profesionales de la salud que juraron salvar vidas con su arte pero que no siempre se puede, por más cariño y voluntad que se ponga.

Acaso quién no tiene un hijo, un hermano, una prima, un sobrino o un amigo médico. Para ellos, con nuestro eterno agradecimiento va esta editorial en momentos en que la práctica médica se esfuerza por vencer este maldito virus. A ellos nuestro reconocimiento.

Cuenta mi amigo, el Dr Carlos María López que:

“Deberíamos ser iguales, sin importar raza, credo, condición social. Pero lamentablemente, hay discriminaciones.

Aunque para algunas personas la igualdad existe y, como en este caso, el humanismo prevalece sobre el origen.

Hospital modesto, muchas carencias, grandes Maestros.

Cumplía un año mi hijo. Yo… de guardia.

Guardia rotativa. De sábado a lunes. Yo era titular de los sábados, pero el domingo no tenía equipo. Se cubría con las de los lunes a sábado.

En las guardias el Jefe es el cirujano. Si hay otro, es el más experto.

Esa mañana, pensaba en mi hijo Pablo, en el deseo de sumarme al primer cumpleaños. A las 10 lo decidí:

_Eduardo, mi hijo cumple un año. Quisiera ir a casa a festejar y regresar.

_¡No Carlos! Sabés que los mamados de anoche vienen ahora, a sacarse la resaca antes del almuerzo. Acordate cómo es la gente. Al medio día es mejor comer pastas que ir al hospital. Las pastas se “pasan”, el hospital, siempre abierto.

Me miró fija y duramente. Bien me conocía.

_...Bueno... Andate a las 12.

A las 12 partí. Los sorprendí y pude abrazar a mi pequeño, entre risas y lágrimas.

La mesa puesta, como esperándome. Torta, velitas, las copas para el brindis.

Pero… existía la posibilidad de interrupción. Y ocurrió. El ring del teléfono me hizo dejar la comida.

_¿Hola?

_¡Venite rápido! Entró accidentada, fractura expuesta. Está en el quirófano. “Vampiro” está transfundiendo.

"Vampiro" es el transfusionista.

Años pasaron, pero continúa vívido en mi memoria ese día.

Subí al 2CV y pie a fondo, recorrí los kilómetros que me separaban del hospital. Ingresé como si mis pies tuvieran alas.

_Lavate, Eduardo ya está operando, agregó Analía, la quirofanera.

Mientras me lavaba, recababa información:

Mujer, 34 años, empleada doméstica, tratamiento psiquiátrico. Se tiró de un cuarto piso, —explicaba Analía.

Entré apresurado a la sala. Encontré a Oscar, anestesista, o “gasista” como se los llama en mi jerga. Eduardo abriendo, y concentrado en la paciente, Francisco, ayudando. Era el segundo cirujano.

_Estallido del bazo, dijeron. Carlos, ¡ocupate de lo tuyo!

_¡Está inundado! ¡Todo sangre! Analía, aspirador ¡Ya!

A los de mi especialidad, traumatólogos, nos llaman “carpinteros” y a los cirujanos, “cirujas”. “Vampiro”, transfunde sangre.

Equipo completo: gasista, cirujas, carpintero, vampiro, y perro, así llamados los “nuevos”.

_¿Te acordás Doc, cuando vos también fuiste perro? —pensé para mí mismo.

Miré la parte que me correspondía y ví la pierna, gran herida y con fractura expuesta.

Con el rabillo del ojo, noté una figura con gorro, barbijo y camisolín.

_¿Qué hace este “pibe” acá?, pregunté sorprendido.

_Gustavo te va a ayudar, —respondió Eduardo.

_¿Ayudar? Si este perro no sabe un carajo, —pensé mientras deglutía mi estupor ¿Qué mierda va a hacer este novato, si no sirve para nada?

_Eduardo, ¿Hiciste la toilette? (preguntó, al observar la herida limpia).

_Sí, así podías empezar de inmediato cuando llegaras.

_¿Estaba muy sucia?

_No, pero seguí el protocolo.

Confié en Eduardo, era joven como yo, pero con mucha experiencia en cirugía general.

-Qué herida de mierda pensé mientras observabas los bordes contusos y desflecados. La tibia asomaba. Había un tercer fragmento, aún adherido al músculo.

_¿Esa mesa armaste?, le espeté al “novato”

_Si doctor (susurró).

_Alcanzame tijera. Y, mirándolo, agrandaste la aponeurosis. Impediría problemas si había mucho edema posterior.

_Así es la técnica, le dije al novato, observándolo con sorna. Ahora bisturí. Abrí más el músculo y sonreí al ver la cara lívida del “perro”.

_Pinza y bisturí. Comencé a desbridar. A recortar bordes, trozos de piel sucios.

Pensabas en el próximo paso. Cuando limpiara todo, debía reducir la fractura, y cerrar la piel, a puntos muy separados y sin tensión de los bordes. Sí, daría algunos puntos de aproximación.

La voz imperativa de Oscar me sacó de mis pensamientos.

_¡Apurarse! Hay poca "tela."

_¿Está pidiendo pista? Pregunté.

Si, (alguien me contestó).

La vida podía irse en un segundo.

Tu espalda y la de Eduardo, casi pegadas, trabajando uno en cada lugar. Aún me parece sentir ese contacto.

Clima tenso. Solo ruido de pinzas, tijeras y algunas breves indicaciones.

Eduardo trabajaba frente a Osvaldo, notaba la expresión de su rostro. En cambio, yo estaba de espaldas.

De pronto se escucharon fuertes puteadas del cirujano. Ruidos de instrumentos tirados al piso. Los gritos retumbaban en la aséptica sala. Yo concentrado en mi trabajo, no percibí la situación.

En tono seco, le hablé a Gustavo:

_Dame un punto, en aguja curva.

Ningún movimiento, solo me miró.

Mi ira aumentaba. Estaba a punto de explotar, cuando la voz de Oscar me sobresaltó. Tomándome del hombro me dijo:

_Carlos... ¡Estás operando un cadáver! ¡Se nos fue hace un momento!

Absorto por salvar esa vida no me di cuenta que ya no existía.

Me quité el barbijo, me acerqué al cadáver y miré esa cara por primera vez. Antes no había reparado en ella, abstraído en lo que debía hacer.

_Qué joven y bonita era, musité con un hilo de voz.

Retrocedí lentamente hasta apoyarme en una pared. El novato me seguía. Me deslicé hasta quedar sentado en el piso. El perro, hizo lo mismo. Tomé el extremo del camisolín y enjugué el sudor de la frente, junto a las lágrimas que rodaban por mis mejillas.

_Perdoname pibe, le dije.

Profesionales, novato, empleada, todos sin distinción, luchando por la vida.

Va nuestro eterno reconocimiento a todos los médicos, enfermeras y profesionales de la salud. Gracias a todos por el esfuerzo, amor y profesionalismo que ponen todos los días.

 

Hace más de 2 000 años

Hipócrates aconsejaba: 

 

Caminar es la mejor medicina.

Que la comida sea tu alimento, y el alimento tu medicina.

Declara el pasado, diagnostica el presente y prevé el futuro y lo primero es no hacer daño.

Es más importante saber qué persona tiene la enfermedad que qué enfermedad tiene la persona.

Si cada uno hiciera ejercicio y recibiera el alimento necesario, ese es el camino más seguro hacia la salud.

La naturaleza no entiende de excesos y no hacer nada también es un buen remedio.

Sólo existen la ciencia y la opinión. La primera engendra el conocimiento; la segunda, la ignorancia.

 

(*) El autor de este artículo es abogado, escritor, periodista, conductor de radio y director del diario El Censor que se publica en la red social Facebook.

 

 

 

 

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